Las rutas de Ifigenia de Eduardo García Aguilar
Bogotá, mayo 1 de 2019. * Garcia Aguilar, Eduardo. Las rutas de Ifigenia. Colección Ladrones del tiempo. Uniediciones. Grupor Editorial Ibáñez. Bogotá. Colombia. 222 pp.
*El pasado 6 de junio en la librería Luvina de Bogotá, se presentó Las rutas de Ifigenia, quinta novela del escritor colombiano Eduardo García Aguilar, publicada en la colección Ladrones del tiempo de la editorial Uniediciones. El presente texto fue leído en el acto por el escritor colombiano Felipe Agudelo Tenorio.*
*Por Felipe Agudelo Tenorio*
En Las rutas de Ifigenia Eduardo García Aguilar retoma los principales temas y las obsesiones literarias que lo han motivado a lo largo de su ya larga carrera literaria. García Aguilar es un escritor prolífico, sobre todo porque son varios los géneros que atiende su pluma. Vale mencionar que ha frecuentado la poesía, el cuento, la novela, el ensayo y la crónica tanto literaria como periodística. A estas alturas su obra es no solo diversa sino extensa y por fortuna está siendo publicada en el país en esta estupenda colección Ladrones del Tiempo que dirige Stéphane Chaumet. Puesto que la obra de García Aguilar se encuentra dispersa en diversos países del mundo, en razón de que él ha sido a lo largo de más de cuatro décadas un escritor errante, un extranjero de vocación. Actualmente vive en París, donde trabaja como periodista en France Presse, pero ha pasado gran parte de su vida en México y ha viajado por muchas partes del mundo, en una errancia que tuvo comienzo en su natal y nunca olvidada Manizales.
Uno puede afirmar que el escritor, por lo general, más que escoger sus temas es escogido por estos, es decir que es recurrentemente interrogado por las mismas cuestiones Y por esta razón uno no se sorprende de encontrar una coherencia general en la obra de EGA. Muchas veces es reconocible su estilo en sus diferentes escritos, pero en otras lo delatan sus temas y sus tratamientos. Largo sería enumerar todas las obras que ha escrito este persistente escritor manizalita. No obstante, quienes hemos leído sus novelas encontramos en Las Rutas de Ifigenia desplegadas todas sus obsesiones literarias.
La novela de manera ficticia recoge un manuscrito encontrado al morir, en Los Alpes, un intelectual de Manizales; el manuscrito es entregado por la última amante del fallecido, quien se lo ha hecho llegar a su sobrino, estudiante en una universidad de París. Es pues, de cierta manera, un texto oculto y personal, al cual su autor nunca publicó o ni siquiera escribió para que fuera leído. A cambio su sobrino sí lo hace y lo que se nos presenta es una memoria intensa de una buena parte de una generación, de su educación sentimental, sexual, política y literaria en una región particular de Colombia y en una época específica: los años 60 y 70 del siglo XX.
El eje conductor de estas memorias y confesiones -que no solo permiten recrear el ambiente de esa época sino que dan cuenta de los hilos de sangre que han tejido la historia de este país- es la historia de una muchacha, Ifigenia Botero, narrada por su amigo y enamorado Marco Aurelio Estrada. Una mujer que es, sobre todo, un símbolo de las luchas, dificultades y fracasos de las mujeres por conseguir su liberación en un país que aún las mantiene atadas a través de una ideología patriarcal que permea todas las capas de la sociedad colombiana.
Ifigenia, sin necesidad de arduas explicaciones psicológicas, aparece en esta novela, a pesar de su juventud, hecha ya de una sola pieza, como una fuerza vital que nació para ser libre, para disfrutar de su cuerpo y el de los otros, para moverse a su antojo por el mundo. Sensible, inteligente, independiente, hermosa, peligrosa, transgresora, sexual y seductora, como tenía que ser, ya que así son por norma las mujeres que suelen protagonizar las novelas de EGA, Ifigenia nace en la cuna más desfavorable y opresiva para ella, puesto que es la hija de un gamonal político godo hasta sudar azul, vinculado de manera estrecha a las violencias de los años 40 y 50, que como todos sabemos tiñeron de sangre, vergüenza y crímenes horrendos a todo el país y cuyas nefastas cicatrices no terminan de sanar. Así pues, un hombre gordo y mediocre admirador de los nazis, apodado la Esvástica, seguidor de Laureano Gómez, apodado en la realidad el Monstruo, y jefe de bandas de pájaros chulavitas, es decir de los paramilitares de la época, por esas bromas que a veces comete la genética resulta ser el progenitor de ese espíritu erótico y libre que es Ifigenia, la protagonista.
