PARIS CON AGUACERO
PARIS CON AGUACERO
por Miguel Rodriguez
Aquí está la cámara. Aquí está el obturador. Aquí está el botón que todo eterniza, que todo fija, el líquido de platino es negro y la visión total como el viento. Quiero ser fotógrafo. Soy un mirón. Entonces aparece Mary Morante con sus catedrales sicilianas y caleñas de Barbès. Acaba de llegar de Colombia, de Cali, del barrio San Antonio, conoce a mi amigo el poeta Ignacio Morales, llueve a torrentes en Cali y yo me voy del Peñón a Libertadores, luego regreso a San Antonio, la busco, es muy peligroso, su ex novio tiene pistola y seguro que sabe disparar. Pero hoy estamos en París, ella es bastante comelona, le gusta el desayuno salado, quiere una chuleta de chancho, se la preparo al instante, descorcho una botella de vino ¡Ploc! Le quito el sostén y aparecen las catedrales de Barbès. Son duras. Están muy paradas, es increíble, no necesitan sostén. Soy un niño. Soy Fellini, el gran adorador de madonas cuyos bellas tetas son grandes, infinitamente chupables.
–Peladito– me dice y yo chupo y chupo, le miro a los ojos al hacerlo, se supone que soy un bebé.
Estamos más locos que estos idiotas que no sonríen. Me dices vamos hasta la Porte d’Orléans, quiero mi guitarra, quieres, necesitas tu guitarra, y aunque es un viaje a la China vengo contigo. Mil estaciones de Metro. Hace frío. Compramos cervezas Heineken de medio litro. Una vez en tu cuarto nos besamos. No te quejes, Mary querida. Tú no has conocido esas maravillas lúgubres llamadas chambre de bonne, las buhardillas, donde no hay nada, no hay baño, no hay cocina, y para cagar uno tiene que acuclillarse en una fosa que le llaman turca. Hace un frío de los mil demonios y no puedes subir la calefacción porque cuesta muy caro. Y los vecinos también están locos, no se puede ni respirar sin que se quejen, bajen, te toquen la puerta, te amenacen con llamar a la policía que de inmediato viene, te toca la puerta pero yo soy insolente y los mando a rodar, es decir a que coman mierda, pago mis impuestos, soy ciudadano, qué me vienen a decir, carajo. Pero allí están, incólumes y recios. Vestidos de azul marino feo con galones, kepí y charreteras de brigadier. Me parecen ridículos pero son honestos funcionarios, son trabajadores, me flagelo por insultarlos mentalmente, al final de cuentas no se necesitan tantos adjetivos. Y quieren que bajemos el volumen de los vallenatos y de la cumbia que nos divinizan, me siento en Curramba y tú eres mi diosa de los Mangones, seguro que sabes hacer sancocho y patacones, eres mi afrodita criolla durante los amores que nos redimen de la soledad, sólo unos minutos, unas horas, después hay que dormir, hay que morirse, pero yo soy insomne, el búho de mis ojos parpadea buscando la luna de París, aquí en Barbès Rochechouart, allá en la Porte d’Orléans, se cae la cerveza y siento que los astros se arrodillan mientras te lamo el sexo. Tienes mucho pelo en el triángulo –en la pastilla, como dicen los cubanos– en la cuca, pues. Deberías cortártelos un poco. Están muy largos y enrulados. Córtalos y aféitate. Para amarte mejor, caperucita caleña. Roncamos. Ambos roncamos fuerte. Y estamos ahítos de alcohol y perdición como de no sé qué sustancia, para amarte mejor, sin condón. París con aguacero, París de mierda. Tienes razón, aquí no hay estrellas, el cielo negro tupido, nubes y lluvia, está muy vallejiana esta malparidez, nadie habla, sólo veo fantasmas, pero entiende por favor que las estrellas somos nosotros, brillamos, las galaxias que se mueran. Si me dices vamos a hacer la manga en el Metro voy contigo, hago la manga, y después nos vamos a comer en un restaurante de clochards. Me gusta el que está en Odeón, donde sólo aceptan a borrachos. Dan una sopita que nos conmueve las tripas. Está caliente. Y en este invierno todo lo caliente es una bendición. He llegado al estrato más ínfimo de la condición social y seguramente humana, al décimo círculo del infierno mental, le debo 40 mil euros a Francia, cinco mil a los amigos, el fisco me persigue, los acreedores y los fiscales de hacienda me persiguen, ya han subido hasta aquí, no les he abierto la puerta, quieren quitarme la computadora portátil, te imaginas, es lo único de valor que tengo, estoy pensando seriamente en este asunto de ser clochard, pero no me la quitarán, soy millonario en verdad, los miserables son ustedes, y con esas ropas tan horribles, parecen cuervos, parecen agentes funerarios. Y con ese maletín de Kafka. Llueve. Llueve y llueve, como en la canción de Serrat, parece que nunca parará de llover. En verdad, es el maldito aguacero. ¿Y por qué no vamos al puerto bendito de Buenaventura, pasando la cordillera? A ver, dios, llévanos al kilómetro 18 de la Carretera del mar, para beber aguardiente helado, leche de cabra y meter perica después, a ver, a ver, arráncanos de este París con aguacero, de este París de mierda. Por el momento vamos al cementerio Père Lachaise, aquí dan comida gratis, vienen caravanas equipadas con todo, ultra modernas, limpísimas, nosotros los clochards hacemos cola. Sinceramente, prefiero la sopa de Odeón. Y aquí hay muchos muertos además. Todos aquí abajo. Sonríen plácidos bajo tierra, incluso Marcel Proust. Y nosotros caminando encima de estos esqueletos, de estos manotazos de polvo, de esta nada, felices o fingiendo ser