Omar Órtiz y los vericuetos por el barrio Latino en París
Crónica de un periplo poético
Por Efer Arocha
24 de abril de 2015
Ómar Ortiz, poeta de Tuluá, Valle, región colombiana, en viaje relámpago por los recodos de París, se sació con conocimientos de sucesos ajenos a devaneos de turistas, porque éstos están tejidos por la sombra de pretéritos que esconde la memoria invisible al primer golpe de ojo de quien no escruta pasados cercanos o lejanos. Gran parte de la peripecia, que incluye pérdida en el cementerio Père Lachaise, se debe a un vericueto aborigen que vino a la vida en un costado del Panteón, llamado Yves Moñino.
En lo concerniente al barrio Latino careció de tiempo para ir más allá de los olores de la cocina universal; por esto, y también teniendo en cuenta a nuestros lectores hacemos un boceto frágil y ligero del lugar.
Los romanos se establecieron un siglo antes de nuestro calendario, luego de vencer a los aborígenes quienes opusieron tenaz resistencia, en el espacio que nos ocupa, construyendo vías, acueductos, termas o lugares de baños públicos que eran verdaderos centros de sociabilidad donde se discutía y departía al compás del calor del agua de regaderas y tinas, denominándolo Lutecia; sitio donde pasó momentos de solaz Julio César cuando estuvo de visita. Al frente vivían los parisii, mejor conocidos como celtas desde cientos de años antes en lo que hoy se conoce como la Île de la Cité.
Por historia comparada, que es una exquisitez intelectual, el mismo símil de la memoria se repite en el nuevo mundo en forma distinta pero en esencia es el mismo acontecimiento. Ahora imagino a Juan de Lemos y Aguirre frente a los indios Putimaes y Quiamanoes un 9 de agosto de 1635 en Tuluá, voz indígena que significa llano acogedor y fácil, situado entre dos ríos –Tuluá y Morales; me temo que aún puedan llamarse así por disminución de caudal. Los nativos eran habitantes de bosques de dieta cárnica, razón por la cual se les acusa sin pruebas de canibalismo. Sin embargo, el invasor sobrevivió dejando como recuerdo un bello asentamiento humano mestizo hoy lleno de soñares y proyectos futuristas.
Volviendo al barrio Latino, en su suelo floreció el primer centro educativo de Francia en 1215; posteriormente el colegio Sorbon hoy de amplio prestigio, en 1253; el colegio d’Harcourt en 1280, y luego decenas, muchos de ellos de gran prestigio, como es hoy el Colegio de Francia. Su nombre se deriva del latín que hasta 1789 era la lengua de uso en la educación. Hay un acontecimiento también de deleite por aquello de los trajines de los intereses del poder. El lugar que siempre ha sido un hervidero de estudiantes, masa que de cuando en cuando se despierta adquiriendo conciencia de su protagonismo social, como fue en mayo del 68.
En 1588 los estudiantes se sublevan contra el rey Henri III, a los que se les suma la liga católica, en razón de que el soberano no había tenido descendencia masculina, aprestándose a dejar el trono a Henri de Navarra de confesión religiosa de matiz distinto; ante esto, el pueblo católico parisino exige en la sucesión al duque de Guise. Los insurrectos construyen barricadas enfrentándose a la guardia real de manera contundente; situación que obliga al soberano a poner pies en polvorosa abandonando París. El 23 de diciembre del mismo año, día viernes en la mañana, en el Castillo de Blois, el rey convoca a Henri 1er. de Guise, para tratar asuntos comunes del reino. Le prepara una celada en la anti-cámara real por donde debe cruzar y allí lo esperan siete asesinos ocultos armados de puñales especiales entregados personalmente por el rey, los que hundieron hasta la empuñadura en