*Poeta en movimiento*
Tengo, Señor, en mi maletín de cuero, hojas de papel bond, una libreta, notas, apuntes, bosquejos, delirios, y la salamandra de una narración. Tengo, Señor, dos lapiceros metálicos, un lápiz, una pluma, cartuchos de tinta, un borrador, una regla, un tajador, un poema esperando, una botella de ron y un kilo de arroz.*
Plaço du Founteto
Dos angelitos
Dos leones
Un angelín
¡Todos carones!
¡Con barbitas de óxido
Y lepra verdín!
Vomitan agua y diamantes
Sobre mariposas crocantes.
El angelín regordete
Tiene un cuerno musical.
Los árboles podados
Le muestran sus formas
Mientras cae y cae
El agua de la fuente…
¡Placita de la Fuente!
La nieve
La cereza de la nieve
Bella y deliciosa
Es un cisne cualquiera.
Los chalets pulcros, suizos,
De metal y de madera.
Los pinos verdinegros,
Estáticos como filósofos.
Y la nieve derritiéndose
Como un helado de pera,
La nieve cremosa, platinada,
Sensual observa al sol…
Amor… ¡la nieve nos espera!
Navidad
Ojalá venga hoy el maestro
Sonriendo como negro
En trineo de fresa
A contarnos el génesis
Del agua y las piedras
Ojalá venga hoy el maestro
Con bata o desnudo
Con instrumentos de belleza
A la gran fiesta espiritual
Y a todos nos convenza
Ojalá venga hoy el maestro
A recordarnos la importancia
De la niñez genial
Con la leche y la tinta
Del Ying y del Yang
Ojalá venga hoy el maestro
A conversar muy alegre
Con nosotros los sabios
Con nosotros los locos
Del gran amor abismal
Bar Jean de la Pipe
En el Prado de los Lirios cerca de Morzine Avoriaz
Cerca del Mont Blanc en la Alta Savoya de Francia
Encontramos al Bar Jean de la Pipe hermoso bar
De madera perfumada con humor risa y amistad
Aquí estoy mirando al cielo y con ganas de dibujar
Los delicados chalets incrustados en la nieve
Los pinos navideños que también miran al cielo
Convertido en un suave ovillo que se desmadeja
Desde la terraza soleada Praz de Lys Morzine Avoriaz
Cielo violeta
Dos nubes cimarronas
Fugando se transforman
En un puñal de gas
El sol relincha
Sobre la costra de nieve
Entre ramas cristalinas
El cielo bruscamente violeta
Sol
La nieve derretida
Chorrea cristalosa
Por las tejas rojas
Hay una montaña
Virgen esta mañana
No es pista de esquí
Chopos de tierra mojada
Pinos de tinta china
La terraza el parking
El sol iluminando todo
Nacimiento del lirio
Hoy nació el lirio amor
Con sus hojitas de perla
Surgió del macetero marrón
Entre corazas de caracol
Lo imagino moviéndose
Como un camaroncito blanco
Hoy te voy a preparar amor
Una bella ensalada de arroz
Le pondré carne del lirio atún
Tomates maíz lechuga sal
Junto con el vino y la montaña
Visión de la nieve luego amor
Lago Lémans
Garzas y gallinetas
Cisnes y patos
Gaviotas intrusas
¿Cuántas variedades
De divinos patos?
Una gaviota con caperuza negra
Un pato con antifaz… ¡Otra garza!
Qué maravillosa paz interior
Hoy querido lago Lémans
La bruma borra el límite
Entre el agua y el cielo
¡Concierto de gaviotas!
¡Concierto de patos!
Suiza al frente
De Suiza sólo conozco a Félix Calonder
Y la gran fama de Guillermo Tell
Del primero su capacidad de generosidad
Del segundo su destreza de arbaletero
Se aglomera lenta la bruma color ceniza
Y las nubes parecen de merengue iceberg
El vitrificado avión del sol aparta a sus ovejas
Y acuatiza en el lago Lémans ese viejo dorado
¡Francia! ¡Alta Savoya! ¡Suiza al frente!
(En febrero del remoto año de 1998 hubo un terrible ¡CRASH! en la frontera franco-suiza que casi nos costó la vida. ¡Así me transformé en el Marqués de Valmante!)
Los inválidos cantan
¡Los inválidos ríen!
En el gimnasio iluminado
Expertos kines de blanco
Masajean los muñones lacrados
Un inválido joven y bello
Es un sansebastían marsellés
Atravezado por tubos cromados
¡Y cuenta chistes de todo calibre!
