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* CHEMIN SCABREUX

 "Le chemin est un peu scabreux

    quoiqu'il paraisse assez beau" 

                                        Voltaire 

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Publié par VERICUETOS

Cuento : Pasiones encontradas por la escritora colombiana Luisa Ballesteros Rosas

Desde que supo con certeza que padecía de una enfermedad incurable, Justin Morin ya no vio las cosas de la misma manera. Reconoció que en realidad no quería a su mujer, que la mayoría de sus amistades no eran sinceras y que las actividades de su vida cotidiana eran banales por no decir absurdas. Un examen de conciencia se imponía. A su mujer hubiese querido dejarla, pues tampoco le encontraba ya la gracia que lo sedujo años atrás, pero reconoció que ahora la necesitaba más que nunca para subsistir en la medida que la enfermedad ganara terreno y él no pudiera trabajar, tal como su médico se lo había advertido. Porque de lo que los científicos tenían certeza es que no sabían prácticamente nada sobre su enfermedad, que no tenía remedio y que avanzaba a pasos de gigante irremediablemente hasta dejarlo inválido.

A Justin se le despertó entonces una sed de aventura y aunque no se había privado de coquetear con las mujeres bonitas, esta vez las veía con un objetivo vicioso cínico y hasta misógino. Las observaba como el que ve un buen filete en la vitrina del carnicero. Las desvestía sin ningún recato con la mirada, y a la que le echaba el ojo la seguía como un psicópata desenfrenado y no descansaba hasta conseguir su objetivo. Solo que, a sus cincuenta, ya había en él más ambición y deseos que medios físicos para consumir con decoro su cacería. Ante tanto cinismo, muchas mujeres lo mandaban de paseo y lo trataban de loco, de depravado y de enfermo. A él le importaba poco lo que dijeran o lo que pensaran. Es más, no quería que las mujeres pensaran o que hablaran, sino que se dejaran mirar, seducir y hacer, porque era lo único que le importaba.

La enfermedad de Justin lo había pillado en pleno auge profesional, cuando aniquilaba con sus artículos de prensa a sus adversarios políticos. Una profesión de politólogo que no le aportaba prácticamente nada de dinero, pero lo había hecho conocer en su medio adquiriendo renombre. La radio, la televisión o los periódicos lo solicitaban con frecuencia porque sabían que podían contar con él cuando querían masacrar públicamente a alguien. Para ganar su vida Justin había tenido que enrolarse en la policía para trabajar como investigador civil, pero su papel era ambiguo y lo ejercía realmente por pura necesidad, hasta que los signos de su enfermedad se hicieron más evidentes y logró conseguir una pensión de invalidez. Entonces, su mujer, una funcionaria que trabajaba en los servicios secretos, era la que asumía prácticamente todos los gastos de la casa. Sobre todo, que ella ya tenía una familia antes de emparejarse con Justin Morin, y tenía un hijo ya grande con hijos a su vez. Justin tenía que jugar un papel de abuelo, que detestaba, pero tenía que disimular.

En realidad, Justin pasaba la vida disimulando muchas cosas, a comenzar por su enfermedad que le había invadido prácticamente todo el brazo derecho de un temblor que lo llevaba a tener que confesar a sus conquistas su verdadera situación, porque al comienzo ellas pensaban que temblaba de emoción o de frío. Algunas salían corriendo al saber la verdad, aunque no era contagioso, y otras caían en la trampa de la compasión. Camille llegó a formar parte de esta última categoría, a la primera salida con él, cuando éste tuvo dificultad para cortar él mismo la piza que pidió. Disimulaba también en cuanto a su apariencia pública porque en las redes sociales y en los periódicos seguía exhibiendo la misma foto de años atrás, cuando tenía el pelo obscuro y un físico atlético y musculoso, que no se parecía en nada al Justin de la actualidad.

A Camille de Ponce la conoció una tarde de verano. La vio por primera vez en la parada del bus 43, cerca de la plaza de Ternes, en el distrito 17 de Paris. Se fijó primero en el descote de su vestido color turquesa que le ceñía el cuerpo graciosamente. Luego fue bajando la mirada a sus piernas de muslos pulposos y atractivos y después volvió con su mirada al descote, en el que se embobó unos instantes, como un niño en una tienda de bombones. Esos senos que se asomaban sugestivos en “balconnet” lo paralizaron antes de mirar por fin su rostro y encontrarse incómodo con los ojos bellos e inteligentes de Camille, que lo pusieron en la evidencia de estar mirando a una persona. Ella, por no tener nada qué hacer, mientras esperaba el bus, lo estuvo observando también. Lo encontró bello, desde su físico delgado y alto, sus piernas firmes dejadas al descubierto por el short y los zapatos mocasines que llevaba puestos, sus rasgos finos, sus ojos azules y su pelo rubio grisáceo bien peinado, que lo hacía ver interesante y refinado. Sin embargo, observó un detalle que no podía pasar desapercibido y es que la camisa de Justin estaba rota en el cuello de tanto uso y de tantas veces planchada. Para Camille que pensaba que los detalles no eran gratuitos porque reflejaban cosas más importantes de la personalidad de un individuo, vio en él una anormalidad. Cuando se dio cuenta que la seguía al bajar del bus, pensó que de pronto era un sádico de esos que decortican a las mujeres y las abandonan en un bosque cualquiera.

