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* CHEMIN SCABREUX

 "Le chemin est un peu scabreux

    quoiqu'il paraisse assez beau" 

                                        Voltaire 

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Publié par VERICUETOS

Diálogo epistolar con Alvaro Mutis 

                

“Lo único que pediría es una comunión con el erotismo delirante, trópico y herejía que deseo flote en el ambiente de la Mansión...”


 “Bolívar era un guerrero romántico, un señorito afrancesado”


 “Encuentro que lo que se está haciendo en Colombia prolonga noblemente lo que se intentara en generaciones anteriores. Seguimos siendo un país de poetas, narradores y prosistas de una calidad consistente y una continuada devoción literaria”

(frases de Alvaro Mutis)

                                                                                                    Por Julio Olaciregui

                                                                                                    Escritor Colombiano radicado en Paris

   Alvaro Mutis

  Alvaro Mutis con Buñuel, foto tomada por el fotografo cubano Jesse Fernandez,

      publicada en el volumen de  Colcultura que publico Santiago Mutis hace 25 años.


        En los patios de Barranquilla comenzamos a leer al gaviero Alvaro Mutis al retorno de una furiosa adolescencia, como dice un verso de “Amén”,  en los  años 70, entrando con pasión en la naturaleza de sus poemas y relatos, en la tierra caliente de sus hospitales de ultramar y sus ambientes fluviales y marítimos.

        El escritor y periodista barranquillero Alfonso Fuenmayor se carteaba con Mutis y recibía en el buzón del diario El Heraldo, del cual era subdirector, los paquetes de libros que él le mandaba desde México.

        Fuenmayor me prestó en esos días La mansión de Araucaíma, del “viejo” Mutis, como le diríamos después en Bogotá, en veladas con los escritores Roberto Burgos Cantor y Arnulfo Julio Jiménez, para diferenciarlo del otro poeta Mutis, Santiago, su hijo.

        Desde entonces quedé deslumbrado, busqué sus otros libros, tuve la suerte de acercarme a él, y deseoso de ahondar el placer le envié por correo a México, en donde vive, unas preguntas sobre su vida y su obra.

      Eso fue a fines de los años 80, aún vivía Alfonso Fuenmayor.

      Esta entrevista, que Alvaro Mutis respondió a máquina en ocho folios, se traspapeló con los viajes. Hace poco la hallé en el fondo de una caja.

 

Julio Olaciregui : ¿Cómo conoció a Fuenmayor ?

Alvaro Mutis : “A Alfonso Fuenmayor lo conocí en Barranquilla, a tiempo con García Márquez, Germán Vargas y Alvaro Cepeda. Es uno de los amigos cuyo trato me resulta más tonificante. Su conocimiento de las letras francesas, de la historia europea y de otras muchas cosas igualmente importantes como son los chismes sobre la generación del Centenario, la vida de los cafés de Bogotá en tiempos de los Nuevos, etc, etc, su humor un tanto cáustico pero saludable y su alegría honda e inteligente – terrible es la alegría de los bobos! – hacen de Alfonso uno de esos amigos irremplazables, necesarios y únicos que llenan de sentido nuestra vida”...

 

J.O :  ¿Qué diferencia hace usted entre prosa y poesía?

A.M : “Ninguna. Por el contrario, en prosa a menudo avanzo sobre ciertas impresiones, sobre ciertas imágenes que no acaban de dar toda su dimensión en la poesía y viceversa. Hay textos en prosa en mi ‘Summa de Maqroll el Gaviero’ en donde la imaginación y la materia misma sirven más eficazmente mi poesía que en los poemas que los acompañan...

 

J.O :¿Cómo fue el experimento de esos poemas suyos llamados Lieder ?