Hoy buen desayuno, jugo de naranja, tostadas, mantequilla, mermelada y bacon and eggs. Lectura. El Mono gramático de Octavio Paz. Luego, ejercicios respiratorios; luego, Marqués, saldrás ágil en tu silla de ruedas a verificar la ecuación solar. Aquí estoy, en el centro del jardín. Veo mirlos con atuendos de monjes dominicos piando en las copas frondosas de aquellos árboles –pinos, cedros, rododendros. Admiro el castillo de Valmante de piedra blanca rodeado de jardines, sobrio y fantasmal. No hay problema, Marqués. Estás baldado y repleto de morfina, pero hoy almuerzas faisán ¡con papas al vapor y pan!
¡Soy el Marqués de Valmante disfrazado de cojo sudamericano! Aquí, de nuevo en el jardín, comiendo lonjas de jamón de Bayona con amigos en este picnic improvisado bajo un cedro centenario. Pese a estar drogado, tengo ardores de marqués. Fantaseo. Fantasmeo. Sueño. En el castillo del sueño, la marquesa se ajusta el portaligas a la culotte de encaje. La marquesa es marsellesa. Tiene una hermosa cabellera de cobre, y las tetas y el divino trasero de otro metal. Pero también está en silla de ruedas, carajo.
Cada día que pasa me acostumbro más a los espantosos alaridos nocturnos del Pabellón Oeste.
Tranquilo, Marqués, sigue igual, trata de vivir cada día hermosamente, devora literatura de primerísima calidad, recuerda tus amores, tus banquetes, tus fiestas. Cada lectura en su debido tiempo. Ya llegó la hora. Pensamientos para mí mismo, de Marco Aurelio. El Manual de Epícteto. ¡Y ya para de chillar!
Imagina el ritmo y la sonoridad que quisieras inyectar a lo que escribes como un flujo espontáneo –sangre, suero, plasma– de la poesía del ser, respirando solamente, en el jardín, a la sombra del cedro, instalado en tu mejor silencio. Piensa sensiblemente en el canto de los pajaritos y en el chuás chuás del mar. Y eso que sientes, transcríbelo de la manera más simple e intelegible, sin aderezos ni retorcimientos. De todas maneras alguien entenderá o, mejor dicho, será sensible a lo que escribes. A ese alguien se dirige el poema como una flecha caliente, ¡plaf!
Gatos perezozos se revuelcan en el césped entre tu abedul y el ciprés, Marqués.
Las palomas de siempre circunvuelan el castillo que hoy parece de corcho blanco por efecto de la luz… ¡El castillo de teknopor imponente!
En los edificios de enfrente –donde moran los envidiables válidos–, se abren las ventanas francesas.
Aquí, en el reino de los inválidos, los jardineros artistas organizan un esplendor de géiseres con las regaderas.
Allá, abajo, en la carretera sinuosa que nos conduce a la magia de Cassís, pasan veloces los grandes maratonistas africanos, los favoritos, esos que corren a veinte kilómetros por hora, luego la masa variopinta, inmensa. Pasaste seis meses entrenándote para esta semi maratón, Marqués. Era tu sueño. Ahora admiras a los corredores. Rabioso, te muerdes los dedos. Y las ambulancias, desde las alturas de Valmante, vomitan inválidos.
Hoy, observando la procesión de laureles, la majestad de otros árboles, el zinc opaco de las tuberías, el rojo especial de los geranios, las escalinatas de mármol, los pabellones callados, observando sobre todo al reciente amputado del pabellón Oeste –antesala del manicomio para los más frágiles–, siento al castillo bostezando como un monstruo blanco. Su colmillo dolor; su paladar la locura; su sistema digestivo la muerte. ¿Y qué?
Las cigarras veraniegas son maraquitas habaneras. Hay charcos helados reflejando nuestro sol, allá, en la alameda. Se oye el frú frú de los álamos, de los plátanos, de los pinos, de los cedros –sistema encantado de follajes. Veo tu castillo, Marqués, como esculpido por un niño genial en un inmenso bloque de iceberg. De pronto, en las escalinatas… ¡veo a los soldados alemanes de la Segunda Guerra Mundial!