_ Un caballero no aborda a una dama en la calle, pero es la única manera que tengo de hablarle, dijo Justin. No solamente es usted una mujer bella, es también embrujadora. Me llamo Justin. ¿Me puede dar su número de teléfono para llamarla un día de estos y conocernos un poco más?

Camille de Ponce dudó pensando nuevamente que se tratara de un sádico y sabiendo que no se arriesgaría a llamarlo, le respondió:

_ En ese caso, deme más bien el suyo y lo llamo.

De todos modos, al día siguiente se iba de vacaciones a España, y por fin se le olvidó el tal Justin Morin, hasta que un año después, cuando convocó a sus contactos a un evento literario, sin darse cuenta, le mandó también la invitación a Justin quien fue el primero en llegar al encuentro. Se le acercó con el brazo derecho escondido detrás, como un niño tímido, y completamente tenso. Ya en el coctel que hubo después del evento, Camille notó que le temblaba no solamente el brazo sino todo el lado derecho. Desde entonces, Justin se dedicó a seguirla a donde fuera y a enviarle mensajes de texto, hasta conseguir una cita en el Barrio Latino. Siguieron viéndose, de vez en cuando, a veces de manera furtiva, cuando Justin se escapaba de Alice, su mujer, al ir a comprar el pan u otra cosa, y por las mismas se iba cuando ella lo llamaba.  Más de una vez, Alice lo pilló en las mentiras porque ella, siendo de los servicios secretos, sabía localizar su teléfono y encontró que siempre estaba en el mismo lugar, un lugar donde no tenía porqué estar. Pero él estaba perdido. Más lo rechazaba Camille y más Justin seguía obsesionado con ella. Dormido la nombraba en sueños y su mujer se estaba volviendo completamente loca también. Un día lo siguió y lo esperó que saliera de donde Camille y le formó la de san Quintín, con amenazas y todo. Al no poder volver a ver a Camille como él quisiera, Justin tuvo un ataque grave de su enfermedad que lo dejó postrado. No le valieron masajes del fisiólogo ni los tratamientos formulados que tomaba diariamente.

Alice, la mujer de Justin, al no ver ninguna mejoría en su marido se propuso buscar a Camille para que fuera a verlo, a ver si él reaccionaba y recobraba la movilidad. Pero, yendo para donde Camille, se encontró en el tren con Robert, un antiguo novio del que estuvo locamente enamorada, y lo encontró más apuesto que entonces. Entre tanto él se había casado también. Emprendieron la relación y finalmente a ella le pareció más práctico no solicitar la ayuda de Camille y dejar a Justin Morin como estaba, paseándolo de vez en cuando en la silla de ruedas. Pero algo inesperado surgió de pronto. Sandrine Le Cos, la mujer de Robert, celosa enfermiza, notando el cambio de su marido, se enteró del engaño siguiendo a los amantes. Un día, sitió a Alice y la mató de dos tiros de revolver. La arrastró hasta dejarla entre unos arbustos al borde del Sena. Los servicios secretos atribuyeron la desaparición de Alice Morin a una venganza venida de uno de los casos de pesquisas que ella llevaba en su trabajo. Justin murió al poco tiempo, más de tristeza por Camille que por su enfermedad.  Camille de Ponce se enteró de ese desenlace trágico, por pura casualidad, mucho más tarde, en uno de esos periódicos gratuitos del metro de Paris, donde vio la fotografía de Justin Morin en una silla de ruedas, con la misma actitud gestual de Juan Pablo II en sus últimos días.

Paris, 30 de junio de 2020

 

Biografía

Luisa Ballesteros Rosas nació en Boavita, Boyacá, Colombia y vive en Paris. Obtuvo en la Universidad de la Sorbona el Doctorado de Estudios ibéricos y latinoamericanos y el postdoctorado de Literatura latinoamericana. Es profesora en CY Cergy Paris Université, y  directora del Departamento de estudios Ibéricos y latinoamericanos. Es autora de los ensayos La escritora en la sociedad latinoamericana (1997) Las escritoras y la historia de América Latina (2017), Historia de Iberoamérica en las obras de sus escritoras (Premio Virginia Woolf 2018, con el conjunto de su obra, y Premio del mejor ensayo literario) y Representaciones literarias de las Independencias iberoamericanas (2018); de los poemarios bilingües  Pluma de colibrí́ (1997), Memoria del olvido (2001), Diamante de la noche (2003) y Al otro lado del sueño (2011); la antología Pies de sombra (2007) y la novela Cuando el llanto no llega (2017).

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