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* CHEMIN SCABREUX

 "Le chemin est un peu scabreux

    quoiqu'il paraisse assez beau" 

                                        Voltaire 

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Publié par VERICUETOS

 

Se imprimió en un tiraje limitado de 1000 ejemplares numerados, y tuve el privilegio de ser el poseedor del 0433 gracias a la generosidad del autor a quien expreso mis agradecimientos. De circulación completamente cerrada en una edición decorosa de portada dura con solapa y otras exigencias de imprenta.

El autor es un escritor colombiano prolijo en registros escriturales. Sus textos publicados datan desde 1965 con Piedra Pintada. El Gringo del Cascajero, 1968; Cóndores no entierran todos los días, 1971; siendo ésta hasta ahora su novela cumbre, premiada y llevada al cine. Le siguen: La Boba y el Buda, Dabeiba, El Ba-zar de los Idiotas, Los Míos, El Titiri-tero, Pepe Botellas, El Divino, El Último Gamonal, Los Sordos ya no Hablan, El Prisionero de la Esperanza, Entre la Verdad y la Mentira, Comandante Paraíso, Las Mujeres de la Muerte y La vida es una damier-mierda. Algunas de estas obras fueron premios internacionales. Él ha sido profesor universitario, también ha incursionado en la política como la de ser Alcalde de su pueblo natal, Tuluá. Concejal del mismo, Diputado a la Asamblea del Valle, Concejal de Cali y Gobernador del departamento del Valle. Columnista de diarios y revistas, comentarista de radio y televisión, y ahora vive en buen retiro en su finca de Alcañiz a orillas del río Cauca, todo en Colombia.

La Resurrección de los Malditos es una obra que por su factura técnica, corresponde  rigurosamente al género de la novela; mientras que por sus contenidos es un texto complejo a causa de su polisemia. En las primeras líneas el lector se encuentra ya sumergido en un ovillo de novela negra. En capítulos siguientes se hunde entre rasgos de la novela religiosa, tema literario de actualidad, tal como lo es Iacobus de Mathilde Asensi, sobre la historia de los templarios, publicado por Gallimard. Seguidamente el lector se tropieza con elementos de la novela policial, de denuncia, y finalmente con los ingredientes preponderantes que corresponden a los de una novela testimonio.

En lo concerniente a las texturas lingüísticas, lo dominante es el uso del vocablo directo tomado del torrente oral. En este sentido el signo presenta una horizontalidad, y en rigor, el significante sólo se mueve en un espacio plano. Precisamente por esto, el lector calificado se encuentra de manera inmediata y directa con lo categorial narrativo propio del testimonio, género que se erige en el habla cotidiana. Hay varias atmósferas, algunas tenues y otras acentuadas. Entre las primeras se exige mucha atención para encontrar términos propios del lenguaje marginal que corresponden al ambiente trasgresor. En cuanto a las segundas, muy particularmente en lo descriptivo religioso, se hace uso de un lenguaje sacro, igualmente en la temática testimonial y en la denunciativa. La presencia de algunos colombianismos particularizan lo ficcional y narrativo dándole un toque de originalidad en el plano lingüístico.

 

Lo negro

 

La idea de novela negra resulta de una clasificación que hiciera el escritor estadounidense, Raymond Chandler, a principios del siglo XX en Norteamérica. Variante derivada del género policial suscrita al área del homicidio. El análisis textual que se limite solamente a la acción criminal en los límites de un acontecimiento en sus distintos particularismos, es insuficiente y en consecuencia reducionista. En La Resurrección de los Malditos encontramos una entrada hacia el concepto de estado, como la voluntad manifiesta que acrisola los más altos valores humanos, en razón de que el tema afecta el todo social, dando espacio hacia una lectura profunda categorial de lo negro en la trasgresión, consecuencia de la comercialización de los sicotrópicos. En gnoseología los primeros elementos de lo negro están por fuera del sujeto, ellos los encontramos en el ser en dos manifestaciones: en la inconmensurabilidad del cosmos en la categoría de lo infinito, donde el acceso a lo negro se hace por la vía teórica, y en consecuencia intelectual, y en la expresión finita del ser, la cual es aprehensible por la experiencia, donde lo empírico es lo dominante; es el caso de las tempestades y de otros fenómenos naturales.