¡No jodas, Marqués! ¡No chilles, carajo! Pierna de palo, pierna de musgo, pierna de harina, pierna de plomo, ¡pierna de lo que mierda sea! ¡Igual da! Tuberías internas. Tornillos. Tuercas. Plástico. Material especial osteosintético. Siete meses acostado, feliz con morfina. « Estuvo el Marqués en el País de Mutilados y no se disolvió –dirán, tal vez, los cronistas del futuro –, lloriqueó y chilló, eso sí. Al final, le llegó al pincho. Siguió viviendo, comiendo, bebiendo, amando. Al final, ¡este Marqués pendejo tiene para rato! »
Yo, el Marqués de Valmante, he logrado levantarme de la silla de ruedas y estreno muletas hoy 14 de julio de 1998, día de la patria en Francia. Respiro a todo pulmón, como si pronto no hubiera más aire; muleteo afanoso bajo las hermosas frondas de los árboles de esta pequeña alameda, orgulloso como un veterano de la Segunda Guerra Mundial. De pronto, el cielo se convierte en una página de Blaise Cendrars. Pienso en Cendrars mientras mis muletas de aluminio sudan y piafan como caballos. Pienso en Cendrars y mis ligeros caballos, ahora, atravezados por el mistral, se ponen a silbar… ¡Se levantó el mistral, Cendrars! ¡Tan fuerte sopla el viento súbitamene! Estás muy flaco y débil, Marqués. Regresa a tu silla de ruedas y siéntate. Muleteo rumbo a ella. Y la pierna pulverizada dice: ¡Crac!
El atardecer incendia y acaricia al castillo. La pelota roja del sol rebota en los vidrios de las ventanas. Habla el sol. « Párate y camina, Marqués! ¡Abracadabra pata de cabra! ¡Caminarás! » En ese momento, siento estos colores como algo bienhechor. Miro mis muletas como pintadas de rojo. Las venas y las arterias quedan atrás, ya lejos. Esta otra rojez es la del músculo naciente. Rojas las tuberías del castillo, rojas las escalinatas, roja la fachada. Estoy solo en el jardín, envuelto por el cielo lila-rojo –como un japonés de la estrella muriente.
Te apareces, Marqués, como una especie de torero insólito en la arena blanca del parking, medio marioneta, medio patuleco. Delirante, piensas: « He olvidado mi traje de luces en aquel hotelucho de San Sebastián. » Imaginas caballos color caramelo con picadores vestidos de luces y noche, cuando aparece un inmenso toro negro… ¡Anda! ¡Atrévete! ¡Tírate al ruedo!
Salgo, como todas las mañanas, al jardín, en busca de frescura mental. Antes, visito el castillo del Marqués; luego voy hacia las escalinatas de mármol sillaruedeando, con las muletas cruzadas como espadas. Hago mis ejericios. Muleteo unos cincuenta metros; luego regreso y me siento. Me distraigo viendo los coches minúsculos que van a Cassís. Y hoy, no sé por qué, me dirijo hacia la ventana del loco que grita por las noches en el Pabellón Oeste. Ahí está. Es grande, flaco y pálido. Hoy no grita. Está sentado tranquilo, feliz con morfina, hipnotizado por la televisión.
El Marqués observa muy filosóficamente sus muletas magníficas: tubos de aluminio regulables, con manubrios de plástico gris y pezuñas de caucho gris. Se desplaza despacio, despacio, muleteando por la hermosa alameda de luz verdidorada. Tiene el don de comunicar con los pájaros. « Me duele horriblemente la maldita pierna », le dice a un cuervo, « la verdad, me la quisiera arrancar. » Y el sabio cuervo se ríe: « ¡Croac! ¡Croac! ¡Croac! »
Una de las borracheras más increíbles, más indispensables, más vitales de todos mis veranos, en los jardines de Valmante, con cojos, locos y amputados. En el castillo brillan tejas plateadas y ocho chimeneas color crema con un techito granate. Estamos en un gran salón lleno de luz cerca del gimnasio. Siento esta atmósfera irreal e ideal al mismo tiempo. No hay doctores. No hay enfermeras. Precavido, abandono las muletas y vengo en silla de ruedas. De todo circula este mediodía sobresaliente, hachís, mariguana, trago. El loco del Pabellón Oeste fabrica sublimes porritos en forma cónica, como los que fumaba Bob Marley; luego pasamos al alcohol: pastís, whisky, martini; luego, una hermosa comilona con vino tinto y rosé… ¡Ah! ¡Llegan los enfermeros! ¡Llegan las enfermeras! Sonríen y participan este día de gracia, en Valmante, con el Marqués anónimo, discreto, con cojos, locos y amputados.
Un ciclista fosforescente pasa veloz por la carretera rumbo a Cassís, allá, abajo. Árboles y coches me obstruyen la visión –sólo unos segundos– a medida que avanza el formidable deportista del verano. Pedalea fuerte y de manera regular. Encorvado y aerodinámico, penetra en las colinas calcáreas, penetra en el cielo inerte, ya se pierde, ¡vuela! ¡Pronto llegará a las alturas de Saint-Giniez!