la humanidad el duque. Tendido en el piso, exánime, al verlo el soberano exclamó: “Mon dieu, qu’il est grand!il parait méme plus grand Mort que vivant”–Por dios, él es grande, más[U1] grande muerto que vivo. Pasaje pertinente porque cuando el poeta nos visitaba se agudizó el conflicto en el Medio Oriente, entre sunitas y chiitas, dando por resultado cientos de muertos en Siria y otros territorios y decenas en el nuevo conflicto en Yemen. Es de anotar que el enfrentamiento desatado por occidente, ha convertido el Mediterráneo en un mar negro por los negros ahogados, y en el momento en que escribimos, aproximadamente un millón de refugiados, aguardan en las costas de Libia, ganar las orillas de Europa, para salvar sus vidas a causa de la guerra. Muchos de ellos se los han tragado las aguas consecuencia de las disputas religiosas; los musulmanes agresivos han lanzado a cristianos al oleaje donde perecen inevitablemente; mientras que en Francia, en estos precisos momentos los trabajadores seguidores del profeta están exigiendo a los empresarios lugares para rezar. Según Mohammed Moussaouin, presidente del consejo francés de culto musulmán, el número de mezquitas y de salas de oración, se ha duplicado en estos últimos veinte años. Realidad que exige meditar seria y profundamente, porque en este país se hizo una revolución en la cual corrieron ríos de sangre y cientos de víctimas, para que las generaciones actuales y futuras no tuvieran ni amo ni dios. Agregamos a esto los absurdos humanos, se comprende que en la Edad Media, por motivos de ignorancia, se quemaran brujas y se asaran blasfemos, pero hoy que este continente ha puesto el robot Philae en los lomos de un cometa, no se comprende el por qué millones de seres humanos encadenan su pensamiento a divinidades carentes de todo sentido razonable o lógico. Pero lo peor es el de ejercer la violencia para imponer a otros sus insólitas creencias.
Cuando nos aprestábamos a oír al poeta en el 14 de la calle Xavier Pribas, recibimos dos infaustas noticias. El tránsito de lo animado a lo inanimado de dos gigantes de las Letras, Eduardo Galeano y Gunter Grass. Sobre el primero, los vericuetos no nos hemos manifestado porque son ríos de escritos que nos llegan, lamentando y elogiando al ilustre difunto, entonces preferimos leer, lo que otros escriben en un mundo donde el lector se encuentra en agonía de desaparecer. En lo que se refiere al segundo, que es también nuestro preferido, no hemos recibido todavía el primer texto, apenas sí, reseñas significativas en los medios informativos. En breve haremos algo para honrar su memoria, como lo hicimos en el momento más difícil, cuando el escritor fue asediado, por su militancia política en los tiempos juveniles.
El martes 14, en la calle Xavier Pribas, seudónimo del poeta, cantante “goguettier” y compositor, Antoine Paul Taravel, se llevó a efecto la lectura del libro, Diario de los seres anónimos, de Ómar Ortiz. La “goguette” es una fiesta popular que en agonía se practicaba en Francia y en Bélgica, consistente en reunir a un grupo de menos de veinte personas para divertirse, cantando o leyendo poesía. Desafortunadamente esta práctica se está perdiendo y hasta su nombre se ignora. Las pocas veces que se escucha hablar de la “goguette” se la confunde con “guinguette”. La “guinguette” era una bellísima costumbre que existía en los arrabales de París donde los restaurantes, entrada la noche, se transformaban en cabaret para bailar y deleitar la vida, consumiendo un vino blanco barato que se cosechaba en las fincas de los alrededores de la ciudad capital, de donde se cree que proviene su nombre: “guinguette”.