felices en el instante que nos corresponde, o sea cuando dan la sopa. Lo único malo en Odeón es que no dan trago. Agua. Mira qué insulto. Agua, pan y esa sopa tan rica. Babeamos por esa sopa. La saliva enloquece. Y la tipa que sirve me mira como mirar un marciano porque, pese a todo, estoy bien vestido y perfumado, tengo mi carnet de clochard, me lo han dado en laMairie de Paris neuvième, alcaldía o municipio, soy un mendigo oficial pero mantengo la elegancia, aunque la elegancia no tiene ropa. Robert de Normandía tiene una estrategia genial, pues todos los clochards somos genios. Hay que comprar dos litros, dice Robert, y tomarlos mientras hacemos cola, glú, glú, glú, de modo que llegamos a la sopa eufóricos. Todos hacen lo mismo, llegamos cocinados, semi tiesos, a tomar la sopa y a morder ávidos las baguettes. Yo no tomo agua. Antoine de Alsacia toma y la escupe. Nada importa. Esta mujer caleña que me gusta tanto sonríe a la derecha, también le encanta la sopa, sonríe y sonríe, por eso entre otras me encanta, sonríe aquí en París con aguacero, qué belleza. ¿Y qué tal si todo es una artimaña de mi desesperación, qué tal si todo es un paliativo ilusorio de la horrible soledad, de esta horripilante soledad en París de mierda? De un manazo espanto esta idea, como espantar a una mosca. En eso se nos acerca una joven clocharde polaca, está medio loca, es muy bonita, medio pelirroja, seguro que tiene rulitos rojos en el pubis, está muy sucia pero huele bien, qué raro. ¿O será que ya se me atrofió el sentido del olfato? Otro manazo. Es una erudita la polaca. Conoce al revés y al derecho a los lingüístas del Círculo de Praga, y a mí qué chucha. Ha escrito una tesis sobre Roman Jakobson, y a mí qué chucha. Y también sobre el lenguaje infantil y la afasia, bueno, ésto sí puede ser interesante. Es muy bonita, tengo ganas de besarla. Quiero que nos acostemos los tres. Que ellas se amen y que me amen. Que nos amemos. Para empezar, miro. La polaca es una roja zanahoria completa, desde el pelo hasta el meñique, las uñas rosadas y casi transparentes. Es una diabla. La caleña también es una diabla. Son dos diablas, diablas de verdad, no diablesas. La diabla número dos me manda a comprar pan de bono, tiene antojos, de pronto la he preñado. No sé adónde voy pero voy. Estoy en Santiago de Cali bajo un nuevo chaparrón tropical, busco pan de bono, le obedezco, muevo cielo y tierra para encontrar el puto pan de bono en San Antonio y el Peñón, en San Cayetano y los Libertadores, en Santa Rosa y el Calvario, en Sucre y San Pascual, maldita sea, en Bretaña y Alameda, pero no lo encuentro porque estoy en París con aguacero, no en los Libertadores o la Libertadores. En ese momento les tomo las fotos, están desnudas y aptas para el amor en la imaginación, son serpientes cascabeles, son cobras, son boas, yo soy un flautista hindú, no me obedecen, obedecen a mi flauta, se yerguen y danzan. La polaca habla de Saussure y la Morante toca guitarra. Me siento como Tutankamón, como Julio César, como Gengis Khan. Y esta maldita lluvia, este maldito aguacero que no ceja. Te quiero comer los astrágalos, Mary. Tus ubres de afrodita me las como con ají. Y a tí, polaca, quiero sorberte las vísceras, ¡glup! con una avidez de clochard normando que come ostras, ¡glup! ¡Glup! ¡Glup! Quedas totalmente vacía. Ya ni siquiera sangre queda en tí, me lo he tragado todo y tú sonríes. Y nos has explicado tan bien eso de salvaguardar el significante lineal en el eje de lo sucesivo donde la relación con la palabra está in praesentia, en series paralelas, en un eje de simultaneidades, en una serie mnemónica virtual. Las oposiciones constituyen el valor del signo, dices. Mary Morante dice que estoy loco porque me obstino en comprender, sucede que ella no comprende las formas opositivas in absentia, esas que según la polaca y Saussure dan origen al signo lingüístico, las cuales pueden ser inherentes al mismo in praesentia, constituyéndolo. La verdad, no entiendo nada pero sigo tomando fotos, ahora la carótida, el cuello, la yugular. También el impacto de tu rostro de 40 años delante del cual me derrito, y de tus labios tan finos y golosos que me llevarán con toda certeza hasta ese foso de delicias que los necios llaman la perdición, no me importa, soy artista, soy poeta, soy borracho y loco, quiero ir contigo, llévame adonde quieras que te sigo. Llévame por abismos, cañadas, riscos y desbarrancaderos, llévame nomás, ya que repites que estoy loco, llévame, llévame, te sigo como ayer, como un perro, hasta la Porte d’Orléans, te sigo hasta Cali, llévame, atrévete. Ahora te veo el talón de Aquiles y la raíz del músculo que sube gozozo hasta tus corvas, eres muy linda de verdad. En la articulación se quiebra la línea, rótula y rodilla ahora manejan tus pieles que suben, la cortan. Y recién entiendo que soy demasiado distraído. Hemos hasta hoy pichado como treintaisiete veces y nunca me fijé en la belleza de tus rodillas suavísimas. Mátame por eso. Por haber ignorado las pirámides de tus rodillas. Es que estaba en la avenida Bolívar comprando el pandebono que me mandaste a buscar, tragona. Mátame. Y la polaca se ríe. Sigue hablando de Jakobson. Y Mary me besa. Y suelto el amor lácteo en esos amasijos con las dos. Sinceramente soy feliz o creo ser feliz in excelsis. La polaca se queda sola, monologando, delirando