En la finitud del ser es donde el sujeto sedimenta la idea de lo negro en cuanto a la esencia. En la manifestación convulsionada de la finitud de la naturaleza, es donde el sujeto descubre su primer paso para la elaboración del concepto de negritud. Concepto que le muestra el elemento de lo trágico y tenebroso que está afuera, sin que  pueda determinar nada, puesto que es determinado, sea por que está dentro o viene hacia él para afectarlo.

El segundo movimiento de este concepto, en tanto que conocimiento, lo produce el sujeto en sí mismo; de una parte socialmente y de la otra individual. En lo que respecta a lo social, lo negro es un constituyente de la historia como catástrofe, y por ello, tragedia de las acciones y conductas humanas, perennizándose como la trascendencia del dolor. La acción individual se concretiza en un espacio y en un tiempo definido. Dentro de estos parámetros fenomenológicos es donde tiene su área la literatura, y dentro de ella la idea de lo negro. Contexto donde podemos ubicar desde la perspectiva de lo singular la obra que nos ocupa.

Espacialmente La Resurrección de los Malditos se ubica en la zona del Valle y departamentos colindantes en Colombia. Lo negro en sus contenidos de macabro, dolor y tragedia, el narrador lo hace aflorar en torno de los dos ejes que sostienen el andamiaje narrativo con el protagonismo de Ramsés Cruz y Guadalupe Lozano en un sentido personal. Sin embargo, no lo es en toda la significación. Personifican en principio las guerras privadas, y contrariando a lo que dijera Balzac, que la novela es la historia privada de las naciones, ellos son personajes de la guerras públicas que se libran en Colombia, que algunas en lo temporal se sitúan a partir de la década del 70, en las cuales confluyen múltiples causas, entre las que se incluye el control del mercado de los alucinógenos, y que no ha terminado hasta la fecha de hoy. Sus hilos ficcionales son senderos que conducen al lector a descubrir el peso de la trasgresión en el sentido de lo negro que presenta hoy la sociedad colombiana, como el resultado de que cada sociedad produce los delincuentes que se merece. En este sentido la novela es un pozo negro como si se tratara de petróleo crudo sin procesar.

 

Ingrediente religioso

 

El contenido religioso es otro de los ejes fundamentales de la novela, empezando porque se encuentra en el título. Él cumple el papel de un aviso de un establecimiento comercial que señala contenidos específicos. Cuando nombre y temas se interrelacionan, el título es la entrada al edificio ficcional. Esto es un acierto desde el ángulo de comprensión y significación.

El vocablo “resurrección” envía al lector de toda la obra a varias significaciones. En una primera lectura, es admisible aceptar por la fuerza que tiene el lenguaje popular que expresa la superstición y la agorería, que la “resurrección sea la fenomenología que va de la muerte a la vida. Resultado del pacto de lo verosímil narrativo con el leguaje oral, y éste como reflejo de las creencias y mitos del pueblo. Sin embargo, una segunda y tercera lectura develan algo muy distinto.