Las cigarras locas color árbol
Levantan con su canto cri cri
De raíz el castillo de Valmante
¡Soy el Marqués, simplemente!
¡Canten hasta la muerte, carajo!
¡Cri! ¡Cri! ¡Cri! Ahora se diría
Que están serruchando un árbol
¡Y que están moviendo los follajes!
Yo subiré por el cri cri de las cigarras
Hasta el cielo incrédulo y violeta
¡Para pedir amor y cerveza!
Yo saldré de aquí, cigarras,
Con silla y con muletas de aluminio,
Iré con amigos ruidosos a Cassís
A tomar mucha cerveza, y después,
Cassís eterno, a tí volveré,
Al Bar restaurante Le Canaille
A comer mariscos con una mujer
Y después me pondré de pie, ¡lo prometo!
Nubes como medusas quemándose sobre el techo violeta del Pabellón Oeste. Son las nueve de la tarde, Marqués, y recién oscurece. Estás solo bajo los árboles cuando se encienden los faroles de Valmante y las nubes-medusas, ahora rojas, desaparecen.
¡Qué soledad magnífica! Un Renault 5 color zapallo y un Opel vino tinto brillan abandonados este sábado, aquí en el parking. Admiro la oscura corteza de los árboles e imagino su estructura interna, todo, cómo son por dentro, desde los follajes hasta la raíz. Detrás se alza un pabellón nuevo, claro, indestructible, de flamante hormigón para futuros cojos, para futuros amputados.
¡Cuánta soledad en el gimnasio! ¡Qué sensación fantasmal! Las barras paralelas brillan apagadas. La pobre mesa de ping pong tan solitaria. La pobre cancha de básket totalmente abandonada. Imagino los cromados aparatos de halterofilia manipulados por un cojo invisible parecido a mí. Estoy en el cénit de un cansancio inimaginable. Saco fuerzas quién sabe de dónde y sigo muleteando afanoso en este gimnasio que parece de otro mundo. Al salir a fumar frente a las escaleras de mármol, veo al fantasma tangible de Edmond Rostand y al mismísimo Cyrano de Bergerac!
¡La belleza tan difícil de contar! Esta tarde en Valmante, agradablemente crucificado por el cri cri rún rún de las cigarras en concierto. Aquí estoy otra vez, querido Edmond Rostand. Junto a las escaleras de mármol. Junto al cielo. Bajo el sol de Marsella, con mis semejantes lisiados ¡es la hora de la luz, Monsieur Rostand!
Salgo a respirar con avidez el oxígeno irrepetible del 26 de mayo, a mirar los follajes que parecen de metal. Algunos cojos y baldados estrenan prótesis ligeras. Hoy es un día clave. « Es la primera vez que me siento totalmente bien », le digo a los follajes, « totalmente sereno, ¡qué bueno, carajo! »
Al caer la tarde observo enternecido los limoneros, los naranjos, los olivares, los maceteros de geranios. Imagino gnomos y enanos jardineros entre las campánulas y el gras. Veo palmeras africanas idénticas a las palmeras de los jardines de Shirar, a un lado de la maravillosa piscina. Imagino al imperio árabe de la gran época. Córdoba. Bagdad. Isfaján. Al Andalus cuando cae la noche y el Marqués penetra en el túnel de la memoria y del tiempo, cuando se callan las cigarras, cuando se callan los sapos, cuando aparece la luna rosada hoy, año 897 de la Hégira, esta noche de gracia y de paz, aquí en La Ciotat.
Gracias por el humo bienoliente del cordero a la parrilla –costillas grasosas asándose al carbón, perfumadas con tomillo y romero– que vuela transformado en volutas azul claro encima de nuestras cabezas, que viaja y se disuelve antes de llegar a los acantilados, mientras yo me imagino de nuevo caminando por los senderos que conducen a la playa en la oscuridad.
¡Aquí se despide el Marqués de Valmante! ¡Un día cualquiera!
¡Chau, pinos!
¡Chau, laureles!
¡Chau, cipreses!
¡Chau, gatos!
¡Chau, gaviotas!
¡Chau, castillo!
Chau jardines, chau alamedas, chau escaleras, a las enredaderas les digo chau y también a las valientes enfermeras, mujeres perfectas vestidas de blanco, vestidas de verde, vestidas de celeste, todas bellas como camareras, chau cojos, chau lisiados, chau gimnasio, chau biblioteca, chau amputados, ¡ya salí ! ¡Libre soy! ¡Vuelvo a la ciudad! ¡Camino con muletas! ¡Qué va! ¡No camino! ¡Vuelo!