A.M : Los Lieder en que estuve trabajando hasta hace poco fueron un intento de crear una poesía inspirada un tanto en la atmósfera esencialmente lírica de las baladas medievales y provenzales... Sólo lo logré cabalmente en dos o tres Lieder, después se fue colando en ellos mi habitual, mi cotidiano rebaño de temas, demonios, nostalgias y sueños y se acabó el experimento. Se ve esto muy claramente en los Lieder que publicó hace unos meses ECO, en su número 186, allí aparecen ya textos que nada tienen que ver con mi intención original. Era un experimento al alto vacío que no podía resultar, como era obvio, pero precisamente en virtud de esa libertad que tiene el poeta –el ejercicio de la poesía es el sumo y absoluto ejercicio de la libertad, lo importante es cómo se use esa libertad y hasta dónde se llegue con ella- me lancé por ese camino para ver a dónde salía. Fracaso. Siempre regresa uno a su corazón y a sus asuntos, para citar erróneamente a Miguel Hernández.

 

J.O : Simón Bolívar es el personaje de su relato “El último rostro” que luego inspiró a Gabriel García Márquez para escribir “El general en su laberinto” ¿qué le interesa en Bolívar ?

A.M :“Bolívar me ha interesado siempre. Hace doce años vengo trabajando en una narración sobre sus últimos días de vida. Primero lo intenté como monólogo y fracasé. No tengo suficiente madera de novelista para entrarle al quite a esa prueba. Luego intenté varias formas en las que fracasé igualmente. Al fin escogí el truco del diario de un oficial polaco que llega tardíamente a ofrecer sus servicios al Libertador y, conmovido por la soledad y el olvido en que ha caído el héroe resuelve quedarse a su lado hasta cuando este muera. Un largo fragmento aparecerá en breve en España en el tomo de narraciones mías que lanza Seix Barral. Me interesa el aspecto de señorito afrancesado e insolente de Bolívar, junto con sus capacidades de soñador y su romántica condición de guerrero tantas veces derrotado. Además, nos conocía tan bien Bolívar, pero tan bien, que leer sus cartas es siempre una lección de impresionante actualidad.

 

J.O : ¿Se siente usted un exiliado allá en México?

A.M : Sí, claro que me siento exiliado en México y ya lo dije y expliqué en un poema mío que se titula precisamente “Exilio”. Cada hora, cada día, cada año me siento exiliado. Pero lo triste del caso es que ya he echado allá raíces que me impiden tornar a Colombia en donde, por lo demás, siempre siento un cierto tufillo de exilio cuando permanezco en ella por más de una semana. De lo que estoy también dolorosamente exiliado, y para siempre, es de un lugar del Tolima en donde mis abuelos maternos, y luego mi madre, tuvieron una hacienda de café y caña llamada ‘Coello’. Ese exilio sí es irremediable y terrible pero de él acaba manando siempre la savia de la que se nutre cada palabra que escribo. Tan terrible es este exilio que una crecida de los ríos Coello y Cocora, que confluían al pie de la finca, arrasó con todo... por fortuna.

 

J.O : ¿Cómo es su disposición para escribir ?

A.M :“Escribo principalmente en los hoteles y en los aviones. En ambos lugares gozo de esa neutralidad y de esa disponibilidad gratuitas del tiempo, indispensables para mí cuando quiero escribir. Recuerdo mucho que trabajando un ‘Lied’ mío, el del tiempo, por más señas, parece que el jet estuvo en una emergencia grave de la cual me enteré más tarde por la sobrecargo que, con un terrible acento de Hamburgo, me preguntó ‘¿A quién le escribía Usted que no se dio cuenta de nada?’.

 

 Escribo sin plan alguno, sin constancia alguna y venciendo una pereza abrumadora. Cuando releo, lo que escribo me produce náuseas y tengo que dejarlo reposar para poder pulirlo y darle forma final. Me invade un gran escepticismo, un avieso sentido de la inutilidad y vanidad de toda palabra escrita que se aúnan muy sospechosamente con mi pereza. Cuando logro vencer todos esos factores adversos me lanzo a emborronar cuartillas, primero a mano y, luego, en la corrección final, a máquina. Cuando entro en las librerías y contemplo la abrumadora cuota de literatura de fin de semana y de otros géneros menos confesables, me vuelve la convicción de lo inútil del acto de sentarse ante una cuartilla en blanco para acabar compitiendo con montañas de basura. Y para quienes cultivan la poesía, la vanidad de esta labor adquiere ya proporciones colosales. He dicho ya en varias ocasiones que los poetas debieramos dedicarnos al ‘samiszdat’, escribir nuestros poemas y enviarlos en multicopias a los pocos amigos y colegas a quienes pueda interesarles nuestra obra. Piensa que hace ya 25 años apareció mi libro ‘Los elementos del desastre’, publicado (en 1953) por Losada en Buenos Aires en su colección  “Poetas de España y América”, al lado de Nerusa, Alberti, Salinas, Cernuda. Eran tres mil ejemplares y aún tienen las agencias de Losada en bodega buena parte de la edición..