El autor se sirve de la mandrágora para fundir todo un mundo literario como recurso fascinante. Logra una tensión en función del desenlace, igualmente le imprime ingredientes que producen una lectura deliciosa, llevando al lector a preguntarse sobre las propiedades que ponen la vida en vilo. La primera asociación que surge en la lectura de superficie es con “el borrachero”, arbusto del cual se extrae la sustancia que produce los efectos narcolípticos de pérdida completa de la voluntad, conocida popularmente en Colombia como “burundanga”. La mandrágora resulta con el sólo nombrarla más delicada, porque es femenina. Investigando, su nombre proviene de las voces griegas “mandra” que significa estable, y “agauros” nocivo. Es una planta herbácea de la familia de las solanáceas. Entre las variedades principales se encuentran la “Officinarum” originaria de Europa, la “Caulescens” del Himalaya y la “Kurcomanica” del Turkmenistán. La Officinarum que crece en todo el Mediterráneo, está cargada de leyendas desde la antigüedad, comenzando porque de ella sacaba sus brebajes la conocida bruja Circe. Aquí estamos ante el recurso literario cuidadosamente seleccionado y bien medido para lograr un estatuto de primer plano en la madeja narrativa. La mandrágora por ser rica en alcaloides y de calidades terapéuticas, parasimpatolíticas y narcolépticas, con ella se logra lo que en la medicina se denomina el sueño profundo, y que los asesores, y el mismo Ramsés Cruz personaje de la novela, logran descubrir hurgueteando la historia, que fue utilizada para dormir a Jesús, deidad de la religión de los cristianos, en una estrategia política para luego hacerlo resucitar. Por ello, Ramsés que se encontraba preso en la cárcel de La Dorada, una pequeña ciudad del Magdalena Medio en Colombia, toma la decisión de preparar un brebaje y lo ingiere para lograr los mismos objetivos. Todo esto en un intrincado mecanismo ficcional del cual se entera quien lea el texto.

El papel de la mandrágora va mucho más allá de la anécdota literaria, es la herramienta con la cual el narrador hace una crítica impotable a la religiosidad de los colombianos, fenómeno que produce en el ámbito de lo intelectual, obscenidad y un bochorno a la inteligencia, donde no se salva ni siquiera el idioma, como lo dijera acertadamente el escritor Fernando Vallejo “que los colombianos hablan en un lenguaje teológico”. Es tal el atraso en este sentido, que en un país cuya constitución establece los valores laicos, su presidente, sea por creencia o por demagogia carga en hombros en ocasiones, las estatuas de las distintas vírgenes en las procesiones católicas. En las naciones modernas el sexo y la religión es un asunto privado de incumbencia exclusiva de los ciudadanos enmarcado en lo individual. En la historia literaria colombiana se encuentran pocos casos donde la literatura es una herramienta crítica a la alienación ideológica y mental que producen las religiones. Uno de los valores del nadaísmo (Movimiento literario colombiano), que sobresale por su osadía es el haberse apersonado del sentido crítico en el área de la metafísica incluyéndolo dentro de sus temáticas en el actuar personal de sus integrantes, con la mofa y el sarcasmo a los practicantes de ritos. En cuanto a La Resurrección de los Malditos resulta un aporte al pensamiento que será un registro en la historiografía de ese país.

 

Elemento policial

 

Éste es un rasgo indispensable que tiene el rol de reforzamiento y de interrelación entre los ejes narrativos de la obra. Sin la presencia del crimen, la caracterización de lo negro queda sin piso, lo mismo que el tratamiento de la fenomenología de los alucinógenos. En La Resurrección de los Malditos, el acto criminal se desingulariza, el narrador no tiene función de centralizarse en una acción trasgresora determinada, sino que mediante los distintos protagonismos, como es el caso de la eliminación sistemática de los abogados, ordenada por Ramsés, Guadalupe y otros personajes, institucionaliza el delito como uno de los elementos de existencia del narcotráfico, donde no sólo el asesinato es lo caracterizante, sino también otras modalidades que infringen prácticamente todo el código penal colombiano, destacándose la corrupción con la compra de funcionarios a todos los niveles, con lo cual se establece que el dinero es el poder real, y lo demás es el poder formal.

