Manzanitas verdes al desayuno
En un bosque de líquidas palabras, sueñan peces de pieles violáceas
Es el mundo de Milcíades Arévalo
Dossier o carpeta
Textos de Milcíades Arévalo
Entrevista de Libia Acero-Borbón
Francés Manuela Mariño Beltrán e Yves Moñino
Preludium de Luz Helena Cordero Villamizar
Introducción de Efer Arocha
Introducción
Milcíades Arévalo es un pedazo de obsidiana con muchos filos del planeta de las utopías escriturales, donde la exigencia impone soñar con ojos de caballo por lo abiertos, para lograr el germinar de manera constante e incesante el manar de ese ingrediente, con el cual se forja el material que en paciencia labra el vocablo que tiñe la sábana nívea. Herrero de duro metal que a golpe de porra ha descuajado roca para abrir el camino por donde sólo pueden transitar aquéllos que saben caminar a pie limpio con grueso callo, resultado de las asperidades y tropezones del sinuoso ascenso, que desde luego son escasos por lo pétreo y la agobiante sudoración, donde el empleo de toda la energía corporal e intelectual es necesaria para alcanzar la cima que la jornada requiere, y así poder escanciar el zumo de la palabra exprimida agridulce, el cual ha sido palpabilidad, goce o vituperio en el fundir de años en un territorio de interrogaciones apeñuscadas o dispersas denominado Colombia.
En su capital, Bogotá, ciudad de acentuadas disimilitudes escriturales, hizo cepa este creador de mundos. De una parte tenemos al escritor literario en los géneros de cuentista, novelista, ensayista y poeta; y de la otra está el editor, librero, periodista y divulgador de cultura. Dos sustancias que modelan por sí mismas un personaje. Sin embargo, el personaje que es Milcíades Arévalo, presenta una singularidad única y diferenciadora que es lo que lo caracteriza en el seno de la literatura colombiana. Esto lo encontramos en esa rara dimensión que es su lealtad y generosidad con el signo convertido en grafía, en el sentido de su continuación, promoción y divulgación. Militante de la otredad, concepción del desprendimiento y del encuentro. Quien esté interesado en hallarlo en su primer mundo, lo ubica como escritor a partir de 1964, fecha en la cual publicó su primer texto literario en el diario El Espectador, en su separata dedicada a la cultura, con un título que convierte en síntesis el tiempo turbulento de ese país, Bajo la luna todos los muertos son iguales. En cuanto a su segunda sustancia, en lo tempo-espacial, se sitúa el 23 de septiembre de 1972 cuando publicó el número cero de la revista literaria Puesto de Combate, de la cual es su fundador y director.
Arquitrave, dirigida por el crítico literario Harold Alvarado Tenorio, quien haciendo uso de una gnoseología literaria debatida en el siglo pasado, que en lo esencial es la interrelación ética entre el creador y su producto arte, herramienta válida en el plano teórico, la ha convertido en la espada de Solimán para cortar cabezas del que esté al frente. El arte que es conocimiento, y en esta condición es el aljibe cristalino que refleja el medio donde se desenvuelve; la pluma de Alvarado es la cristalización de la exacerbación social violenta de la sociedad colombiana, puesto que sus juicios en la mayoría de los casos son diatribas de la maledicencia impotable y corrosiva, produciendo un efecto de pánico entre escritores y poetas. Sin embargo, no todos sus escritos son impotables y en algunos casos su osadía es necesaria. Colombia tiene algunos íconos literarios, entre los que se cuenta el escritor y poeta monarquista Alvarado Mutis sobre quien hasta hace algunos días, nadie hubiera osado escribir un mu; Harold le sacó los trapos al sol, como lo dice el título de una obra de Julio Olaciregui, en una descarga de antología. El patriarca, en tanto que persona, quedó hecho trizas tal como una fina porcelana cuando se cae de un estante de almacén.
La literatura colombiana es el producto de grupos, de corrientes, movimientos, donde lo contradictorio se encresta, produciendo feroces combates los cuales afortunadamente se hacen con espadas de cartón, así sean éstas como las de Harol Alvarado Tenorio. En el panorama, Puesto de Combate es representativo de lo anónimo, empezando porque le da espacio a los escritores de provincias que nadie considera en las grandes ciudades. Ella es lo marginal para el código del establecimiento. Comparte espacio con Ulrika, La Puerta y Punto Seguido. Las publicaciones oficiales las representan las revistas universitarias, muchas de las cuales son excelentes, que desafortunadamente el grueso lector desconoce, debido a que no salen jamás de los claustros.