Las callecitas donde se abigarran multitud de restaurantes del mundo entero, estaban casi vacías debido al invierno aún persistente que por la baja temperatura, los transeúntes van y vienen para esconderse veloz en sus destinos, entre los cuales se encontraba el nuestro, el restaurante Tampico. Circunstancias adversas, que no vale la pena describirlas, hacían presagiar una nula asistencia. Nuestra sorpresa fue total porque triplicamos los cálculos. Entre los muchos asistentes cabe mencionar al poeta Orlando Jimeno Grendi, quien saliendo del hospital fue uno de los primeros en integrarse a la lectura; siguieron los poetas Jorge Galvis y Jorge Torres. La poeta Rocío Durán Barba, que como siempre elegante, nutrió la asistencia. La poeta niquiense Myriam Montoya, fue la encargada de dar la bienvenida a nuestro visitante en nombre de Ciudadanos por la Paz de Colombia, organización que con Vericuetos, fueron los organizadores del acto. Libia Acero-Borbón, responsable del blog de Vericuetos, y quien estaba encargada de acoger al bardo en nombre de la revista; por motivo de curso forzoso se había escusado de no poder asistir, finalmente fue una de nuestras agradables sorpresas, que aunque tardecito logró hacerse presente. Los actores y directores de teatro, Carlos Marulanda y Octavio Cadavid, hicieron parte de los asistentes; éste último hizo un gran esfuerzo porque apenas podía caminar a causa de una luxación. Los cineastas Marino Valencia y Gustavo Nieto . Una de las entusiastas de oír al poeta, que también es su paisana, fue la decoradora Ingrid Lahoud. También la lingüista Carolina Ortiz; amiga del poeta. La estudiante de doctorado Yolanda Prieto lectora dura de poesía, estaba en la primera línea de sus oyentes, no se perdió ningún verso. El poeta y escritor Mario Wong junto con el filósofo y diplomático Edgar Montiel eran los más curiosos en oír y leer al poeta. La abogada Josiene Sotty, sin pestañear, impávida escuchó la lectura. Una periodista alemana que ignoro su nombre y otras personas que me excuso por no mencionarlas. Yves Moñino leyó en francés tres poemas que había traducido, resaltando su calidad. A mí me correspondió la responsabilidad de hacer un análisis del libro, desde la perspectiva de un lector calificado. Sintetizo lo pronunciado al oral en la noche del 14 de abril ante los asistentes a la lectura poética.
Los buenos lectores de poesía en el mundo resultan ser muy pocos, en razón de la brevedad no me detendré en mencionar nombres, sino que voy directo a la esencia. En la librería él empieza por tocar el objeto, la primera lectura es al tacto al palpar el empastado, luego mira con detenimiento y sin el menor afán, carátula y contra-carátula; se detiene minuciosamente en cada elemento que ella aporta. De ahí que en el texto Diario de los seres anónimos, de Ómar Ortiz, poeta aquí presente, el lector exigente valora el por qué el autor coloca en su portada a un ser humano con la cabeza hacia abajo y los pies como si estuvieran clavados en un techo, proyectando una sombra, mientras que un perro duerme dando la sensación que espera a su amo. Acierto para el autor, porque ha logrado ya establecer el primer código que el lector refrendará en las páginas interiores. Además de establecer una unidad de lectura de segundo grado, puesto que no está en la superficie, donde el lector agudo descubre dos versos en imagen gráfica, no en imagen poética; aclaro. La editora, Mirada Malva, se hace sentir discreta en dos partes con colores distintos, sugiriendo una coquetería en materia de edición. La contra-portada sobresale por el barroquismo poético que sella el gusto colombiano buscando avalar la calidad de los entresijos del verso. En Colombia el arte está lleno de gurúes, y la poesía no escapa a ello, entre los que se cuenta el poeta Juan Manuel Roca. Cuando un poemario ha recibido su aprobación como es el caso, la criatura está bautizada y mis palabras apenas son una continuación ceremonial, sin embargo, hay una cosa que no pudo dejar pasar, y es la ruptura de la edición colombiana con la edición clásica, muy particularmente con la francesa que no admite nada distinto al texto literario y a las formalidades de ley. Retomando a nuestro lector calificado, luego de examinar la factura del libro, lo abre con suma paciencia y empieza a escrutar la calidad del papel que siempre comienza por el color. Aquí en Francia el color apetecido es el marfil, que tiene una gama de calidad muy variada, la cual se mide por su precio. Superado el examen de calidad del papel, nuestro presunto lector, agudizando el sentido de observación, mira la calidad de la maqueta, y sobre todo el tipo de impresión, donde las