 

La denuncia como constituyente de lo literario

 

La denuncia en la literatura no se relaciona con la significación que el lenguaje popular le da a este contenido; tampoco con el lenguaje jurídico como el acto de poner en conocimiento de la autoridad competente la violación de la norma. La denuncia se encuentra en la literatura en ciertas obras como conocimiento inherente, siendo esto, conocimiento estético que es otro mecanismo gnoseológico distinto de interpretar y conocer el mundo. Es conocimiento sensible propio a la obra de arte, cuya aprehensión corresponde a los valores subjetivos de la acción literaria. La novela por su naturaleza tiene la función de contar. Es el medio por el cual la narración le plantea y le dice cosas al lector. No significa que la sola fenomenología de contar resulte suficiente. El escribir en el nivel en que estamos tratando es lo simple, la grafía por sí misma carece de trascendencia, ella es el producto de un aprendizaje de las distintas exigencias de lo escritural. Un individuo puede escribir bien cumpliendo las reglas gramaticales, ortográficas, sintácticas y demás, y hacer uso de la ficción, el resultado será un libro, pero nada más. Para ascender a la denuncia implica dar determinado tratamiento a ciertos contenidos que corresponden, ya sea a lo social o a lo individual. En La Resurrección de los Malditos la denuncia se encuentra en el tratamiento que el estado colombiano le ha dado y le da a la fenomenología de los sicotrópicos. En la página 154 hay una denuncia clara porque no presenta ambages y no tiene códigos literarios que cubran al denunciado. Veamos: …Si Ramsés conseguía volarse de esa cárcel les iba hacer pistola doble a los gringos y sobre todo a Uribe que se les había arrodillado y sin contemplación humana o jurídica les despachó graneaditos 650 presos hasta Miami para que fuera allá donde lo volvieran a juzgar y a condenar y en donde no les valía para nada que ya estuvieran condenados y llevaran muchos años pagando pena en Colombia…. Nos encontramos frente a un hecho directo y escueto, sin los contenidos literarios que exige el tratamiento del género. Lo narrado aparece de una manera cruda con tintes exasperantes dado el carácter de los acontecimientos. El lector puede palpar una piel áspera que presenta riesgos si se atreve a pasarle la mano la cual le quedaría tasajeada por el mar de navajas que detrás de ellas se esconden. Hay una que tiene un filo de barbera y es la que ha anulado al estado colombiano por la política de extradición, y junto a ella se evapora la noción de soberanía. Por el carácter masivo del fenómeno el contenido de ciudadanía se transforma, donde el colombiano es internacional por su vergüenza y dolor, y ciudadano como quimera.

 

La función del testimonio en la literatura

 

