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* CHEMIN SCABREUX

 "Le chemin est un peu scabreux

    quoiqu'il paraisse assez beau" 

                                        Voltaire 

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Publié par VERICUETOS

La buhardilla iluminada, fragmento de novela, del escritor colombiano Fabio Martínez

                                              (Fragmento de novela)

                                                                 A Rosa Cedrón, Germán Cuervo y Alfonso Díaz Uribe

                                               Por: Fabio Martínez

¿Hasta cuándo estaré recluido en este cuarto donde solo se escucha el gorjeo de las palomas? No sé. El proceso que se me sigue por la muerte de dos jóvenes caleñas en París aún no ha comenzado y temo que si nunca me encuentran, terminaré mis días en esta habitación que parece un sarcófago, y donde una luz otoñal, fina y delgada, entra cada mañana por el tragaluz.

El supuesto homicidio de las dos caleñas fue registrado por Le canard enchainé y luego reproducido por los canales de televisión que desde un principio me pusieron en la picota pública condenándome antes de que se iniciara el proceso. El periódico amarillista informaba que las dos mujeres murieron en una fiesta de latinoamericanos que se llevaba a cabo en un apartamento de la avenida Raspail. El periódico de marras decía que después de haber bebido y metido cocaína, las dos mujeres habían sido lanzadas al vacío desde un balcón de un apartamento de un quinto piso. El autor del artículo no descartaba que las dos muchachas, ebrias y drogadas, en un momento de euforia, se hubieran suicidado. Pero al final, el redactor judicial concluía, sin ninguna prueba, que el único sospechoso era yo quien había sido invitado a la fiesta por mi amigo mexicano, el escultor Cuauhtémoc Villoro.

Hace un año, exactamente, estoy confinado en este cuarto apestoso que heredé de un viejo pintor peruano que murió por los efectos de la trementina. Llevo aquí trescientos sesenta y cinco días con sus noches, y no pienso salir a la calle para darle pie a la policía francesa para que me tome preso, me lleve a la Corte, y me condene por un delito que no he cometido.

El día que los noticieros comenzaron a ventilar mi foto, mi amigo Cuauhtémoc que

vive de venderle cuitlacohtototles a las señoras burguesas de Paris, me dijo: “Luciano, te has convertido en el chivo expiatorio de la policía francesa. Qué mejor que tú, que eres colombiano y refugiado.

El cuarto está situado en el séptimo piso de un viejo edificio de la calle Charonne a donde solo se accede por las escaleras de servicio. Tiene una dimensión de 3 X 4 metros donde cabe una litera de dos pisos, una alacena, una cocineta, un lavamanos, una mesa con dos asientos, un teléfono, y un pequeño televisor.  En la alacena aún se conservan dos frascos de pinceles que dejó olvidado el pintor en su último viaje hacia el infinito. Lo único extraordinario del lugar que suscita un encanto es el tragaluz por donde se puede ver un pedazo de cielo parisino y un haz de luz que ilumina el cuarto.

Al principio, me aburría en esta pequeña chambra pero luego, por la fuerza de la costumbre, comencé a tener una rutina que me ha permitido vivir aquí como un refugiado por partida doble: refugiado de mi país y refugiado por la justicia francesa.

Mi rutina es ordinaria y no creo que alguien que haya vivido en París la envidie: me levanto a las seis de la mañana, preparo café en la cafetera metálica, tomo el desayuno, luego hago cien lagartijas para estar en forma, y me acuesto a soñar en la litera. Como cosa curiosa, para muchos el encierro es síndrome de soledad, aislamiento y abandono. Para mí se ha convertido en una rica oportunidad para ejercitar mi imaginación y mi memoria. ¿Preguntarán ustedes por el baño? Contra las normas de higiene que heredé de mis antepasados, debo decir que aquí, en la ciudad luz, esta práctica higiénica poco a poco se fue degradando. Como todo indio colombiano, cuando llegué me bañaba todos los días del año. Luego comencé a bañarme día de por medio hasta que, como un buen galés, me baño una vez por semana.

Me acuesto en la litera con la cara mirando al tragaluz, y comienzo a soñar. Cuando uno está en situación de peligro, los sueños se potencian e incentivan la memoria. A veces, abro el viejo televisor y veo una foto mía que no se quién tomó, y en vez de alegrarme, me deprime. Debajo de la foto, la policía francesa ha puesto un aviso ridículo, que dice:

Recherché

Leo en francés, y me da náuseas. 