 

J.O : ¿Qué escritores colombianos contemporáneos conoce?

A.M : Cuando conocí a Manuel Mejía Vallejo hace tres años en Cali me pareció reencontrar alguno de mis numerosos primos de Pácora, Salamina, Sonsón o Manizales. Todo lo que dijo y cómo lo dijo forma parte de una herencia, de una esencia que se confunde con mi vida, con lo más definitorio de mi ser, que me nombra y contiene y en medio de la cual vivo como en un agua nutricia y generosa. Como escritor lo admiro inmensamente. Yo creo que ‘Aire de tango’ es el libro más audaz, la prueba lograda más peligrosa y difícil, de un gran quehacer, que tienen nuestras letras. Tiene Mejía Vallejo esa rara facultad de la que son dueños sólo los grandes escritores: todo lo que nos cuenta lo creemos con plenitud inapelable. Además lo que escribe está respaldado por una vida plena, ejercida según los dictados de un corazón generoso y aventurero... ya se verá algún día la talla de este escritor formidable que los colombianos no hemos sabido apreciar...

 

Creo que hay un trabajo importante y perdurable de los jóvenes de mi patria. Elkin Restrepo, Darío Jaramillo Agudelo, Juan Gustavo Cobo Borda, Giovanni Quessep, son poetas que me interesan muchísimo, que leo con creciente placer y a los que me siento secreta y estrechamente vinculado por los más ciertos e infalibles vasos comunicantes de la poesía. En el relato, Oscar Collazos, Umberto Valverde –una reedición de ‘Bomba Camará’  la encuentro indispensable--, Policarpo Varón, Nicolás Suescún y Daniel Samper Pizano son creadores de probado talento. De Daniel Samper Pizano leí hace algún tiempo en ECO dos relatos magistrales: uno narra, en una prosa de eficacia impecable, un malestar gástrico de un Cardenal colombiano y el otro, no menos logrado, las experiencias de unos jóvenes en un cine de Bogotá. Seguramente se me quedan sin mencionar algunos nombres, es la implacable injusticia de las enumeraciones, pero en resumen encuentro que lo que se está haciendo en Colombia prolonga noblemente lo que se intentara en generaciones anteriores. Seguimos siendo un país de poetas, narradores y prosistas de una calidad consistente y una continuada devoción literaria. Sin llegar, por fortuna, a lo de Atenas de Suramérica, mote que siempre iba paralelo con el de “Suiza del continente” por nuestro respeto a las leyes y la apacible bondad y corrección de nuestras gentes. Ahora tengo la impresión de que han cambiado un tanto las cosas..

 

J.O : Orígenes de “La mansión de Araucaíma”

El impacto gozoso que me produjo la lectura de La mansión de Araucaíma jamás desapareció y ahora lo asocio con películas que vi en esa época, “El Satiricón” de Fellini, “Belle de jour”, de Buñuel o “La naranja mecánica” de Stanley Kubrick.

 

Diez años después, hallándome en París, donde jugaba el papel de aprendiz de escritor colombiano en un “cuarto de sirvienta”, aferrado al estudio de la literatura --como el náufrago a esa roca salvadora evocada por Kafka en su diario-- resurgió La mansión  y su estimulante subtítulo: "Relato gótico de tierra caliente". ¿Qué era eso?

 

Le había dado el libro al cineasta inglés Philip Priestley quien, entusiasmado, deseoso de adaptarlo, me incitó a escribirle al poeta pidiéndole autorización para filmarla, algo que logró realizar el caleño Carlos Mayolo en 1986.


 J.O : En la entrevista de 1978 Mutis hablaba de su relación con el cine.

