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* CHEMIN SCABREUX

 "Le chemin est un peu scabreux

    quoiqu'il paraisse assez beau" 

                                        Voltaire 

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Publié par VERICUETOS

***Dessin de Kalle Merono***

***Dessin de Kalle Merono***

                                                         por Miguel Rodriguez

   

Azotado por el mistral feroz en una esplanada de la estación Saint-Charles, mirando soñador hacia las alturas de Notre-Dame-de-la-Garde, que parecía volar, se me ocurrió llamar a Mario para informarle de mi arribo inminente a Lutecia. « Hola, mi Doble », lo saludé. « ¡Qué tal! ¡Qué gusto! ¿A qué horas llegas? », respondió entusiasmado.  « A las 13h 51, mi Doble »  « No confundas la realidad con la literatura », dijo, « ¡De eso podemos hablar bastante! », repliqué. Ya en el tren, confortablemente instalado, pensé que en esta fisura de probable confusión vive el arte alimentándose de ambas. En ese momento, se me ocurrió esto que escribo, de nuevo rumbo a París, patria de demonios, ahora que he de comentar una reciente propuesta poética titulada Postes Azules, último libro publicado por Mario –aunque el último libro sólo lo publicamos, o no, antes del zarpazo de la muerte.

      Es preciso señalar, informar –o recordar para quienes lo sabemos– que el autor ha escrito (una novela de apretada escritura cortante), El Testamento de la tormenta, que vio la luz en España, el año 1997 del pasado siglo; en la presente centuria, se publicó en Lima otra novela sacada del ojo del huracán, Su Majestad el Terror.

      Para comentar ciertos aspectos de esta obra recién salida del horno, Postes azules, debo, necesariamente, referirme a esas novelas de fuerza peculiar, tormentosas como los títulos cuya gravedad estremece. Detalles impactantes de la portada de la primera: un cuadro de Giorgio di Chirico. Un busto grecorromano sumido en la sombra. Perfiles, fósiles. Una coliflor de lava que, tal vez, representa una explosión. Se presiente algo como laberíntico, enigmático, con telón de fondo fantasmal. Es un libro poblado de corredores y pasadizos ciegos donde el artista persigue obcecadamente, para matarlo, a un monstruo que al final descubrirá emboscado en sí mismo. En la portada de la segunda obra, observamos con la misma estupefacción maravillada, una tela de Bruegel el Viejo, El juicio final, donde podemos apreciar, entre otros detalles terribles, un ejército de esqueletos. « Estás condenado a ser tú mismo » « Serás tú mismo o no serás », parece decirse el autor surgiendo sobresaltado, transpirando, entre los flashes delirantes del insomnio. Pero recordemos. El yo es otro y el poeta es verdaderamente ladrón del fuego, es el Gran Enfermo, es el Gran Criminal, es el Gran Maldito y el Sabio Supremo. De modo que el despliegue erudito, las citas que remiten a otras citas, las referencias y la plétora de epígrafes no son superfluos en modo alguno: son indicaciones –aunque sólo el autor tiene la clave. Podemos sentirlos como tanques de oxígeno que necesitamos para bucear en estas aguas profundas. En las aguas del Phlegeton, que era un río de fuego, por ejemplo. Paralelamente a este recurso, podríamos reprocharle la utilización del intelecto como una especie de arma punzocortante, pero se trata de una constante estilística. Esta erudición libresca expuesta con cierta obscenidad puede distraernos –o no– de lo narrado, pero insisto: se trata de una invitación al laberinto. El poeta nos muestra las grietas. Las fisuras. El terreno minado. Los bordes del cráter. La zona central, que es el vacío, cuyo correlatos se traducen con las palabras fragmentación, dispersión, desolación, desterritorialización u otras formas de muerte.

      En Postes azules y en la obras anteriores evocadas, este leit motiv de la muerte no aparece como lo contrario de la vida, sino como un simple movimiento en el fluir incesante del río vital: como un detalle significativo, como un recordatorio de la condición humana. Este aspecto elíptico, recurrente, obsesivo, que también podemos observar en un libro de relatos aún inédito titulado Las Brujas de Auschwitz, reluce. Los demás temas o zonas neurálgicas son expuestos como trozos de carne en un mostrador de aluminio. Además, el febril escritor, habitante o buzo del Phlegeton procede      a una serie de asociaciones, luego a otras, y a otras, y así hasta el vértigo.