cuando nos escapamos y yo todo pegosteado. No quiero nada más aparte de que pare esta maldita lluvia, este maldito aguacero, para que salgamos, para ir a un bar de Montmartre que te gustará, y que venga la polaca también si quieres, copas de Beaujolais Nouveau y papas fritas o aceitunas verdes. Un segundo. También tu ombligo es hermoso, no lo había visto, no me había fijado en él, es un cráter suave, es un volcán y erupciona como tus eructos, estalla gozozo como la delicia de tus flatulencias, revienta: es tu ombligo sacrosanto. Es Thor. Es Zeus. Es Wiracocha. Es tu ombligo, c’est tout. Un ombligo como el tuyo no necesita explicación ni referencias huevonas. Es tu ombligo. Por allí te han cortado el cordón umbilical, le han hecho un nudo. Sales como una fruta roja brillante de la prolongación de tus vísceras que telefonean a tu sexo para decirles que Jakobson afirma lo siguiente: el sistema vocálico de la lengua turca tiene ocho fonemas:
O a o e
U y u i
Según la fórmula matemática de las combinaciones, podemos detectar veintiocho distinciones, o sea veintiocho relaciones binarias... Yo prefiero seguir caminando por las calles de Cali, visitando los monumentos, los centros comerciales, los centros recreativos, los hoteles, los clubes sociales, los parques, las cervecerías, los cines e incluso las notarías, que la polaca se baje el horrible calzón de clocharde, y que la Morante me siga besando y diciéndome peladito. La terminología disociada y las unidades fonológicas me importan un culo, por decirlo así. Los fonemas que se mueran, así como las oposiciones fundamentales, sólo me interesa Mary con sus catedrales de Barbès, tan tiernas, tan suaves, con esos geniales pezones que miran a Venus, los acaricio totalmente esclavo y sigo chupándolos. La polaca arma un troncho con rapidez y eficacia de viciosa. Ya está. Lo prende mientras yo trato de arrancarle las botas de clocharde y suena un bolero. De regreso a Cali el pandebono quema en las manos, y la mariguana fumada en el parche dura cien mil horas, me siento en paz con este negro universo de vías lácteas y andrómedas, uf, qué alivio. Camino ahora por el Lido y Nueva Granada. Entiendo la palabra tenaz aquí en la capital de la salsa y el deporte. ¿Cuántas discotecas hay aquí? ¿Cincuenta? ¿Cien? ¿Ciento cincuenta? El taxista dice que la perica está barata, y que en tal sitio hay chicas pícaras con tremenda fuerza que pueden ser de su interés, doctor. No entiendo por qué me dice doctor, pero lo soy al parecer. ¿Tengo cara de doctor, Mary? Creo que no, para nada, al contrario. ¿Qué cara tiene un tipo a quien le gusta que le llamen doctor? No sé; pero aquí en Cali uno dice eso precisamente, llámeme señor, porque doctor es cualquier hijoeputa, ese que pasa por la vereda de enfrente, ese con terno y corbata, ese, el mafioso. En el parche todos estamos tiesos y ahítos de bazuco, metemos bazuco como locos, lo malo de esta porquería es que es muy rica y uno no puede parar, arme el otro, viejo tal. El bazuco es un caramelo pernicioso, al día siguiente uno apesta a kerosene, buenas noches, doctor.
Ahora regreso al obturador-iguana y estudio con ojo anatómico tu perfecta desnudez, la cual, incomprensiblemente, quiere esconderse en las tinieblas de mi studio, apaga la luz, peladito. No la apago. Recién veo las columnas italianas de tus piernas medio acariciadas por el cuarto menguante del foco que apunta a la pared, al lado de mis libros. Y tú quieres fumar. Bueno. Te paso el cenicero, enciendo el cigarrillo y te lamo la teta derecha, es mi preferida. Dices que soy un niño edípico, freudiano, y que tú eres mi mamá. Tú no eres mi mamá, corazón, eres mi mamacita, c’est pas pareil. La luz amarilla de la vela indaga con mis ojos el fragor de tus piernas más suaves, más tocables que las estatuas griegas del Louvre. Me acaricias el lomo y yo gruño más feliz que un perro del infierno, como dice el poeta. Miro todo con la luz tan escasa. Tu complexión, tu configuración, tu delgadez comedora de chuletas y de pandebono, tu altura. ¿Quieres chocolate con leche? Pues no jodas, mi amor, estamos en París con aguacero. Déjame mirarte antes de comerte. Aquí está la cámara. Es mi ojo derecho, el izquierdo lo tengo medio tuerto, el análisis oftalmológico dice que se detecta en el maldito ojo la presencia de una bola de desprendimiento del neuro epitelio asociada a micro exhudados por la reabsorción de Elsching. Por eso te miro pausadamente con el ojo derecho, pónte mosca, es el ojo de Tanatos. El izquierdo, celoso, parpadea y se queja. Reclama. El también quiere ver los caimos, las churubas y los chontaduros de tu sobaco, de tu muslo, del quiebre perfecto de tu cadera. El ojo izquierdo está celoso de verdad, habla de la inyección florescente, esa mierda que me han puesto en las venas, después orino verde o azul.
–Quiero un mango biche con sal– dices, y yo salgo disparado a buscarte el puto manguito.
–¿Qué más quieres?
Estás o te has vuelto loca como yo, lo cual no me extraña, estamos en París con aguacero, estamos en París de mierda. Quieres anones, caimos, más churuba, más chontaduro, granadillas, guamas y gulupas. También quieres guayabas, madroños, mamoncillos y esa fruta idéntica a tu papa que se llama lulo. Jugo de lulo. Seguro que también quieres jugo de lulo.
–¿Qué más quieres?
–Quiero ver tu ojo.
