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* CHEMIN SCABREUX

 "Le chemin est un peu scabreux

    quoiqu'il paraisse assez beau" 

                                        Voltaire 

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Publié par VERICUETOS

 

Nadie sabe cuáles meandros recorre zizagueante la mosca del deseo en sus vuelos para aguijonear a hombres y mujeres en las oficinas a entregarse.

No hablamos de “amor” sino de antojos, secreciones, magnetismo carnal, ronroneo gatuno, vibraciones, ondas, en suma algo animal como el estar en celo aullando o temblando al leer en el diario la palabra “prostitución”. Ufff hacer el vacío, contraer el perineo, soplar ¡

Hay hombres inocentes e iluminados como Julio Porfirio por el sólo hecho de haber nacido en tierras de indios, y quizás por eso posea secretos para seducir que nosotros los “urbanos” desconocemos. Él es quien mejor entiende en nuestra oficina el sabio murmullo de los difuntos. Eso nos imaginamos, qué raro, por qué

           - ¿Cómo van los muertos? – oigo que pregunta Porfirio, nervioso, comiéndose las uñas, al llegar a la oficina esta mañana.

       Hoy está más atolondrado que nunca porque esta noche presenta su novela, creo, o su nuevo libro de poemas, no sé, en la maison de l’Amérique Latine.

       Lo peor que hay, pensábamos los veteranos en la oficina, son los periodistas que se creen poetas. O escritores. Nos rompen las bolas, digo, y no es envidia ni nada pues todos hemos escrito alguna obra por ahí y no por eso vamos a estar cacareando con esa joda, alegando y echándonos flores.

 - Yo no respiro por la herida, dijo también Bermejo.

      Sin embargo, cuando llega algún joven peruano o boliviano por aquí, pidiendo trabajo, lo primero que hacemos es darle a leer nuestras obras. Yo les recomiendo que se lean, incluso antes del manual de la Radio, la novelita que escribí basándome en la vida de Julio Porfirio Moreno, aquel colega colombiano que se perdió a causa de sus amoríos con Hurí Gieseken, la alemana embrujadora que hacía unas prácticas en nuestra sesión. Ese muchacho fue un desastre, se perdió para el periodismo por su fantasía enfermiza y su erotomanía desaforada. Lo “defenestraron”.

      No niego que puse mucho de mi propia experiencia en ese escrito y si me volvieran a invitar a leer en la Maison de l’Amérique Latine a lo mejor podría hacerles pasar un buen rato.

        Seguro que no me pondría nervioso como Julio Porfirio pues ya soy veterano. Y si bien me tiño el bigote creo conservar el alma juvenil. Un alma de espontáneo, como dicen en la tauromaquia.   

         Sí, pues. Oigan lo que les cuento.

         Para que nadie se vaya a mosquear en la oficina inventé todos los nombres y escribí el asunto en tercera persona.

          Las noticias traían muy triste a uno de nuestros colegas-poetas y para alegrarlo, viéndolo así casi de luto, picado por la mosca de “lo que está ocurriendo en este mundo despiadado y guerrero”, una diosa, sin que nadie se diera cuenta, había decidido ofrecérsele tomado posesión del cuerpo de Hurí Gieseken, la colega del servicio de información económica.

     Ella quiso insuflarle aliento e impedirle desfallecer en estos bellos días. ¡ Debía aguantar! Por eso, además de las noticias le hizo redactar algunos versos sobre lo ocurrido durante el viaje que hicieron juntos a Lima, cuando les tocó cubrir la matazón en la embajada de Japón. Nunca nadie lo supo.

     Hurí le había salvado de verdad la vida. El agonizaba con la información de la bolsa de valores y los atentados en Bagdad.

      En la oficina, hay que reconocerlo, somos periodistas de día y poetas de noche, la mayoría de nosotros sueña aún con aventuras milagrosas o hechiceras, no nos resignamos a perder ese pensamiento mágico que, dicen, tiene su santuario en las selvas del Amazonas.

      El colega Bermejo dice que Julio Porfirio no es poeta ni es nada, “sólo es un hazmerreír”, ”un intelectualoide”.

      Cuando empezamos a leer los versos que nos inspiró Hurí Gieseken, de quién Bermejo está enamorado también,  “tragado” sin remedio, como dicen en Bogotá, se salió de la sala. En su rostro y en sus hombros caídos se leían como unos versos agridulces

        Los riñones débiles, la moral usada, el yo gastado

        El deseo y la fantasía en ebullición permanente

        Qué mosca nos ha picado, qué juego tan malvado

        Cómo gozar de mi tiempo, soy un ascua ardiente

 

       Hurí Gieseken había regresado muy cambiada del Perú.

