Entrevista a Milcíades Arévalo
Entrevista a Milcíades Arévalo
por Jorge Consuegra
--¿El mundo cultural siempre estuvo presente en tu vida desde tu infancia?
--Decir eso es engañarme a mí mismo. Mi infancia estuvo rodeada de realidades, de cosas concretas. En el hogar donde nací no había ni siquiera un libro donde posar la mirada. Me bastaban los amaneceres, que estaban envueltos siempre en niebla, la caída del sol de la tarde, el verdor de la tierra y el canto de los pájaros. Mi vida era una cosa muy hermosa donde nada tenía que ver el mundo cultural. Sin embargo, la tarde que llegó mi abuela en el tren de las cuatro y trajo, entre otras cosas, “La dama de las camelias” en francés, supe que el mundo estaba cambiando y aprendí el alfabeto y comencé a leer todo lo que cayera en mis manos.
Eso del mundo cultural vine a saberlo cuando yo era marinero en un barco mercante argentino. Su capitán, Ariel Canzani, que estaba difundiendo por el mundo la Poesía Loxodrómica en una revista llamada Cormorán y Delfín, y que se hacía en el mismo barco, en una imprenta que había que darle pedal. Ese fue realmente mi encuentro con la cultura porque conocí a muchos poetas y escritores de carne y hueso y a otros de gran factura: Rimbaud, Bretón, Camus, Sartre, en fin…
--¿Primero llegaron a ti los poemas y luego las novelas?
--En realidad sí. Me acuerdo que la primera mujer que me amó la enamoré plagiando un poema de Diego Hurtado de Mendoza. Como ella se casó con otro comencé a leer toda la poesía que cayera en mis manos. Tengo muchos enemigos por eso. Los poetas son muy vengativos y pelean hasta por un poema. Teniendo en cuenta eso nunca he publicado un poema, pero tengo muchos por ahí. Sin embargo, soy un narrador que lee muchas novelas y demasiados cuentos.
--¿Desde el colegio estuviste batallando con poemas, cuentos, novelas y libros?
--La última vez que estuve en un colegio fue cuando yo era estudiante de primero bachillerato; me escapé para ir a conocer el mar y no volví. En ese colegio me enamoré de los libros, de todos los libros por culpa de la bibliotecaria, una señora llamada Lavinia, que siempre me decía “cachorro” porque me parecía a su difunto marido.
En los colegios de entonces no había espacio para la lectura, y quienes lo hacíamos era en el Centro Literario, que era algo así como los talleres literarios de hoy, dirigidos preferencialmente por un cura y las lecturas eran casi todas de santos. Me sé tantas vidas de santos que podría hacer un santoral. Tal vez por eso, cuando fui a estudiar a la Pedagógica, un profesor me puso cero porque no le supe explicar qué era lo que había querido decir Carlos Marx acerca de la literatura. La literatura, al fin de cuentas, es una batalla con las palabras.
--¿Cuáles han sido los temas que siempre te han acompañado en tus cuentos?
--Preferencialmente el erotismo. Para mí el erotismo es la belleza, las palabras, la textura con la que se hace la poesía. El erotismo es la vida misma hecha poesía. También he incursionado numerosas veces la infancia, en lo que fuimos y en el realismo de los acontecimientos sociales del momento: la guerra, el dolor, el conflicto armado, las injusticias sociales.
--¿Por qué decidiste un día ser vendedor de libros y marinero? ¿Cómo fue tu mundo en ese mundo?