Me miras el ojo con cara de bruja. ¿Qué ves? Ves eso. La angiografía centrada en el ojo izquierdo coincide con las alteraciones del epitelio pigmentario cerca de la región macular con difusión de colorante bi polar en la zona infra macular. Pero mi ojo bueno se fija en tus tobillos finos, en el talón de Aquiles tan dibujado, en tus falanges como de cristal, en tus uñas de afrodita caleña, es cierto que son como las flores. Soy un especialista en anatomía y en organología. Admiro la suavidad y la forma cuasi basílica de las piernas. También admiro el costillar y la supra espina, así como el vientre duro y la torcedura de los riñones. En todo caso, el cuerpo que habitas es constitucional, complexionado y vascular. Tú estás allí adentro. ¿Estás o no estás? Y quieres traer a tu ex novio, a tu hija, a tu perro, a tu gato, a tu casa, pues trae también al jardín, a las flores tropicales y al gallo. Trae todo. Trae también a tus vecinos porque aquí en París con aguacero los vecinos no se hablan. Aquí te espero con aires de taxidermista, de empleado de la morgue cerebro espinal.
–Quiero mangostinos, mamoncillos y maracuyá, peladito.
¿Y qué más quiere? Pues quiere todo, perros, gatos, ex novios, ex maridos, tomates de árbol, uchuva y zapote, eso quiere. Y encima una carretada de mango biche con sal. Subo por las piernas hasta el culo tan hermoso y duro. En la parte inferior de la columna vertebral hay un bultito que aprieto. Este es el mango biche auténtico. Y ella quiere comer, siempre quiere comer, yo le preparo de todo. Tiene un bultito apretado en el cóccix. Es mordible. Lo muerdo, pues, lo lamo. Luego le chupo el culito y ella dice que no quiere, pero bueno, sírveme otro whisky. Amo a esta Giovanna la Loca tan linda, que ella me ame o no nada importa, lo único que importa es el amor, este monstruo que me atravieza. Estamos en el bar Le Panorama, aquí, cerca de mi casa, en la esquina de Barbès con Gerando, atienden hasta las dos de la madrugada, es aquí donde vengo a ver los partidos de fútbol de la Champions League. El fútbol y la literatura son dos monstruos de mi predilección, otras cosas también, pero en grado menor, como algo regular, sincopado, y no me emocionan tanto... ¿Nueva Granada? ¿Santa Isabel? ¿Belén? ¿Siloé? Veo las estatuas respectivas de un tal Joaquín Caicedo y Cuero y la del tal Sebastián de Belalcázar. Veo a un tal Jiménez de Quesada en la Costa Pacífica donde los negros universales bailan currulao moviendo todo el cuerpo, zumban, truenan, relampaguean. Los pies descalzos se incrustan en la arena y fluye como un Orinoco, como un río Magdalena, como un río Pance el aguardiente. También fumamos esta yerba tan buena que le dicen moño rojo. Pargos rojos y arroz con coco. En eso llega un señor barbado, con armadura y casco de conquistador, de pronto con un arcabuz en la diestra, sobre un jamelgo piafante, un tipo llamado Belalcázar, el fundador de la ciudad donde naciste. A la llegada de los invasores españoles, estas tierras estaban habitadas por las tribus indígenas de los Calimas, los Jamundíes y los Quimbayas, divididos a su vez en otros grupos menores como los Lilies o Lilíes, los Calotos, los Bugos, los Buchitolos, los Guacaries o Guacaríes, los indios, los falsos indios, los habitantes de los Pueblos Originarios de las Américas que antes cómo se llamarían, indios que bajo el mando del cacique el Petecuy, versión caribe de Túpac Amaru Segundo, opusieron feroz resistencia a los invasores barbados y cara pálidas, hasta ser dominados por las armas de fuego y también debido al carácter pacífico y gentil de los indígenas o falsos indios. El descubrimiento del Valle del Cauca tuvo su origen en la expedición de Francisco Pizarro al Perú, qué te parece, Mary, en la que venía el tal Belalcázar, quien después de fundar la ciudad de Quito decidió continuar la búsqueda adivina de qué, pues del Dorado, díme si te das cuenta, ¡El Dorado!, Mary Morante, y nosotros en París con aguacero. Belalcázar, Pedro de Añasco y Juan de Ampudia son los primeros europeos en hollar con sus católicas pezuñas la Hacienda de Cañas Gordas donde se establecen el día del apóstol Santiago y se olvidan de El Dorado. Tres años después Belalcázar traslada el caserío a las estribaciones de la colina San Antonio, donde se funda Santiago de Cali. Yo creo que Santiago de Cali es como un híbrido de apóstol y algo quechua. Y no creas que Santiago de Cali es único. También hay Santiago de Compostela, Santiago de Chile, Santiago de Cuba, Santiago del Estero, la patria de Leo Dan. Si no me equivoco, Cali es el nombre del río Cauca, y significa llanura, ¿sí o no? Aquí, nuestras soledades se miran frente a frente, son bestias mito-psicológicas en el horrible París sin plata, en el París de la clochardización, del estrés, del aguacero, de la depresión, de la repetición del delirium tremens, o sea en París de mierda. Me imagino que con plata, sin monstruos y sin aguacero debe ser el paraíso, por el momento es simplemente París con aguacero. Salimos rumbo al Metro Anvers pero yo me siento en la Plaza Caicedo. Y mirando los árboles recuerdo a un futbolista que le decían la Mosca Caicedo, jugaba en el Deportivo Cali, con Zape y Diego Edison Umaña, llegaron hasta la final de la Copa Libertadores en 1979 con Willington Ortiz, me acuerdo muy bien, golearon a mi querido Alianza Lima en Matute. Y