      En este libro de lava se recopilan textos escritos a lo largo de un cuarto de siglo por lo menos, y su distribución no es cronológica. Aquí, siento como variaciones sutiles de los mismos signos traumáticos. El poeta revela una visión completa o totalizante que supone una estética de lo horrendo, una teoría poética de la putrefacción y, como él mismo dice, de « un estética de la guillotina ». En este sentido, se puede hablar de unidad temática, de pulso y sello personal identificables en el transcurso de sus obras; también podemos vincularlo con un como síndrome permanente de destrucción que lo incluye, que lo envuelve y hace suyo en esta ciudad del fin del mundo que es París. París. Según la óptica, es posible imaginar a París como una entidad más cruel que una mujer sedienta de sexo absoluto, cuyo cuerpo magnífico ignora el alfa y el omega del orgasmo, y cuya alma es totalmente incapaz de dar amor; sin embargo, nos atrae, nos fascina, nos hechiza. Quien ha recibido crueldad, sabe dar crueldad. Tal es París, la ciudad violada y por ende la ciudad verdugo. Por un lado el jolgorio y el arte; por otro, la soledad y el taurobolium. Hemos venido aquí para sacrificarnos y, de paso, a sacrificar a otros. O a nuestro otro yo. A nuestro otro cuerpo. El poeta de Postes azules es afecto a este tema del cuerpo y los cuerpos, pero del cuerpo como un bulto anómalo, absurdo, que escapa provisoriamente de la nada, nace, crece, ama o no, goza o no, sufre con certeza, luego muere, muerte que lo redime de su absurdidad. La escritura, por momentos, muestra un cuerpo supliciado y la acción de un verdugo invisible que decapita un poema para que surja otro con cabeza nueva, brillante, sanguinolenta, embadurnada de placenta como el cráneo de un recién nacido. Es que las fuerzas que nos sobrepasan han practicado sobre nosotros el taurobolium. El taurobolium es un antiguo sacrificio expiatorio en el culto de la diosa Cibeles –la madre de los dioses que inicia a Dionisio en sus misterios que se transformarán en los Misterios de Eleusis –cuando el sacerdote oficiante hacía que le vertiesen la sangre fresca y caliente de un toro recién degollado. Estos poemas escritos al filo de la navaja, al borde del abismo y a punto de saltar hacia éste, poemas escritos bordeando cráteres y mirando, abajo, la lava borboritante, constituyen una exploración de los infiernos del ser. El dionisio celebratorio se ha transformado en Minos o Radamante, o sea, en un dionisio plutónico, tanático. Puedo aventurar la hipótesis que la disposición tipográfica de los poemas obdece a la teoría de la fragmentación, incluso de la pulverización, y que se refieren sensiblemente a la incertidumbre del ser y del existir en la infinita soledad del universo y su correlato la urbe moderna, ya sea Lima o París. En las obras anteriores y en ésta también, la cartografía es interna, y sentimos que quiere sugerir otra cosa, como el significado, según quien lo mire, de un cuadro metafísico de Giorgio di Chirico. O como ese cuadro de Rembrandt donde vemos a un buey despellejado y debidamente decapitado colgando de un gancho, o de pronto como algo alusivo a la inmolación. Como si el poeta hubiera absorbido toda la desolación del mundo, toda la violencia del mundo, todo el horror del mundo, toda la angustia del mundo, todo el sufrimiento y el dolor del mundo puesto que él no es diferente del mundo. El poeta es el mundo y viceversa. Cada ser humano es el mundo y viceversa. Como si el poeta fuera un sismógrafo o antena sensible que capta los movimientos tenebrosos del mundo en sí mismo. También en Postes azules, como antes en las dos novelas que lo anteceden, parecería que el autor se ajusticia implacablemente a sí mismo –o que es ajusticiado por las fuerzas obscuras del mundo que también residen o medran en cada quien. Ese cuerpo martirizado, flagelado, clavado, flechado, supliciado puede ser considerado como un cuerpo crístico. El poeta sobrevive en zonas traumáticas que conmueven al mundo, pero no experimenta, en ningún momento, la vieja virtud cristiana o budista de la compasión, que consiste en sufrir y sentirse solidario con el mundo. Al contrario. Siguiendo el hilo conductor subterráneo a la corteza escritural, podemos concebir al mundo no como un cuerpo redimible o digno de amor o compasión, sino como un cuerpo despedazable, destruíble, decapitable –o devorable. En todo caso, suprimible, como quería Sade por contraste al cuerpo amable exaltado por el Christos.