A.M : “El cine es un arte secundario, me decía hace unos días entre en broma y en serio Gabito con su aire pontifical e insolente. Pues si vieras que no le hace falta razón. No conozco LA obra de arte del cine. Lo que más se acerca es, para caer en la lista de marras, ‘El acorazado Potiemkin’, lo mejor de Kurosawa y el Citizen Kane de Orson Welles. Pero es que hay artes de segunda con las que se goza mucho y que sirven para removerte y fertilizarte el subsuelo de la imaginación y de la capacidad de crear. Gozo mucho los Westerns. Todos. Los ‘thrillers’ hechos en USA a menudo llegan, por otro lado, a la perfección absoluta. Sigo siendo un cinéfilo inveterado; admiro ahora muchísimo a los húngaros, a los polacos, al joven cine alemán ¿Viste ya Szymbad, la película húngara? ¿O la Salomé de Schroeter? ¿El Aguirre de Herzog? Muy bello esto, muy perdurable y hondo, muy inquietante... la poesía se puede desplazar, puede rebasar los meros límites de la palabra para teñir con su aura lugares e imágenes, momentos de la vida y citas al azar”

 

J.O :  En esos días tuve también la suerte de conocer a Gabriel Saad, profesor en la Universidad de Paris III, la nueva Sorbona, escritor montevideano, traductor al francés de Felisberto Hernández, amigo y “personaje” de un cuento de Juan Carlos Onetti.

 

        Saad aceptó ser mi director en la redacción de una maestría en literatura comparada sobre la Mansión de Araucaíma.

 

         Le escribí a Mutis contándole acerca de ese proyecto de estudio, pidiéndole consejos y también la autorización para intentar  adaptar su texto al cine

 

         El 1 de junio de 1983 me contestó en una carta que ahora, por primera vez, me permito transcribir:

         Ahí van las respuestas a tu carta que me puso muy feliz. Nada me puede halagar más que un amigo de Santiago como tú (...) se interese por mis cosas. Eso justifica plenamente la infeliz tarea de crear para el olvido, para el polvo de las librerías de viejo...

 

          Bueno, va de cuento. La idea de un argumento gótico en pleno trópico salió, en primer término, de una idea que trabajé pensando en el cine, a la sombra de mi amistad con Buñuel y de nuestro mutuo y cálidamente compartido interés en la novela gótica. Todo se frustró y solo quedó ese muñón de relato que ahora ocupa tus vigilias. La casa y el ambiente son los de la finca de mi familia en el Tolima que se llamaba Coello. Los personajes son de mi más personal, profunda y absoluta invención. A las novelas góticas que aludes yo añadiría las de la señora Radcliffe – excelentes ¡ - algunas páginas de mi admirado y siempre visitado Dickens y, desde luego, “Melmoth” del Reverendo Mathurin. Al lado de estos textos están mis frecuentaciones, siempre placenteras y fructuosas, del padre Balzac y de mi personal amigo y copartidario Mathias Augusto de Villiers de L’isle Adam  y, cómo dejarlo de último si debería ser el primero, el gran padre Barbey D’Aurevilly.

 

        Ningún compromiso vigente para una película sobre la Mansión. El que tuve con Buñuel “a sombré dans la folie et le gâtisme”(***) y uno verbal con Rebetez se esfumó en el aire. Nada me complacería más que esa experiencia. Más que una fidelidad absoluta al texto, lo único que pediría es una comunión con el ambiente de erotismo delirante, trópico y herejía que deseo flote en el ambiente. Te doy todos los poderes y la más amplia representación para que encamines ese proyecto. Te nombro mi representante y te autorizo a suscribir los compromisos que creas oportunos y justos.

 

       ¿Algo más? Sí, claro, mucho más si no tuviera que correr al aeropuerto para tomar un avión a Nicaragua y Costa Rica (...) Escribe todo lo que quieras y pregunta todo lo que necesites respecto a tu trabajo de tesis. Recuerda que muchos antecedentes de Araucaíma están, como es obvio, en mi poesía: Hospitales de Ultramar, El Húsar, Elementos del desastre (el poema) y el Viaje en tren aquel que sabes.

  

                                                                                                        París, primavera del 2011

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