nosotros caminamos medio ateridos en este frío parisino sin estrellas, sin andrómedas, sin osas polares, sin ni mierda. A ver. Aquí está la cámara. Muéstrame la yugular y el cielo de tu carótida este sábado azul tan hermoso, de pronto me siento en verano, veo un lago del sur de Francia, el sol destella, la brisa mueve los follajes, cantan los pajaritos y los insectos zumban como el silencio... ¡Oh Aix-en-Provence! ¡Oh Marsella! ¡Ay, París con aguacero! ¡Ay, París de mierda! Aquí la gente se vuelve loca. No sé muy bien por qué he venido a París pero aquí estoy invocando a las putas estrellas escondidas, delirando para variar. Aquí estamos, cerca de la Place de Clichy, tomando cervezas de medio litro en la calle, como clochards, eso no importa, yo estoy en mi ciudad, Chimbote, Perú, y también en la avenida Circunvalación, rumbo a Buenaventura y Caney, de nuevo rumbo a la leche de cabra, el aguardiente helado y la perica. Estoy arriba. Desde aquí se ve el Cristo Rey en el Cerro o Teatro de los Cristales, las Tres Cruces en el Cerro de las Tres Cruces, el barrio el Peñón, la torre Mudéjar (¿te has acostado con un primo moraveco? ¿Y con otro mancito también? En lo que me concierne puedes acostarte con rinocerontes, con hipopótamos y elefantes, también con jirafas, lo que importa es que te ames ahora cuando te beso, Mary Morante, que te ames tú y después a mí si quieres, o a quien mierda quieras). Aquí está la cámara. El obturador parpadea metálico, ¡clic! ¡Clac! Y eso que pronto se disolverá, eso que pronto, muy pronto desaparecerá para siempre, que será tragado, ¡blup! por el vacío redentor, queda como petrificado cristalinamente en la visión. Una imagen plastificada, brillante. La superficie tan lisa es de mica, de cuarzo, de diamante. Tengo cien euros en el bolsillo. Es todo lo que tengo pero te lo doy, es un regalo de la noche para los dos. Esta noche en este París con aguacero que a nadie perdona. Te doy cita en el bar Le Cavalier Bleu, frente a Beaubourg. A las siete. Porque entre siete y ocho es la hora del happy hour, las chelas cuestan la mitad, pedimos una jarra de litro, qué felicidad, en verdad París es una fiesta, ¡Viva París con aguacero! ¡Viva París de mierda! Estamos acodados a la barra, miro al centro de tus ojos locos y te beso ¡Clic! ¡Clac! El obturador enloquece en la cámara oscura, los florescentes son rojos, la luz desfallece, todo es rojo sangre tenue y de pronto quiero matarte de felicidad. Quiero comprarte París con aguacero. París con aguacero es mío. Lo compro esta noche por cien euros, como diría León de Greiff. Se lo compro a Chirac. Se lo compro a Pompidou. Se lo compro a Faure, el presidente arrecho. Mira el Sena. Mira la torre loca que ayer casi se incendia, vinieron bomberos en helicópteros, ¡flam! ¡Flam! ¡Flam! y apagaron el incendio, los pobres turistas se llevaron un susto enorme, bien hecho carajo, váyanse de París con aguacero. Es increíble. Acá los bomberos vuelan por los aires, por la tierra, por el mar, por todos sitios donde haya incendios. ¡Shut! No les digas que esta noche el incendio será medular, molecular, atómico cuando pichemos. No digas nada sino vienen los malditos y lo apagan con sus helicópteros horribles. Gritos de pájaros muy raros, pero tropicales, en el corazón del bosque urbano. Ratas. Subterráneos. El Sena se mueve, se mueve, se mueve, lame y lame los muelles. Los follajes de los almendros también se mueven, ¡clic! ¡Clac! mientras caminamos por el boulevard du Palais hasta Saint Michel, la Cité no es una isla, es un barco, se mueve también y el maldito jorobado jala como un loco las campanas de Notre Dame, ¡talán! ¡Talán! ¡Talán! Aquí está la cámara. Ya cerca de Odéon pienso de nuevo en Henry la Mosca Caicedo, no sé por qué. Se ha vuelto bazuquero, se lo lleva el Putas, como ustedes dicen, ahora sólo se dedica a fumar y fumar, es un mendigo, el famoso futbolista del Deportivo Cali es un mendigo fumón, está en la parte trasera de una camioneta que distribuye leche, es ayudante de lechero, eso huele a infierno pero la Mosca fuma bazuco allí inmerso. Se queda dormido, narcotizado, tieso. Lo importante, es que se sobrepone y revive, carajo. En ese sentido, Henry la Mosca Caicedo es un verdadero ejemplo, simplemente porque no muere después de tanto infierno. Aquí está la cámara. ¿Cómo se llama esa plaza o plazoleta? San Francisco. ¿Y esa capilla o iglesia? San Antonio. ¿Es tu barrio? Es mi barrio, dice, entre El Peñón y San Cayetano. Bueno, entonces, ¡clic! ¡Clac! ¿Otra vez? Bon, parce que c’est toi ¡Clic! ¡Clac! Ahora desnúdate. Sácate esas horribles ropillas de clocharde. Pichemos otra vez. Luego salgamos. ¿Que me invitas a un restaurante móvil de clochards? ¿A cuál? Los conozco todos –el de la parroquia Saint-Eustache, la Mission Evangélique, el Centre Baudricourt en Tolbiac y el Fraternité Notre Dame de Belleville– aunque prefiero los restaurantes de Saint-Germain-des-Prés o San Germán de los Prados. Allí, aquí, en pleno boulevard Saint Germain, aquí te voy a comprar ropa y zapatos de mujer sensual para que botes esas ropillas indignas de tí. Si quieres vamos a La Closerie des Lilas, también podemos ir al Procope pero tienes que cambiarte de ropa, no te preocupes, yo pido, ¡jum! ¡Ejem! S’il vous plaît, Monsieur.
–Oui, Monsieur. (Chaqueta de camarero y guantes blancos de camarero, ya llega el sommelier).