      Hay en cada una de las composiciones agrupadas en este poemario, médula, linfa, nervio, sangre, uñas y pelos –como si el autor hubiera dejado retazos de sí mismo al concebirlos. Temas como el deshaucio del ser, la soledad cósmica y el sentimiento de abandono o derrelicción, la fragmentación, la desolación, también el tema del doble, el tema del escritor asesino van y vienen, gravitan de todas maneras hacia un centro neurálgico: la nostalgia del silencio primordial y la obsesión del vacío. En este contexto singular, surge el paraíso perdido de Piura con sus imágenes idílicas y paisajes tiernamente descritos, el paraíso perdido vigente en nuestra memoria y que, tal vez, en nuestros mejores momentos, volvemos a encontrar en un simple día de sol, o en el canto de un pájaro, en una diáfana paz del alma.

      De cierto modo el autor pertenece a la prestigiosa estirpe de los llamados poetas malditos. Rimbaud fue un poeta maldito; antes que él, Baudelaire y Gérard de Nerval; después, Antonin Artaud. Antes, François Villon; después, el Conde de Lautréamont. En el ámbito de la lengua inglesa, William Blake, Edgar Allan Poe, Ezra Pound. Durante su acción en el mundo, el poeta maldito se juega la propia vida e incluso su filiación con la cordura, pues no teme investigar los más tortuosos e incomprensibles meandros mentales de la criatura humana. El poeta maldito padece en carne propia la evidencia de su conflicto con el mundo. Su desacuerdo con éste, genera división, dispersión, caos. Aquí, no es inútil recordar la etimología de la palabra « diablo », que es diabolos o diabolus, y que en griego quiere decir « el que divide » « el que desune » « el que destruye ». El poeta de Postes azules percibe este conflicto y esta división en su entorno social y especialmente en el aparato societal –cualquiera que fuere– y que rechaza, rechazo que lo empuja a percibir o intuir este aparato como una maquinaria mortífera, como un ente amenazante, como un bloque monstruoso y paranoizante cuyo funcionamiento se haya en las antípodas de los ideales que propugna. El sentimiento de absurdidad resultante se derrama como un barniz naranja rojizo sobre ciertas superficies de los poemas, y se puede decir que los ilumina.

      Aparte de las reminiscencias piuranas, no se avizora paraíso posible en la descarnada visión propuesta. Este inquietante « primer hombre expulsado del paraíso » nos conduce y nos sumerge en la sangre y las vísceras del monstruo que nos habita, en las aguas de fuego del Phlegeton. Aquí, la poesía consiste en expresar lo espantoso y lo supremamente horrendo con las armas de la belleza –como la carroña de Baudelaire. Aquí, veo la sobrecogedora tela de Edvard Munch, El Grito, a la cual sobrepongo El Aullido de Allen Ginsberg como fondo sonoro para mostrar esta figura totalmente única en la poesía peruana, y para rescatar esta voz inconfundible para quienes hemos explorado, entre el goce estético y el espanto existencial, entre el deleite y el horror, la expresión poética que lo manifiesta. El movimiento caótico, fragmentado, inconexo en apariencia, repta hacia la claridad de la conciencia a través de la deflagración de la escritura. Esta es concebible como una antorcha ontológica que alumbra con la pureza del mal. La escritura exutorio también puede ser redención. Porque sólo la escritura,  o sea la operación catárquica por excelencia, le permitirá considerar su presencia en el mundo. El poeta hace suyas las palabras de George Bataille. La literatura es lo esencial –o no es nada. Es el arte de Mario Wong.

 

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