Milcíades Arévalo ha sido un verdadero heurístico en aquello de ganarse el pan, ése de trigo, para lograr mantener la vida en pie, comenzando porque uno de sus oficios preferidos es el de acumulador y vendedor de libros viejos y nuevos. Sostiene que en su casa del barrio Egipto tiene aposentos que guardan celosos incunables, siendo una de las fuentes que le engulle la mayor parte del tiempo nocturno pasando de una página a la otra, a la luz de un candil eléctrico, en posición de lectura a la manera de Plinio El Viejo. De la cantera de lector voraz ha extraído saberes que son los que le han permitido por años, deambuleos por todos los rincones del país, dictando conferencias tal como lo hicieran los sofistas griegos, donde es abordado por la juventud indagándolo sobre variedad de interrogaciones literarias. También es asesor de talleres de literatura en el uso de estilo y otras técnicas requeridas para lograr dominar el manejo del idioma, igualmente jurado en concursos de poesía y narrativa. Periodista en el diario La Prensa; donde escribía una columna semanal. Fue director de publicidad en “Arte Sancho”. Fotógrafo de flash y de luz natural. Tramoyista de escenario, gerente de banco, corrector de pruebas, diagramador de libros, revistas, folletos y de otras necesidades de la imprenta. Editor de libros y revistas, propietario de la librería El Cid, que existió en alguna ocasión en Santa Marta. Ciudad que bordea el mar Caribe, en cuyos alrededores hay un pueblo de pescadores denominado “Taganga”, codiciado por artistas e intelectuales colombianos y latinoamericanos que viven en Francia, los que ya han empezado a emigrar hacia ese idílico paraje, entre quienes se encuentra el pintor Álvaro Valbuena, amigo de Vericuetos y del suscrito.
Como hemos anotado, Milcíades Arévalo, se lanzó a anaqueles con una obra de teatro que publicó el diario El Espectador, cuando el Suplemento lo dirigía Guillermo Cano, en la capital colombiana, en fecha y título mencionado al inicio de esta presentación. Acción, cimiento de su primer mundo; el otro, el de editor, difusor … lo pergeñamos en los párrafos anteriores. A partir de ese entonces pasarían por las páginas de dicha separata, escritos literarios de Milcíades, sobre narrativa en el género del cuento. No obstante, de haber hecho conocer del público muchos de sus cuentos, mediante lecturas y en distintas formas del impreso, me manifestó por teléfono que es un cuentista inédito en razón de que tiene arrumes en un rincón donde escribe, dejándolos reposar para que cuajen sarro y fundan el aroma agrio del tiempo. Son páginas vírgenes que ninguna otra mano distinta a la de su creador han hecho crujir la hoja en su sueño profundo. A pesar de esto han salido a refundirse en el torrente de la letra impresa algunos libros. Aquí ustedes pueden apreciar dos carátulas Manzanitas verdes al desayuno e Inventario de Invierno.
De Manzanitas verdes al desayuno encontrarán más abajo el cuento “El cachorro salvaje” en español, y también la traducción al francés.
Luz Helena Cordero Villamizar en el Preludium del libro Manzanitas verdes al desayuno, de Milcíades, analizando contenidos textuales plantea:
Hay quienes creen que el autor se esconde detrás de sus personajes
y de sus tramas, convirtiéndose en un dios implacable que gobierna
el universo de su obra, o que a veces se comporta como un cobarde
para esconder sus propias miserias. Pero la obra siempre trasciende al
autor y toma su propia identidad, reclamando el derecho a la libertad
interpretativa.
Lo que Luz Helena llama “libertad interpretativa”, es un hecho objetivo en una obra de ficción, ensayo, poética u otras; es lo que en gnoseología de la crítica literaria se analiza recurriendo a la categoría de lo polisémico. Ésta es una herramienta que mide los contenidos de calidad. A mayor polisemia, una obra tiene más opción de ascender a los significantes categoriales que desentrañan y establecen el verdadero valor de ella. Con la anterior afirmación no se expresa que la polisemia sea un valor determinante en el juicio estético, sino que es apenas uno entre muchos otros. Lo importante aquí es el hecho de que la obra de Milcíades, origina teorización sobre su creación dentro del mismo texto de ficción, y de ello se deriva una consecuencia. Va más allá de su propio producto-arte, entendido en su especificidad, en el ahí creativo. La especulación lo dispara sumergiéndolo en lo general del género, y por esta fenomenología en razón de que presenta un rasgo diferente, queda ubicado en un terreno distinto al de la pura creación. No es solamente la presentación orientadora del lector, sino el inicio de una valoración más profunda.