tintas y los caracteres empleados, deciden en el campo de la forma, si el libro se irá en el bolsillo o volverá a estantes. En materia de impresión poética el asunto no es fácil; en cuanto a calidad se refiere. La primera gama la constituye hoy un escasísimo número de privilegiados. Sinceramente les cuento que Vericuetos tiene una colección poética titulada: Escargot au Galop, con un número de ediciones que podré calificar de dignas no ha tenido y posiblemente no tendrá el placer de paladear tan excelente manjar. Sólo una vez he logrado hacer la edición soñada, que no fue en la colección. Un poeta francés de profesión astrofísico y amigo personal de textos inéditos en gaveta de escritorio, luego de explicarle en varios encuentros el mundo que nos ocupa, se entusiasmó y el asunto es como sigue:
Todo se inicia con el color de la tinta que tiene varias calidades entre las que se encuentra la resistencia a la luz y a los agentes patógenos, enemigos irreductibles. El otro es la presencia de humedad de muchas formas en el sitio de albergue del libro. Ella es de tono azul violáceo y hay que prepararla siguiendo una fórmula bien guardada por monjes desde la Edad Media, también guiados por las precauciones requeridas debido a su alto riesgo, puesto que es un tóxico mortal. Sobre el tema se hizo una película que en su tiempo fue bastante taquillera, El Nombre de la Rosa de Umberto Eco. No se puede usar cualquier papel, hay sólo uno que es apto por particularidad higrocente denominado papel papiro, que no es el conocido papiro de junco o cuero. En materia de precio vale un ojo de la cara, para un pequeño folleto hay que disponer de cuatro mil euros en adelante. En cuanto a la letra es obligatorio que sea a mano, usando tintero y pluma de ganso. Hay una segunda calidad que en Colombia es asequible relativamente y que resulta de una belleza indiscutible, y pienso, que algunos poetas ya han hecho libros porque la técnica es muy conocida. Me refiero al libro de galera, que se hace con tipos de plomo y tinta sólida impregnada por rodillo. Pasión de muchos escritores entre los que se cuenta Eduardo Galeano, hace años supe que estaba buscando un impresor en el Brasil. No discuto que todos los soportes poéticos son válidos en la contemporaridad mutuante en que vivimos.
Regresando a nuestro lector en la librería satisfechas hasta ahora todas sus exigencias en el plano de la forma, la que no hay que despreciar a causa de que forma y contenido tienen conexión de incidencia recíproca para lograr la esencia estética trascendente. Ahora me acuerdo de un libro que me enviaron de poemas excelentes, pero tenía un defecto, era como apreciar un hombre elegantemente vestido con frac azul ceremonia, pero con zapatos rotos mostrando el dedo gordo. Aclaro para los suspicaces, que no es el caso del libro en cuita de Ómar Ortiz. Nuestro lector va al grano leyendo algunos poemas indistintos y sale de la librería con el libro en el bolsillo del saco.
Este libro que pueden apreciar, no es un libro cualquiera; no obstante su raquitismo por la delgadez de páginas. El buen poeta siempre acierta a versificar su tiempo, en esto es superior al filósofo. Su título es un reto por si solo. Quién no es anónimo hoy día, prácticamente los somos todos en esta sala y mis excusas por lo dicho si alguien no se siente aludido. Sin embargo, el poema de Ómar va más allá; nos habla del auténtico anónimo, ése que es real por las calles y las montañas del planeta; y qué ironía tiene lo humano. El hombre común, el hombre masa, existe para no existir en razón de que no accede a ninguna de las formas del registro de memoria, es el caso del poema a José David López, un distribuidor de periódicos en bicicleta. El libro contiene un reto mayor, es un libro tema, que en poesía es algo muy difícil de lograr sin ir en detrimento de la calidad. El tema en el presente texto es la armazón que sostiene mediante el eje de la unidad versificadora los distintos contenidos que unos pasan por el oído como el primer paso de la introducción al verso; es el caso del poema Clemencia Tariffa, donde el primer verso nos dice: “Hacer una flor es estampar una sonrisa alada” mientras que en otros, mediante la metáfora o la imagen conducen al lector por el camino de la reflexión, la poesía es también pensamiento, aquí surge una aclaración obligatoria, no hacemos alusión al momento o al acto creativo, puesto que la elaboración poética es una acción intuitiva, un producto de la sensibilidad. Nos referimos a la fenomenología a posteriori, a la creación que no le pertenece al poeta sino al público. Para no aburrirlos con la historia del lector calificado, es el turno del poeta de hablarnos.