Poesias de Sergio Manganelli
La patria
La patria
es un café
al que desciende,
bajo un fragor de lluvia,
estremecida,
su plena luz
de arcángel suburbano,
florida de castaños,
desvelada de augurios
y urgencia metafísica.
A trocarme ese absurdo
rebaño de la pena
por guiños y candiles,
verdad perecedera,
parábolas de musas
y viajeros,
o ayudarme a cruzar
a través suyo,
salvar de sur a norte
las barricas.
Hasta la incierta hora
en que gravita
el aura de la ausencia
entre sus labios,
y el vaho del amor
fermenta los silencios,
en la borra
de un pocillo
abandonado.
Sergio Manganelli
Yo sé de mar
"No se recuerdan los días,
se recuerdan los instantes"
Cesare Pavese
Hizo la mar
su luz
la barcarola,
y estremeció mis huesos
el goce de la tierra,
encrespando la sangre
como un gran maremoto
de fuego y cascabeles.
Desde entonces
llamaron tus manos
en mi puerta,
como una exaltación,
un exorcismo,
una bandada de dudas
migratorias,
un oscilar del amor
al invierno.
Fueron de estío
mis horas más calladas,
mis públicos olvidos,
y Afrodita era apenas
una estatua en el parque,
cuando a mí no acudían
tu cuerpo y tu destino.
Queda claro,
vivir es simplemente
una razón,
y un laberinto,
cárcel de minotauros,
arena calcinante
precipitando pasos,
oasis transparente
al filo del abismo.
El color es un modo
de transponer la noche,
y la piel un supremo
bálsamo del delirio,
una impronta de estelas,
un clamor metafísico.
Las malas horas traman
petrificar la pena.
Y mi júbilo duerme
inmutable en la hierba.
Sergio Manganelli
Lunes
Agua que corre en las aceras, como rayos de luz entre los pasos. Es lunes y llueve, mala conjunción, a pesar del café y de la canela. La vidriera está helada, empañada de vapores humanos, de palabras sueltas en la barra. De la bocanada gris que vuelca un cigarrillo desangrado de rouge, en la mesa de enfrente. Vapor de desazón. De pocillos que humea su levedad de otoño. Un cielo color nada. Una sonrisa apenas disuelta en cortesía. El diario siempre dice lo que no deseamos. El azúcar es poco. Las gotas funden su transparencia en el asfalto, y cada repicar es una nueva burbuja, inmediata, fugaz. Como las horas. Palomas que atraviesan la llovizna. Una cucharada de crema no estaría mal. Girondo se retuerce en mi portafolios, muerde las hojas de una antología tan pobre como esta matinée de cine mudo. Un día para estar en cualquier parte, menos en esta colección de náufragos. Después de todo, tampoco sabe volar. Palabras que no dije se escurren al papel. La ansiedad, el purgatorio de las almas inquietas. Aroma de canela. La birome no escribe por sí sola. Verbos que son astillas bajo los pies descalzos. La rubia gira y se queda prendida al infinito, tiene la mirada triste, y clavado que no sabe volar. En algún otro hemisferio de la vida, Neptuno se antepone a Marte, y sus ojos marinos desvisten la ternura. Es una ausencia de cuerpo presente. El horóscopo sugiere para Piscis: Carpe Diem, y lo explica con una liviandad que irrita. La gente sabe poco de sí misma. Jugar a los espejos, laberintos en vano que recorre sin prisa. El amor tendrá también su plusvalía. Cápsulas de silencio. La brújula marca un norte equivocado. Mil setecientas millas al oriente de la razón hay un puerto en donde encuentro abrigo. Cómo sobrevivir en un mundo tan lógico. La utopía se debate entre la magia y la aritmética. Salgamos a la calle vestidos de sofisma.
Su alegría con pronóstico reservado. Acaba de atracar mi barco en algún siglo, y no pienso volver. Esto no se parece en nada a una taberna. Otro café, tal vez éste contenga la clave del misterio. Alguien le extiende un saludo a mi sombra. No puede verme detrás de la cortina. La señora hace persignar a la nena, acaba de estrujarle un acertijo.
Todo el mundo se queja del tiempo. Nadie quiere mojarse la conciencia. Quizá la sinceridad sea una virtud, aunque a algunos les parezca violenta. Estoy tan convencido de mis desaciertos que los defiendo con mi mejor torpeza. Que poco sentido de lo práctico, no tengo cura. Puede que cualquier día me canse de ser como creo que soy, y me convierta definitivamente en un propósito. La felicidad es simplemente una gota en los charcos de afuera. El pánico nos hace pasar saltando sobre ellos. Equivocarse será en todo caso una función vital. El corazón soporta todo, menos la quietud. Cuando algo te conmueva corre al televisor, duele apenas segundos, y no vuelvas a pasar por esa calle. La Inquisición moderna quema cartas de amor y alza catedrales a la incomunicación colectiva. Cada cosa en su casillero. El orden ante todo. Que dos más dos sea siempre el mismo cuadrúpedo resultado. Tengo poemas como Caballos de Troya, no los dejes entrar. El tipo de la mesa de al lado apaga el cigarrillo quinientos y decide salir. Termina de envolver su pena en el pañuelo. Me pregunto si también llueve un poco más al Sur, seguramente. Imagino la frase, ocurrencias de la desolación. Dueño alquila un altillo en el cielo, apto cualquier destino, capacidad para seiscientos libros, cama amplia y balcón a la Tierra. Pecadores de vanidad abstenerse. Hagamos el amor y no la guerra, a pesar de los Harrier que caen en picada.
Un reconocido laboratorio de Estados Unidos acaba de descubrir una droga para la seguridad emocional, a partir de esta vacuna todos tendrán resuelta la cuestión. Nada más seguro que no sentir. Mañana Marte se impondrá al Dios del Mar, y la ira del cielo caerá sobre todos los desprevenidos mortales. Construyo puentes que penden de la nada, soy un pésimo ingeniero.
Odio la geometría, amo los elementos puros de la química, por favor no respires cerca de mi oído. Bueno sería saber en qué lugar se escondió el sol esta mañana. Un navío de ultramar cruza el meridiano frágil del deseo. No tengo voluntad para un nuevo café.
El teléfono, esa mala costumbre. El reloj es el ancla del mundo de las formalidades. Nada puedo decir por temor a que no entienda algo. O tal vez mi máxima pavura es decir algo y que no comprenda nada. En caso de emergencia rompa el vidrio.
Pero que quede claro, la vida no es una partida de ajedrez, y si así fuera, entrego el rey con todos sus ejércitos, me declaro en jaque mate vitalicio, en honor a ese instante de derrota triunfal y humana llamada sentimiento.
Carpe Diem.
Sergio Manganelli