En conversación con el autor descubrí que es un lector voraz. Sus preferencias en lectura han pasado por todos los clásicos con cierta inclinación por Arthur Rimbaud y Simone de Beauvoir. Me llamó la atención que conociera perfectamente la obra de Henri Barbusse, empezando por Le Feu (El fuego), prix Goncourt 1916. y PleureusesPlañideras), texto poético publicado en 1895. Hablando sobre las futuras promisiones colombianas, me manifestó que presentaban cantera de talento: Juan Felipe Robledo, Felipe García Quintero, Ana Milena Puerta …
Milcíades Arévalo comenzó a ser parte de la materia animada un día 28 de julio de 1943 en Zipaquirá, departamento de Cundinamarca en Colombia. Hombre de amores extraviados en unión libre ha continuado su proyección hacia el futuro con tres vástagos; una mujer y dos varones. Su trabajo en la Marina Mercante lo convirtió en viajero por el mundo, dándole acceso a diversas culturas que fueron raíces nutricias de su bagaje intelectual. En lo que respecta a su instrucción tradicional no tiene ninguna; precisamente es uno de sus orgullos. Me comentaba que en su casa paterna nunca se conoció un libro. La razón de esta ausencia era la carencia de utilidad. Como sostienen los dialécticos, el uno está en el otro; el no tener genera el tener. En la actualidad el escritor se deleita en una exuberante biblioteca, como pueden verla más abajo en la foto de la entrevista que le hizo Libia Acero-Borbón, en Barrio de La Candelaria en Bogotá, donde tiene sus predios escriturales. Los estantes también contienen sus propios textos que han sido traducidos al inglés, portugués, italiano y francés. Olver de León me regaló una Antología en francés de cuento latinoamericano, en una noche cuando trabajábamos a Horacio Quiroga sobre su legendario cuento Anaconda. Por aquel entonces vivía en la calle cours de Vincennes muy cerca de la Place de la Nation aquí en París. Leyéndola encontré un texto de Milcíades.
París, 14 de septiembre de 2009
MANZANITAS VERDES AL DESAYUNO
Preludium
Hay quienes creen que el autor se esconde detrás de sus personajes y de sus tramas, convirtiéndose en un dios implacable que gobierna el universo de su obra, o que a veces se comporta como un cobarde para esconder sus propias miserias. Pero la obra siempre trasciende al autor y toma su propia identidad, reclamando el derecho a la libertad interpretativa. Existe una tendencia general a asociar los contenidos de las obras con referencias biográficas de sus autores, haciendo que las obras se conviertan en apéndices o contenidos miméticos de la vida del escritor. Esta mirada niega a la literatura su poder de vuelo, su facultad de ser un universo propio y su fuerza para transformar el mundo. Las obras son mejores o peores que sus autores y esta suerte de cordón umbilical debería ser roto a la hora de ponderar un cuento, una novela o un poema. Por el afán de asociar el contenido de la obra con la vida privada del autor se han cometido arbitrariedades e históricas condenas judiciales y morales, para vergüenza de la humanidad. Otra cosa es referirse al trabajo del escritor como ser creativo para quien la literatura puede ser un antifaz, una armadura que lo aísla de todo, menos del estremecimiento; el escritor tiene algo o todo de camaleón; la escritura es la creación de un lugar donde el autor se desnuda de trinquetes sociales para vestirse de palabras capaces de provocarle el vuelo.
Milcíades Arévalo, el mismo que hace de la poesía su Puesto de combate, ese mago de las ediciones capaz de hacer surgir revistas y libros como respuesta a los escollos del mercado editorial, aquel eterno niño enamorado de la poesía, en apariencia tímido y casi frágil, juguetón como un gato de cristal, ha creado un mundo en donde los personajes son apenas un pretexto para plantear la obstinada pregunta por la soledad. Porque las tramas de estos cuentos son una y la misma: la angustia por la soledad y esa búsqueda compulsiva del amor. No importa si su nombre es Lavinia, Ana Magdalena, Dinara o Alina, la mujer es siempre la promesa de una felicidad que se escurre entre las manos, que se evade por la ventana para volar en medio de los edificios, que se esfuma en un sueño o se escapa con un puma que acaba de aparecer en el baño. La recurrencia de imágenes y escenas eróticas es un juego permanente que además de incitar en el lector su propia fantasía, le recuerda la angustia por trascender la condición de abandono, la necesidad de atarse a otro o a otra que siempre forma parte de la ficción.
Otra presencia recurrente en estos cuentos es el cuerpo de los libros y las alusiones a la literatura como elemento vital, poder seductor que salva al protagonista de su miseria afectiva. Son los libros la otra cara del amor, la fuerza que llena para no desfallecer ante las cargas cotidianas de un mundo plagado de deberes y normas lejanas o negadoras de lo humano. Los libros y el espíritu que los ha engendrado son lo único que permanece, la única eternidad que, a falta del amor, ayuda a sobrevivir en medio del abandono.
Más allá del insólito Milcíades, misionero de la poesía, la invitación es para que lectores y lectoras se enfrenten sin piedad a Manzanitas verdes al desayuno y en este combate por extraerle sus jugos y desechar sus huesos, alcancen a saborear el amor, el pálpito de la poesía. Tal vez hurgando en sus recurrencias pueda hallarse el antídoto contra esa tediosa compulsión a huir de la soledad.
Luz Helena Cordero Villamizar (poeta y narradora).
Bogotá, D. C., 20 de abril de 2009.