       Ve, y a esta ¿qué mosca le habrá picado?  Preguntaban las otras reporteras con envidia.

         Ya sabíamos que preparaba su boda con el bello Antoine, uno de los jefes de redacción de la Gran Noche. Combinaba muy bien en su personaje la inteligencia con cierta frivolidad o vacío. Parecía además muy engreída: el indio Julio Porfirio, el pesado de Bermejo y yo le habíamos dedicado poemas. Y sin embargo se iba a casar con el francés.

 

       Logré sonsacarle a Julio Porfirio y a Hurí algo de lo ocurrido en Perú.

       Trato de escribirlo como me lo contaron en aquella velada en casa de Efer, donde se recitaron poemas, se comió yuca con ceviche de camarones y se regó el vino.

        “Después de que terminó la toma de la Embajada de Japón nos fuimos a pasear a las selvas del Amazonas sin saber nada de la Machaca, ese insecto cuya picada, dicen, es mortal si uno no se aplica, en el acto, frotándose, el sexo de alguien sobre el propio...Hurí sacó un cuaderno y empezó a leer

 

         Es más limpio chupar al hombre que ese pescado

         Que guardamos entre los muslos, no soy paciente

         Con ese olor a hembra que te tiene alborotado

         Para amarme debes ser bello y también buena gente

 

        Algunas mujeres juegan con nosotros a ser monjas, pensaba Bermejo.

         Al comienzo Hurí Gieseken fingía ser muy tímida, pero el deseo es un bicho invisible, una serpiente que se desliza bajo los escritorios y puede picarles a ellas también.  A veces tenía algo vulgar en su manera de hablar.

-  Tengan cuidado muchachos, no seáis sólo chupaculos. Buscad el amor, no somos perras muertas para atraer sólo a los gallinazos. El sexo sin amor es la muerte, no lo contrario. Ustedes son unos enfermos.

Bermejo por supuesto se fue rápido, parecía celoso,  seguro ahora estaba bebiendo solo y comiendo maní Chez Georges. Muerto de la envidia al sospechar que Julio Porfirio no sólo escribía bien, sino que además se había comido a Hurí en Lima. ¿ Pueden imaginarse su rabia ? Va pues.

   Una de las jóvenes periodistas escuchaba con disimulo, sonriente, nuestra conversación de periodistas de 50 años ¿Cómo se había enamorado la alemana tan linda y tetona de aquel peruano huevo frito ?

         Al salir de la oficina Bermejo, sacudiéndose la caspa del stress, daba vueltas por la calle de Molière, la rue Saint Honoré, mirando hacia la Comédie française. Una tarde se había encontrado con Hurí. Ella lo abrazó por fin ¡

      Acababa de cumplir la edad en que murieron Molière y Balzac, enfermos de verdad, y seguro temía que le pasara lo mismo, ya, volviéndose viejo en la escena del día, pelo cayéndosele, sin fuerza en los riñones, acaso se preguntaba ¿No hay algún peligro en hacerse el muerto en vida?

         Bermejo era el más loco y desesperado de nosotros con aquellos deseos insatisfechos que lo estrangulaban, él los llamaba “el genio encerrado en el botellón”. También se definía como un poeta amenazado por el periodismo. Era algo chismoso y mal hablado. En la cafetería de la Radio empezó a contar lo que se imaginan

 - Antoine arrugó el entrecejo cuando se enteró por un chisme de lo ocurrido entre Julio Porfirio y la Hurí tan hechicera, allá en Leticia, en la Amazonía colombiana, dizque el Porfirio comenzó a quejarse de que le había picado la Machaca.

 

         No soy culipronta, pero unas veces me he prestado

         He sido veneno y suero, me han hincado el diente

         Dime quiénes son esos espíritus que te han pisoteado

         Revoloteando sobre ti, Bermejo, te han dejado doliente

 

El trataba también de escribir sus versos como todos en la oficina

 

          Energías y espíritus, cosmos y caos, fuerzas del pasado

          por el cielo vienen dispersas, vienen en vuelo diligente

          Divina pareja que mi paso por la tierra no sea equivocado

          La agonía de las sábanas es un motor muy potente

 

        En la cena donde Efer aquella noche Hurí elogió a su marido, el bello Antoine, quien sólo arrugó el entrecejo cuando supo que ella se dejó "comer el chocho" por Julio Porfirio, alzándose de hombros....

Si aquello le había salvado la vida.

        Lo único generoso de Bermejo fue cuando contó lo ocurrido después de que Hurí hizo el milagro aplicándole a Porfirio el deseado antídoto.

 

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