–S’il vous plaît, Monsieur.
–Je vous en prie, Monsieur. Désirez vous un appéritif, Monsieur?
–Bien sûr, Monsieur. Du Champagne! La Veuve Clicquot brut millésimé!
–Tout de suite, Monsieur.
–Merci, Monsieur.
–Madame prend-elle aussi du champagne, Monsieur?
–Bien sûr, Monsieur. Madame connaît Reims très bien.
–Je suis de Reims, Monsieur. Très bien. Que désirez vous?
–Le champagne d’abord, Monsieur, s’il vous plaît.
En eso llega el sommelier también con chaqueta blanca y guantes blancos y bigotes rojos, seguro que se llama Jean-Michel Dubois o Juan Miguel del Bosque, y exhibe la botella.
–Cela vous convient-il? Est-ce que cela vous va, Monsieur?
–C’est parfait, Monsieur, en vous remerciant.
–Trois ans dans la cave, Monsieur. Un cépage d’une année particulièrement bonne de Champagne, Monsieur.
–Bon. C’est parfait. Escalopes de veau aux écrevisses pour moi et un faisan au cidre pour Madame, Monsieur.
–Pas d’entrée, Monsieur?
La Morante me mira maravillada porque hablo con desenvoltura en este bello idioma de marcianos nasales, es que soy un ciudadano-clochard de París con aguacero, un ciudadano-clochard de París de mierda.
–Bon, Monsieur. Puisque nous prenons du Champagne... Des escargots au Champagne! Un seul plat pour deux. Mais deux douzaines d’escargots, s’il vous plaît, Monsieur.
–Je vous suggère le cidre normand pour le faisan, Monsieur –dice el sommelier, ya sabe que conozco el asunto y que no me ando con cuentos ni poses.
–Un fenouil farci aussi! Monsieur!
–Un Bourgogne convient à ce plat, ou alors un petit Beaujolais Villages, je vois que Monsieur est un connaisseur.
–Un petit Beaujolais? Pourquoi petit? Apportez nous une bouteille normale, Monsieur. Merci.
Yo calculo con la velocidad del relámpago la cuentita. Mierda. Más de cien euros. ¡Pero tengo derecho a un saldo negativo de doscientos! ¡Aleluya!
–Voy y vengo mi amor– le digo, tú tranquila nomás.
Y salgo corriendo a buscar un cajero del Correo, donde nos aceptan hasta a nosotros los clochards. Aquí está la cámara. El obturador es el párpado escamoso de una iguana, ¡clic! ¡Clac! Así quedan eternizados esos instantes en París con aguacero. Me pierdo. No sé dónde está la izquierda ni mucho menos la derecha. En la rue Gregoire de Tours doy media vuelta, de nuevo rumbo a la estatua de Danton. Pero sácate la ropa. Deja que mire con lupa la tauromaquia de tu reencarnación con ojo de disector, de especialista. Quiero verte los intercostales, los lumbares, los abdominales y tu triángulo. Encuentro el cajero, introduzco la tarjeta en la ranura que lo traga, ¡blup! y saco los doscientos euros, regreso galopando al restaurante, el Procope ni más ni menos, en la rue de l’Ancienne Comédie. Te hago tomar para que te desinhibas, para que te sueltes, para que te dejes gozar por todos sitios, porque si bien lo prestas también tienes un problemita totalmente solucionable en ese sentido, sobre todo con el chiquito. Al menos eso creo. En la inhibición del goce carnal. En verdad, quisiera amarte hasta por las orejas e inundarte el cerebro para que tu pensamiento y tu recuerdo aprendan para siempre, ¡záz! ¡Clic! ¡Clac! Me he comido a un poeta perucho. La misma vaina. Me lo comí. Entró en mí el infeliz... No has comido a nadie mi amor, simplemente nos hemos devorado hasta la médula en París con aguacero, c’est tout. Aunque lo más probable es que París de aguacero nos haya devorado, ya no existimos, sólo nuestros karmas tan pesados que sobrevuelan el Pont Neuf, van a comprar boudins blancs en la rue Dauphine, se acerca la horrible Navidad, yo odio con todas mis fuerzas la puta Navidad, es la única fecha del año en que me siento más solo que un perro sudaca, que busco huesos y casas, pero no hay nadie, todos están con sus mujeres, con sus hijos, con su perros y sus gatos, y yo solo aquí como una güeva en el Pont Neuf caminando como un zombi hacia el Louvre. Peor que una güeva en realidad, porque ésta tiene su gemela y vecina... pero:
–¡Vamos a una discoteca! ¡Una discoteca de salsa!
Estamos de nuevo en el boulevard Saint Germain, cerca de Cluny, buscando la discoteca La Peña. ¿A la izquierda o a la derecha? Poco importa. Vayamos hacia la estatua de Danton, siempre. Hay un pasaje muy lindo por allí, no recuerdo cómo se llama, toda la gente platuda sonríe en las terrazas, dientes y estrías palatales, juá juá juá ¡Juajuajuá!, aunque de pronto exagero, ni siquiera allí están contentos los malditos, ternos, corbatas, zapatos relucientes, sortijas y pisacorbatas, relojes. Pero esta noche tú eres Cleopatra y yo Marco Antonio como mínimo, te trato como lo que eres, como una reina, en la discoteca tomamos mojitos, ya estamos borrachos otra vez...
–Deux autres mojitos, s’il vous plaît, Monsieur!
Y el chico de la barra se ríe divertido, se caga de risa, creo que es cubano. Bailamos. Seguimos bebiendo. Fumas. Te traigo a casa como una Reina-Bruja, la Reina-Bruja de la Nostalgia y de la Soledad, la Reina-Bruja del Amor y de la Memoria, la Reina-Bruja que enciende las brasas en los maceteros, la Reina-Bruja que jamás querrá contarnos lo que sabe, lo que nosotros ignoramos, la Reina-Bruja de París con aguacero, la Reina-Bruja de París de mierda con tu cohorte de clochards, perros y gatos, ropas horribles y mochilas, en calesa te traigo, en sulky te traigo, en Mercedez Benz con calefacción.