Para hacer un análisis de los contenidos testimoniales de la obra que nos ocupa, resulta indispensable penetrar en la intrincada categoría del tiempo literario, puesto que la literatura, en la mayoría de las veces, se mueve en el pretérito lejano, mediano, cercano o inmediato. En cuanto al futuro ha creado un género que le es caracterizante, la novela de ciencia ficción o conocida también como de anticipación. En lo que respecta al presente, lo dominante ha sido su desenvoltura en un tiempo imaginario; es decir, fictivo; aquí lo novelado parte de la realidad o de la imaginación para construir mundos que sólo tienen existencia en la hoja escrita, o sea, lo que en teoría literaria se clasifica con el concepto de lo verosímil o inverosímil en la novela. Ella hace uso de un tiempo que no está determinado por el fenómeno de lo objetivo, sino que él es un producto de lo ficcional. Este tipo de tiempo se emparienta, o dicho de otra manera, se interrelaciona con el tiempo de la novela histórica el que no corresponde al tiempo de la certeza de la memoria fenomenológica con la cual trabaja el historiador. Hemos boceteado en lo fundamental los tiempos más interesantes que maneja la novela. Lo hacemos por razón de método para lograr delimitar el tiempo inherente al testimonio. El testimonio presenta en lo temporal contenidos de diferenciación con los demás tiempos usados por la novela, y el motivo es causal, a él lo delimita el tiempo real. Sin este tipo de tiempo, el testimonio no puede darse. Esa es su gnoseología. Para comprenderlo en su expresión objetiva, él es una categoría fundamental determinante de la fenomenología de lo real social o individual. Él delimita los hechos en su objetividad, y viceversa; los hechos muestran haciendo aprehensible al tiempo que los delimita. O sea, ser el uno y el otro para poder ser. Es lo que en el lenguaje literario empírico se le conoce como el tiempo de los hechos reales. La segunda categoría que determina el testimonio es el espacio, el cual enunciado teóricamente corresponde a la ecuación anterior sobre lo temporal. Una tercera categoría es necesaria e indispensable para que el testimonio pueda concretarse. Ella son los hechos. Los hechos son la esencia del testimonio. En literatura esto resulta decisivo, es una fenomenología capital, porque aquí lo que se impone es la realidad. Ella es la que determina. Entonces, si lo que decide es la categoría de lo real, o lo que es lo mismo la verdad, la literatura deja de existir, puesto que lo que le permite ser literatura es su contrario, la veracidad. Si la veracidad ocupa su espacio, lo imaginario no puede realizarse. Esto no significa que la literatura no sea verdad, la literatura es veracidad del conocimiento del sujeto y del ser, sólo que la acción del conocer se logra mediante el conocimiento estético, que es una vía diferente para alcanzar los criterios de verdad para conocer el mundo. Otro punto que es necesario clarificar es el de que tanto autor como narrador, pueden no estar involucrados en los hechos e inclusive ni ser testigos. El narrador o los narradores pueden ser reales o ficticios, pero no así los hechos. Los puntos anteriores nos descubren el fenómeno de la disyuntiva literaria: Cómo integrar en un texto literario elementos antiliterarios, realidad de la obra en discernimiento. La salida que hemos encontrado a la situación es catalogarla en la clasificación de la técnica mixta, como ocurre en la plástica. Coexisten en la obra ficción y realidad, formando una unidad que se funde en un todo narrativo, en la cual la veracidad es secundaria. En cuanto a la verdad testimonial en La Resurrección de los Malditos, la encontramos dispersa. En la página 138, en el segundo párrafo, se lee: …como Uribe no pasaba una semana que no mandara con las manos encadenadas a uno o a dos colombianos fueran o no culpables, fueran o no narcotraficantes, el fantasma crecía. Bastaba con que el gringo los pidiera y ahí mismo, obedientemente, los enviaba. La Corte Suprema era peor de arrodillada… . En la página 17 hay un pasaje que a la letra dice: Por supuesto todas empezando por ella, le creyeron al presidente Gaviria y a sus pactos pero cuando vieron que a Pablo Escobar le hicieron su catedral privada para recluirlo y a su marido y a todos los demás los mandaron a manejar el torcido mundo de las cárceles, comenzaron a desfallecer en su empeño, a abrir los ojos y a darse cuenta que habían caído en una fenomenal trampa

El lector encontrará otros pasajes donde el conflicto de los sicotrópicos en Colombia son realidades de lo convulso y trasgresor, en los cuales como en los antes citados, en la lectura de superficie se hallan diferentes contenidos del testimonio. Un elemento presente aquí es el registro político que contiene la acción coercitiva del ejecutivo, y de denuncia, a causa de la acción represiva de la rama judicial, con repercusión en un considerable tejido de lo social y económico. En lo que se relaciona con los contenidos testimoniales, éstos son el resultado de lo sucedido. Se derivan del ahí del acontecer, y por ello son distintos en cada caso, inclusive dentro de una misma obra como sucede en La Resurrección de los Malditos. Aquí, además, son como una cuña que refuerza el tema principal. Igualmente exhalan un perfume de ajuste de cuentas entre el narrador y muchos de los personajes directos o indirectos que urden toda la trama. Desde otra perspectiva, la novela testimonial trabaja inversamente los hechos en relación a la novela histórica. Ésta se erige en los espacios carentes de registros en las zonas de completa oscuridad para el historiador, y mediante la hipótesis cubre espacios con la realización de hechos supuestos. Por el contrario, la novela testimonio se construye en lo real inobjetable, inclusive en aquello que es superior a la imagen, sea ésta de la fotografía o de una filmación, en razón de que el signo gráfico es la lectura de los hechos en su expresión visible, pero también en los contenidos invisibles, y por ello inaprehensibles para el ojo artificial lumínico.

                                                                                                  Por Efer Arocha

                                                                                                  Paris, 22 de noviembre de 2008

                                                                                                              

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