Cuento : Adelaida y el colibrí por Alma
Era Adelaida una maestra de la vieja guardia; le faltaban apenas unos cuantos años de trabajo para pensionarse. Poseía una elegante letra, fruto de la práctica constante programando, parcelando, calificando, en fin, realizando las labores propias de su profesión. Sin embargo en este último año las cosas habían cambiado radicalmente. La tecnología había invadido al mundo y, hasta las escuelas más remotas y pobres, algún día les tendría que tocar asumir este adelanto. Adelaida se sentía como un ave en el corral equivocado. Si no fuera por sus hijos y los hijos de sus amigas, de los cuales era su alumna frecuente y, también un tantito despreocupada, pues sabía de antemano que alguno de ellos acudía en su ayuda si así lo requería. Por eso poco avanzaba en su nuevo aprendizaje.
Una soleada tarde de lunes festivo en el que todos los habitantes de la casa habían salido a pasear, Adelaida se revolvía sola frente a su escritorio, tratando de terminar sus deberes para el siguiente día.
Una llamada interrumpió su trabajo. Mientras dialogaba observaba con pereza como el sol iluminaba un patio gris, adornado apenas con una planta de helecho medio seca, checheres de toda clase, cuerdas de ropa desocupadas y algún que otro juguete olvidado.
Un pajarillo revoloteaba cerca de la planta. Se trataba de un precioso colibrí de colores brillantes. Poco prestaba atención a la charla telefónica. Estaba fascinada con el vuelo del ave. Recordó que de niña se entretenía durante horas en el amplio jardín de la casa campestre, allá en su natal pueblito. Se extasiaba viendo como las avecillas se alimentaban de las diversas flores que su madre cuidaba con esmero. Una pregunta surgió de pronto. _¿Porqué un colibrí en un sitio donde no hay siquiera árboles? Así se lo hizo saber a su interlocutora, quien le manifestó enfática, que no se asustara, pues solo se trataba de un angelito que venía a comunicarle algo importante. Adelaida escéptica se despidió, luego salió al patio para inspeccionar. El animalejo la rodeó un par de veces, luego desapareció tan inesperadamente como había aparecido.
Con la inquietud de lo ocurrido rondando en su cabeza, volvió a su trabajo, hasta escuchar las primeras voces de quiénes llegaban de su paseo. Constató que ya estaba bien entrada la noche, guardó sus cosas, cotorreó algún rato con su familia, luego se dispuso al descanso.
Durante los días siguientes vio colibríes en los sitios más inesperados. A partir de ese momento ya no se sentía tan atraída por aquellas pequeñas aves. Por el contrario, un malestar creciente se apoderaba de ella con cada encuentro. Ese fin de semana la fatalidad la visitó de nuevo robándole un valiosísimo tesoro. La vida de uno de sus hijos. Adelaida sintió que el mundo se desplomó ante sus pies en tan solo un segundo.
Como en un sueño de terror vivió todos los momentos subsiguientes al deceso. Medicina legal, funeraria y cementerio, se convirtieron a su modo de ver, en los sitios más tenebrosos de frecuentar.
El día del sepelio una fría llovizna acompañaba el cortejo. Solo Dios conoce el sufrimiento de la pobre Adelaida. En su mente revivió cada uno de los instantes pasados junto al hijo amado. Sus primeras palabras, los pasitos tambaleantes de su mano, los cumpleaños; Cada recuerdo le lastimaba el corazón arrancándole las más amargas lágrimas derramadas jamás. Ya el sarcófago estaba totalmente cubierto de tierra y, la gran mayoría se había marchado, dejándola ahí doblada en su dolor y sin ganas de marcharse. Un pequeño colibrí la rodeó durante varios segundos ante el asombro de los pocos familiares, que todavía la acompañaban junto a la tumba. En ese instante se rompió definitivamente el encanto que alguna vez sintió por esos pajarillos. Desde ahí comenzó a asociarlos con la muerte. Infortunadamente siempre los avistaba cada vez que la fatalidad volvía a rondarla. Adelaida y el colibrí nunca más volvieron a ser amigos. Creíble o no esta historia, lo cierto es que así sucedió y, la mitad de su corazón la dejó durmiendo junto a su hijo en una fría y solitaria cuna de tierra, donde el viento, seguramente le cantaría canciones de dolor y aletear de colibríes esmeraldinos.