–C’est combien, Monsieur?
–Quinze euros, Monsieur.
Aquí está la cámara-ojo de iguana ¡Clic! ¡Clac! Tienes el culo onfálico más lindo de toda la galaxia. Pero prima lo mamario y yo soy Fellini, aquí está mi cámara, sigo filmando. Pienso en lo epigástrico y también en los abdominales mientras te desnudo como desnudar un plátano. Ya no pienso en nada, aparte de que eres una reina siciliana nacida en Cali y más caleña y grosera que las flores, en cada frase intercalas diez hijoeputas y veinte maricas, con tenaces y no coja lucha, papito, fresco, tenga, hágale. En este momento somos Shiva y Parvati como negros de la Costa Pacífica bailando currulao. Y me das lora. ¿Qué es dar lora? Pues eso. Dar lora. Dices que soy un desarraigado que no se interesa en la desaparición, muy pronta desaparición de la selva amazónica silvestre, de parajes silvestres en Africa, de los océanos silvestres, de la puta capa de ozono silvestre, de los pájaros silvestres y de los monstruos marinos silvestres en vías de desaparición. Tienes razón. Que se mueran todos.
–¿Y tu perro? Te aconsejo que no traigas a tu perro. Se va a morir de tristeza aquí en París con aguacero. Mejor déjalo que se muera allá, porque acá los perros no ladran ni muerden. Hasta los perros se vuelven locos acá. Atacan, eso sí. Y te pueden matar.
–No es un perro, peladito. Es una perra. Y vos sos un hijoeputa irresponsable...
Me das lora pero, como ves, contra ataco, te digo que sí, que milito por Green Peace. Hablamos de todo ésto después de los amores, después de las flores y el currulao, después del sancocho imaginario. Eso dices:
–Te voy a hacer un sancocho, peladito.
Desperezándome digo que prefiero el trifásico, aunque el de pescado c’est pas mal non plus. O el de cola de buey. En verdad, a estas horas de la madrugada quisiera comer un buen sancocho, sin arroz ni aguacate ni mojo, sólo el caldo, y que tú me lo sirvas desnuda, calata mejor dicho, sonriendo, totalmente dueña de las catedrales de Barbès, con olor a cigarrillos, con poca luz y tu guitarra. Pero me sigues dando lora, huevona. Me hablas de sancochos y me das lora. Deliras. Aparte de tu ex novio, de tus ex maridos, tu hija, tu perro o perra, tu gato y también el gallo, quieres traer a las discotecas, a todas, incluso a las de Tuluá donde hay una famosa que le llaman La Arranca Pelos. Bueno. Si quieres tráete las discotecas de Tuluá. Tráete al Montechelo. Tráete al Punto Cubano. Tráete a La Continental, al Cacique Dorado y también a La Pantera Rosa. Pues tráete también a Boyacá y a Chiquinquirá, la tierra de mi pata el poeta Sergio Medina. Y dále con la hijoeputa lora, y dále con la indiferencia europea dizque mía, con mis aires de filosofastro y de hijoeputica peruano que se las pica de escritor. ¿Quieres ir a Cali? Pues vamos, loca linda. Por el momento me siento más feliz que marrano estrenando lazo con una novia muy guarra, malhablada, mocosa, eructona, impertinente, agresiva, maleducada, pedorra, hortera, decadente... Mis amigos la acusarán de obtusa, cerril, corta, obcecada, inculta, impresentable, pata, mula ¿Y qué? Tú y yo celebraremos nuestro amor con gran banquete y fiesta por todo lo alto. Comeremos callos, salchichas, chorizos, mollejas, pan blanco y negro, merengue, natas, bonbones, vino barato, caramelos, plátanos, pastas, chicharrones... hasta caer desmayados entre eructos, vómitos y cagaleras, y revolcándonos en la mierda nos juraremos amor eterno con toda la pasión de nuestra fuerza bruta, como hacen los que se aman cuando un día, por fin, se encuentran –como dice el gran Pepe Rubianes–, se encuentran en París con aguacero. Vamos al Jonca Monca donde baila el famoso Negro Carabalí. Vamos a Los Bravos del Ritmo, al Latino Night Club... Jugo de lulo, ron, cerveza, moño rojo y fiesta por las tardes, con las mantecas y reclutas de Meléndez, aquí todo el mundo picha y no se andan con cuentos, Mary. ¿También quieres ir al Séptimo Cielo? ¿Otra vez? ¿Que queda en la Octava con 38? ¿Al Aretama? ¿A La Escalinata? ¿A La Jirafa Roja? ¿Al Gusano Verde? ¿A La Flauta? ¿A La Manzana? ¿Al Gimnasio Occidente? ¿Al Escondite? ¿Al Rincón de Ordóñez? ¿Al Kontiki también conocido como El Palacio del Dedo? Y no te olvides: martes de Cañandonga y miércoles de Gusano Verde. Díme adónde quieres ir y te llevo, pero no traigas a tus perros, tus gatos, tus hijos, tus gallos, tus ex novios y tus ex maridos. Ven sola. Si vienes sola te llevo a Cañandonga y al Abuelo Pachanguero en Juanchito. O, si prefieres, al Gato con Botas en San Fernando. Para empezar, vayamos a tomar una chela en la Calle del Pecado. Después tú decides. Tú dirás y yo mismo soy. ¿La Cabalgata? ¿Quieres La Cabalgata? Pues te la traigo también. ¿Las Novenas? Te las traigo. ¿El siete de enero? Ten. ¿La Feria entera? Toma. ¿Qué orquesta prefieres? ¿El Gran