AMANECER de JAVIER AMAYA
Amanecer
Cuento
de Javier Amaya
-¿Qué hora es?
-Las cinco y no creo que vaya a parar de llover. No he podido fumar.
-¿A qué horas amaneció ayer?
- Casi a las seis. Respondió su interlocutor sin mucho ánimo. Era la tercera vez que preguntaba lo mismo. Decía cualquier cosa, para vencer el cansancio de estar en vela toda una noche, aguantar el frío y seguir mirando a todos lados, tratando de adivinar cada ruido sin detenerse en ningún punto fijo.
El agua y el viento seguían golpeándolos violentamente, haciendo mover toda la espesura de la selva, cubriéndolos por completo cuando apenas se distinguían del contorno.
Solo de vez en cuando, uno y otro levantaban una pierna para escurrir el pantano que salía de las botas y repetir el movimiento con la otra pierna para mantenerse de pie y seguir inmóviles por varios minutos.
- Sabes Charlie, dijo el más alto. Me parece que toda la noche nos han estado vigilando.
- Lo que pasa es que tiene miedo como yo, Steve.
- No digas estupideces, yo no le temo a nada. Le refutó mientras volvió a mirar el reloj y llevándose su mano a la cara y bostezando, dijo muy convencido:
- Yo creo que eres una puta gallina.
Estaban recostados contra un enorme tronco de un árbol que les servía de apoyo y protección y hablaban casi susurrando. Llevaban sus capotes verdes que los cubría de pies a cabeza, dejando apenas espacio para mirar nerviosamente a su alrededor.
El que parecía más joven cambió de posición para desentumecerse y se acurrucó mientras recordó con ironía considerando su situación, que en los sábados de verano de Houston, la pasaba más alegre. Nunca le faltaba la cerveza, el rocanrol y una chica alegre y generosa para terminar la noche.
- Te voy a proponer un buen trato Steve.
- ¿Trato? Mira en la que estamos y tú hablando de tratos.
- Mira Steve, cuando el sol haya salido completamente, salimos, hablo con ellos de alguna manera y ya veremos.
El otro cortante le respondió- Si tratas de moverte de aquí, te mato.
La lluvia parecía amainar y solo quedó una llovizna continua. El agua acumulada que había formado verdaderos riachuelos, seguía inundándolo todo. Cuando el entorno ya se podía distinguir con toda claridad, el sitio parecía una laguna interminable salpicada de arbustos, troncos caídos y árboles frondosos que parecían ahogarse y pedir rescate con tanta agua.
La selva parecía despertar y los mosquitos y toda suerte de seres voladores se reanimaban para romper el silencio e invadirlo todo.
El amenazado luego de una larga pausa reaccionó:
- Sabes Steve, tú y yo sabemos que toda la puta culpa fue tuya con la morfina que te robaste del hospital. Empezaste luego a disparar y gritar como loco y a quemar ranchos y nos dijiste que estábamos rodeados, entonces nos ubicaron y empezó el cañoneo enemigo y terminamos perdidos del resto del grupo. Qué Vietcong ni que mierda, la aldea que quemamos, solamente tenía viejos, mujeres y niños corriendo despavoridos.
- Ahora para que quedes contento, una patrulla de verdaderos comunistas nos debe estar buscando, dijo con rabia tomando a su compañero del cuello.
El increpado se dejó zarandear sin oponerse y le respondió como consolándose:
- Ya te dije que no le temo a nada Charlie.
Charlie parecía transformarse y las mejillas pálidas se pusieron de color rojo encendido y furioso lo soltó del cuello, extendió su otro brazo hacia el piso dejando caer el fusil automático y hablando a gritos le recriminó:
- Si me vas a matar es tu puto problema porque yo no voy a seguir corriendo y me voy a rendir.
Dándole la espalda, el soldado ahora desarmado empezó a alejarse del gran tronco a pasos largos. Atrás distinguió perfectamente el ruido del arma de su colega que se preparaba y sin duda ya le estaba apuntando. Respiró profundamente, sintió pavor, pensó en regresar pero no se detuvo.
Blam…el disparo retumbó largo y el eco se alejaba. Los pájaros huyeron estrepitosamente.
Se dio vuelta una sola vez, vio el cuerpo de su compañero tirado de espaldas que ya dejaba de moverse y el arma entre las piernas. No sintió compasión, hizo el amago de vomitar pero no pudo y recordó que no había comido en dos días. Lo observó en detalle y notó el rojo de la sangre que había salpicado todo alrededor y que el cuerpo de Steve estaba incompleto, le faltaba la cabeza.
Javier Amaya