Eduardo Gómez, poeta mayor de Colombia por José Luis Díaz
Eduardo Gómez Patarroyo nació en Miraflores, Boyacá en 1932. En este 2021 celebraremos sus 89 años -como quien dice, está a un paso del noveno piso-, en los que ha logrado conformar durante seis décadas de escritura constante un universo particular inconfundible y además diáfano, en su oscura dualidad de ángel de las profundidades abisales.
Estudió dramaturgia y literatura en la República Democrática Alemana (RDA) durante seis años, incluyendo uno en el celebérrimo Berliner Ensemble, el teatro de Bertold Brecht y de Helen Weigel. Desde muy joven, Eduardo adquirió una sólida cultura marxista, a cuyo pensamiento catedralicio ha sido fiel hasta el día de hoy.
En Bogotá, en la década de los 50, se destacó como dirigente de la Federación de Estudiantes Colombianos y posteriormente se dedicó a la crítica teatral en El Tiempo, la Radio Nacional y la Emisora de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Fue director de publicaciones de Colcultura y director de la Revista Texto y Contexto. Ejerció durante más de cuarenta años la cátedra universitaria de literatura, sobre todo en la Universidad de los Andes y ha publicado los libros de poesía: Restauración de la palabra, El continente de los muertos, Movimientos Sinfónicos, Poesía, 1969-1985, Historia baladesca de un poeta, Las claves secretas, Faro de luna y sol, Antología poética y el más reciente La noche casi aurora, que acaba de editar la Universidad Externado de Colombia en su colección “Un libro por centavos”. Además, ha publicado Ensayos de crítica interpretativa – T. Mann, M. Proust y F. Kafka y Reflexiones y esbozos. Teatro, poesía y crítica en Colombia.
En 2011, Eduardo Gómez publicó sus Memorias críticas de un estudiante de humanidades en la Alemania Socialista, en donde rememora y analiza, no solamente su situación personal y su estancia en la RDA en los años sesenta, sino que ahonda en las arterias profundas del estado socialista más próspero de Europa Oriental, bajo un sistema lleno de controversias sociales, políticas y humanas, autoritario, sí, y si se quiere, dogmático, pero con grandes luces humanistas capaces de hacer germinar sabiduría, solidaridad y amor genuino entre las tinieblas, con enorme riqueza cultural y deslumbrantes experiencias en las relaciones del amor y la amistad, en contraposición con los problemas de alienación y explotación, y a ciertos hábitos de frivolidad y simulación cultural predominantes en la otra Alemania.
Desde luego, este libro del poeta Gómez merece una reflexión más profunda y prolongada.
También disfrutamos de unas espléndidas memorias de su amistad con el pensador marxista Estanislao Zuleta. Allí, Eduardo Gómez realiza un magnífico retrato de su generación, conformada por un puñado de jóvenes valientes y cultos que se enfrentaron a la dictadura de Rojas Pinilla y al mismo tiempo se matricularon para siempre en las razones del arte y la cultura, bajo la influencia directa de Marx, Engels, Lenin, Freud, Thomas Mann, Luckasz, pero sobre todo Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir.
La poesía de Eduardo Gómez está poblada de fantasmas medievales, violines rotos y ángeles lujuriosos, ligeramente emparentada con la de aedas y juglares antiquísimos, con Villon, Baudelaire y Rimbaud. Los poetas malditos son sus pares, al igual que los músicos europeos de siempre y los pintores impresionistas. Leer la poesía de Eduardo Gómez, además de constituir un deleite total, significa un aprendizaje, una travesía por la cultura de todos los tiempos y un tete-a-tete con la realidad colombiana. Su belleza se detiene al otro lado de la estrella, es el revés de la moneda, la exaltación de un extraño y perverso, y a la vez tierno y delicado demonio, así como también representa la sublimación del esperpento, en herencia directa de Goya, Brueghel, Buñuel y Cuevas.
Eduardo Gómez rescata del lodo diamantes insospechados. Escarba, transmuta, destila agónicos sollozos y deja colar espectros y serpientes. Inaugura una expresión poética en nuestro país y en nuestra lengua que va más allá de la carroña urbana de Las flores del mal, para instalarse en las ciudades de la pesadilla, en el continente de los muertos, en el goteante árbol de la locura. Su voz revela un país en demolición, es la más hermosa alegoría de nuestra podredumbre moral. Es poesía para ser leída por ángeles caídos como testimonio arterial de la patria que se fue. En sus aguas secretas florece la más exótica orquídea de luz, solitaria, olorosa a pantano, a semen de doncel ardiente y a sudor de verdugo.
Entre los centenares de poemas de Eduardo Gómez, todos ellos poderosos, fosforescentes, enriquecidos por las más diversas cargas expresivas, no vacilo en escoger El viajero innumerable como el mejor, como el más memorable de su producción lírica. Yo no dudo que este texto sin par acompañará al Nocturno de Silva, a la Morada al sur de Aurelio Arturo y al Canto del extranjero de Giovanni Quessep por los parajes solitarios de nuestra más entrañable y desentrañable poesía:
“Soy el pasajero de los trenes de medianoche / el viajero de barcos navegando entre nieblas / o bajo los cielos negros para una luna en agonía / el viudo de bodas imposibles / el nostálgico de la Edad de los Dioses / el soñador de imperios abolidos y leyendas siniestras / el narrador de historias de enanos crueles y dulces bueyes degollados / el amigo fúnebre y el amante encadenado / el trovador de castillos en el aire y desiertos ardientes / el pescador de almas condenadas / el que tiembla en la zarza ardiente de la melancolía / y el que gime en una obscena agonía. / Allí donde Goethe medita ante la tempestad del Gran Océano / donde Beethoven suda sangre en los huertos silenciosos / donde Baudelaire conversa con los vampiros y los brujos / en los laberintos donde la luna sueña sombras azules / y Proust se asfixia de amor en estancias de fieltro / allí donde Shakespeare vuela por los cielos desmesurados / en los cárdenos horizontes de erizados Himalayas / allí estaré ---infatigable--- esperándote”
Bogotá, enero de 2021.