Combo? ¿El Grupo Niche? ¿La Orquesta de Willie Rosario? ¿Los Latin Brother’s? ¿La Orquesta Guayacán? ¿El Sexteto Miramar? ¿La Orquesta América? ¿Y qué voz? ¿La de Héctor Lavoe? ¿La de Richie Ray? ¿La de Joe Arroyo? ¿La de Joe Quijano? ¿O todas como yo? ¿Y Jaime Arboleda? Recuérdame a Jaime Arboleda. ¿Y Rafael Cotes? Preséntamelo. Y preséntame también al Negro Chambolo, loca malparida. ¿Quieres tascas junto al río? ¿Los griles? ¿El Parque del Acueducto? ¿El Parque de Pance? ¿Se llama así? Ese que está al ladito del río Pance. ¿O es el Parque del Acueducto? Creo que es el Parque Pance cerca del río Pance. Donde vivía el arquitecto que estaba enamorado de la Charito. ¿O prefieres las discotecas nuevas para peladitos? ¿El Vértigo? ¿El Bahía? ¿El Coco Mango? Pasa, pasa, apúrate, hay mucha gente. ¿Quieres que vayamos a grilear? ¿Tienes hambre? ¿Otra vez? ¿Será que tienes una solitaria en la barriguita? Pues vamos a un cocorico. Aunque tal vez prefieras empanadas a esta hora. Yo quiero un sancocho cocinado con leña. ¿Un pedazo de la cordillera? Si quieres te la traigo entera, toma, cabe en la palma de tu mano. ¿Qué más quieres? ¿El Alumbrado? ¿Qué es el Alumbrado? Pues tenga y no joda, mami. Y para cualquier información complementaria puedes visitar los portales web triple w punto rumbaplanet punto com y también triple w punto caliescali punto com. Y si quieres te traigo a Jovita Feijóo en un carro alegórico vestida de fantasía, con guantes, sombrero y capa. También te puedo traer a Guerrita quien primero distribuye bendiciones y parabienes antes de pasar a los triple hijoeputa y a los malparidos que deben comer una tarrada de mierda. ¿Boca de Túnel? Aquí está el gran Boca de Túnel, he ido personalmente a darle la bienvenida en Roissy, ya está un poco viejo pero sigue siendo Boca de Túnel. Te traigo al América de Cali sin la maldición de Garabato y con la Mosca Caicedo de coach imaginario. ¿A quién más quieres que te traiga? Si quieres te traigo al Cartel de cuerpo entero; de paso le doy un sincero apretón de manos a mi tocayo Miguel Rodríguez Orejuela. ¿Te basta con eso? ¿O quieres más? Quieres más, siempre quieres más y más. Entonces debemos separarnos, Mary, lo nuestro se acabó como se dice... C’est fini! Tus pesadillas y tus nostalgias son las mías en otro canal, pero con las mías me basta y sobra. No. No sigo con vos. Nones, Nelly, Nicanor. Nancy. Naca la pirinaca, no como canta Armando Manzanero... ¡Nooo! ¡Nooo y nooo! No como el pintor ancashino Franklin Guillén este día cuando vino con sombrero de coboy, botas y gabardina de Lee van Cleef, a no sé qué presentación, cócktail o agasajo en la Maison de l’Amérique Latine, llegas tarde, Franklin, ya se acabó la presentación, ven, pasemos al cócktail, y al ver tan impresionante cantidad de ponches, vinos y alcoholes diversos, Franklin exclama, ¡nooo! ¡Nooo! ¡Nooo! Pero llámame cuando quieras, ¿sí? Y dáme si puedes el Norte del Caribe y el dorso azul de la Costa Pacífica, música, baile, orquestas, percusión. Dáme la tambora en el Magdalena. Dáme recia el Mompox y la selva. Dáme las zafras y los bailes cantados. Dáme la cumbiamba con tus tetas y también la furia de las gaitas. Dáme las bandas de los pueblos, dámelas. Dáme la sazón de los vallenatos. Dáme las orquestas de salón, sí, dámelas, y también dáme la médula de los combos. Dáme la tambora roja otra vez y con salsa dáme la resina de tu boca, el ñeque, el chirrinchi, el guarapo, todos en harapos y bailando, bailando aquí en París con aguacero, aquí en París de mierda. Dáme el agualoja, el berroche, la guacherna. Dáme también el chandé, sí. Dáme el guache y el currulao, sí. Dáme la tambora redoblada, sí, sí, y un pargo rojo como rey, y más alma y más cuerpo, más arrechera, y arroz con coco, y leche de cabra, y el aguardiente helado de tu sexo con perica y con berroche, sí. Dáme mi Colombia otra vez, loca de mierda.
–Vos sos un ángel, peladito– dices.
–Merci Madame. Mais, le sancocho, où est-il le sancocho? J’ai faim!
Se forma una polémica por lo del sancocho y los patacones, porque el otro día te llevé a casa de mi amigo Atilio en la Place du Tertre, y tú empezaste a coquetearle con promesas de sancocho, lo seduciste, te lo metiste al bolsillo, es que seductora y calentadora eres, Atilio se quedó medio cojudo y te dio su tarjeta, ahora está en una casa cerca de un lago en la frontera de Croacia e Italia, fumando frente al maravilloso atardecer balcánico, lejos de París con aguacero, lejos de París de mierda, que ahora se disuelve en la bendita Place du Tertre, muy cerca del Sacré Cœur, cerca del Sabot Rouge donde vengo a escribir y a tomar mis chelas, en esta esquina. Ven a visitarme otra vez, ven siempre, emborrachémonos y pichemos, y sigue dándome lora. Sigue dándome lora. Sigue, por favor. Y aquí está la cámara, ¡clic! ¡Clac!