--Yo no lo decidí; fue el destino. Era tanta mi ansiedad de llegar a la orilla del mar que no creí que me fuera a alcanzar la vida para lograrlo y me fui buscar el mar, conocí muchos puertos y ciudades, leí muchos libros, me embriagué de puertos y rostros y fui muy feliz en muchas partes aun sabiendo que no tenía nada. Cuando desembarqué, no sin antes prometerle al capitán Ariel Canzani que tan pronto yo llegara a Bogotá haría la mejor revista de literatura del país, Colombia continuaba desangrándose a manos de los “pájaros” y mi hermano Haroldo, que por entonces era cajero en un banco en Trujillo (Valle), lo amenazaron de muerte y fue a encontrarse conmigo en Santa Marta donde pusimos una librería “para los enamorados y los viajeros del mundo”. La librería se llenó de telarañas y deudas. Para no morirnos de tedio detrás del mostrador, salí a vender libros desde el Cabo de la Vela hasta el Golfo de Urabá, durmiendo en hoteles baratos, espantando el hambre con mendrugos de cazabe. A todo momento me parecía ver el mismo paisaje por la ventanilla: caseríos sin importancia, un horizonte escaso en árboles, pastos secos, tierras áridas, animales sedientos y estaciones de aluminio en las que escasamente se veían unos cuantos guajiros, vendedores de comestibles y baratijas de contrabando, pero nadie tenía la culpa de mis desgracias y tuve que regresar a Bogotá donde todo me era conocido (El barrio Santa Fe, el poeta León de Greiff, El Cisne, la Librería Bucholls, La Rebeca, etc.) y desconocido a la vez...Sin embargo, volver a vivir en Bogotá fue para mí muy chévere, tuve un restaurante con Jaime Osorio, trabajé en un banco, conocí a los nadaistas y fui corrector de Nadaismo 70 junto con Jaime Jaramillo Escobar, publiqué en casi todos los periódicos del país y sigo siendo como el caballero inexistente.
--¿Cuál o cuáles fueron los temas de tu primer libro?
--El trópico. Mis experiencias por la orilla del trópico, narradas de manera lirica. Sé que si no tuviera amor, el trópico, la soledad, el mar, me bastarían para ser feliz. Soy una persona que ha sido influenciada netamente por las cosas ardientes. A la Orilla del Trópico es un libro de iniciación apenas. En prosa casi todos los libros son pésimos, algo que no sucede con el primer libro de un poeta. El primer libro para un poeta es la puerta de entrada al cielo o al infierno. La Temporada en el Infierno eleva a Rimbaud a alturas impredecibles, más allá del bien y del mal
--¿Cuándo decidiste publicar una revista tan importante como "Puesto de Combate"?
--Publicar Puesto de Combate fue para mí un reto, una apuesta que le hice al capitán Ariel Canzani, quien pensaba que yo moriría de sed en un desierto de sal. Por esa época del año 70, se publicaban revistas a lo largo de América, desde Alaska hasta la Tierra del Fuego, casi todas tenían nombres contestatarios, tal vez por las muchas dictaduras pasadas y recientes.
Puesto de Combate se llama así (Puesto, un lugar en el espacio para el escritor y Combate: el combate del escritor es con las palabras),porque para los periódicos de la época no había escritor o poeta que no fuera a parar al cesto de la basura. Al ver tanta mortandad de autores sin pedigrí, abrí las puertas de Puesto de Combate en el año 72, para todos los escritores y poetas del mundo, y todavía más allá.
--¿Cuál ha sido tu mayor satisfacción con ella?
--Haber podido dar a conocer y apoyar a muchos autores que hoy gozan de cierto prestigio, aunque nunca le digan a nadie esas cosas porque eso va contra su orgullo.
--¿Qué tema central desarrollarás en la edición 80?
--Voces representativas de la poesía y el cuento, varias entrevistas y reseñas y un homenaje a varios poetas muertos recientemente.
--¿Qué proyectos tienes para un futuro inmediato con la revista?
--Ya no hay futuro. Y como en el mar, el último que abandona el barco es el capitán, eso trataré de hacer con toda la dignidad que se merece el haber trabajado por la cultura a cambio de nada durante 42 años y dado a conocer a muchos autores, tanto de la provincia como de las grandes ciudades.