 Cuando llegué aquí venía huyendo de mi país porque me iban a matar. En esa época, a mis amigos los fueron matando uno a uno como si fueran ratas. Los organismos de inteligencia de mi país lograron exterminar en una década a una generación completa. No sé si esta práctica continúa en mi país. Lo cierto es que si un día no hubiera tomado un avión y aterrizado en el aeropuerto Charles de Gaulle, hoy estaría cantando entre los muertos.

De Colombia salí huyéndole a la muerte, y al llegar aquí, me encontré de nuevo con ella. 

Cuando arribé a Paris, el pintor Saturnino Ramírez me dijo que para aprender francés había que conseguir dos cosas: una novia francesa y un televisor. Y me vendió este viejo televisor en blanco y negro donde cada día veo la foto mía, y una serie negra sobre Charles Auguste Dupin.

No soy pintor, pero en mi vida siempre me han perseguido los pintores. Cuando viví en Colombia fui amigo de Cerón quien pintaba unos cuerpos desgarrados por el amor y el erotismo. Aquí me hice amigo de Cuauhtémoc Villoro, el escultor de cuitlacohtototles, los zorzales mexicanos hechos con tierra volcánica de su país.

Los artistas me han salvado de situaciones peligrosas. En Colombia, Cerón fue quien me dio asilo en su casa-taller cuando un jeep de la policía me venía persiguiendo. Aquí, en París, es Cuauhtémoc quien cada semana me aprovisiona de café, pan, queso, jamón y vino. Cuau, como le decimos los amigos, es mi contacto con el mundo exterior. A veces viene con Lore, su novia francesa que sufre de crisis de ansiedad.

Pero no solo los pintores han sido mis amigos del alma. También han sido los escritores, como Teófilo Capriles, un venezolano que conocí una tarde de verano en el café Sarah Bernard.

Fue una colombiana, quien me dijo:

-Luciano, ¿quieres conocer a un escritor?

-Sí -Contesté.

Al día siguiente, en la tarde, me puse una cita en el emblemático café con el autor de Los años del desencanto. No sé cuántos ballons rouge bebimos aquella tarde. Lo cierto fue que cuando el mesero nos trajo la cuenta, casi nos desplomamos al suelo. Fue el primer conejo que hicimos en la ciudad luz.

Cuau y Teo un día llegaron a la urbe porque querían ser artistas, y morir en París. Yo llegué gracias a los organismos de inteligencia de Colombia, que son los mejores del mundo. 

 

Foto tomada por Jorge Idárraga

Foto tomada por Jorge Idárraga

Fabio Martínez.

 

Escritor, profesor universitario y periodista colombiano. Realizó una Maestría en Estudios Iberoamericanos. Universidad de la Sorbonne, Paris III y un Doctorado en Semiología. Universidad de Quebec en Montreal, Canadá (UQM).

Ha publicado quince libros, entre los que se destacan: La búsqueda del paraíso, biografía de Jorge Isaacs (Editorial Planeta), Balboa, el polizón del Pacífico (Editorial Norma), Un habitante del séptimo cielo (Programa Editorial Univalle), Del amor inconcluso (Gobernación del Valle), Los viajes de la música : Música y Literatura afroamericana (Editorial Mirada Malva), El viajero y la memoria : un ensayo sobre la literatura de viaje en Colombia (Editorial UPB), El desmemoriado (Mirada Malva), El tumbao de Beethoven (Común Presencia), Marea de sombras (Sial Pigmalión), y Los farallones azules (Sial Pigmalión).

Ha sido editor de los libros : Guerra y Literatura en la obra de Jorge Eliécer Pardo, Carlos Arturo Truque : Valoración crítica, De Comala a Macondo publicados por el Programa Editorial de la Universidad del Valle y la Edición de la novela María de Jorge Isaacs, Sial Pigmalión.

Obtuvo una Mención Especial en la Beca ‘Ernesto Sábato’, 1987. Primer Premio de Ensayo Latinoamericano ‘René Uribe Ferrer’, 1999. Primer Premio ‘Jorge Isaacs’, 1999 Premio Escriduente 2018 al conjunto de su Obra otorgado por el Grupo Editorial Sial Pigmalión, Madrid, España. Premio Internacional ‘Rubén Darío’ 2019, Valdefuentes, España.

En la actualidad, es profesor titular de la Universidad del Valle adscrito a la Escuela de Estudios Literarios y columnista de El Tiempo.

www.fabiomartinezescritor.com

 

Fotos tomadas en París
Fotos tomadas en París
Fotos tomadas en París
Fotos tomadas en París
Fotos tomadas en París

Fotos tomadas en París

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