Este recurso le permite a EGA llevar a una dimensión cotidiana las tensiones propias que ha vivido y vive la sociedad colombiana entre quienes sostienen una visión reaccionaria del mundo, del hombre y de la vida, versus las de quienes buscan una visión distinta, y que por tanto han intentado cambiar este país, a veces por las rutas más equivocadas, y sacarlo del círculo vicioso de su violencia, su corrupción, su injusticia y sus inequidades que tanto se esfuerzan por preservar las poderosas corrientes retardatarias que han sido las dominantes en los gobiernos y en la conformación de su precaria identidad.
En esta novela vemos que el drama de un país se puede escenificar en el interior de la familia. El choque irremediable de la hija contra el padre. Son dos sistemas completos de valores los que se enfrentan sin lograr jamás un punto de conciliación. Según esa brillantísima filósofa que fue María Zambrano, este es justo el clima espiritual que produce y condiciona las tragedias.
El narrador y segundo protagonista de esta novela, Marco Aurelio Estrada, es quien nos va contando, amorosamente y sin pudores, el destino de Ifigenia, entreverando esa historia con la de su familia y la del país. Estas historias entrelazadas son, como no hay de otra manera, duras, dolorosas y dramáticas. Es decir: muy colombianas. Vienen enmarcadas en un acertado y vivo retrato de lo que se vivía en los años 60 y 70, desde la perspectiva de un joven intelectual en formación, y por tanto nos acerca al clima de efervescencia que fue típico de esas décadas en las que desde las provincias los muchachos se conectaban ya con el planeta entero, a través de los libros, los periódicos, la radio y el cine, principalmente, de forma tal que enterándose de todos los movimientos intelectuales y políticos que se daban en el mundo muchos de estos jóvenes rompieron esquemas y se formaron en abierto choque con los valores dominantes de la sociedad colombiana que justo eran y, por desgracia, aún son los que la han conducido a esta interminable espiral de violencia.
Como uno puede intuir a través de los nombres de los protagonistas de esta novela, Ifigenia, tocaya de la hija del rey Agamenón (doncella que éste sacrifica a los dioses para que le concedan el viento que le permita a su flota zarpar hacia la guerra de Troya) y Marco Aurelio, homónimo del lúcido emperador romano que es uno de los puntales del estoicismo, el destino final de la protagonista es trágico y terrible, mientras el de Marco Aurelio, discretamente, apenas si nos es dado a conocer, pues salvo el haber decidido huir para siempre de Colombia, solo sabemos que cultivó hasta el final sus dos pasiones: la escritura y el amor por las mujeres.
He querido contar esto a grandes rasgos, sin dar detalles, para no estropear la lectura de la novela. Sin embargo, quiero compartirles que a medida que transcurría mi lectura me pregunté muchas veces cuál era el límite que había allí entre la realidad y la ficción. No es la primera vez que EGA narra hechos pasados que se entroncan vivamente con la realidad. Y también con lo autobiográfico. Muchos de los personajes secundarios de la novela corresponden a personas reales. Muchos de los hechos son históricos, son hitos que marcan nuestra historia y la del mundo. En realidad ocurrieron. Sin embargo, el libro es una novela, pura ficción.
Lo conozco hace muchos años y a pesar de que decidió, quizás para siempre, ostentar la calidad del extranjero -posición difícil- Eduardo nunca ha logrado en su novelística (y quizás jamás lo ha pretendido) alejarse completamente de Colombia, de su Manizales. Una vez tras otra, su escritura se enlaza a su memoria de una manera extraordinariamente sentida, cosa que se puede constatar en sus descripciones de lugares que hoy en día son inexistentes y que él los presenta como si los estuviera recorriendo ahora.
Finalmente, ¿qué es lo que somos sino eso que fuimos? ¿Qué es eso que fuimos sino eso que somos capaces de contarnos y contarle a los demás? ¿Y qué somos capaces de contar si no es eso que podemos recordar sin, a la vez, nunca jamás dejarlo de inventar? Siempre que recordamos estamos inventando, pues la memoria se abastece de la imaginación.
Por esto, a mi juicio, la mayor riqueza, entre las muchas que tiene esta novela es el ejercicio de memoria que realiza, la adecuada selección de los hechos históricos, el esfuerzo de rescatar lo vivido de entre la hambrienta boca del olvido, que es una tentación siempre presente en este país en el que nadie resiste mirarse en un espejo. Todo lo narra para no dejarlo pasar y así recupera trozos de la historia íntima de una generación que hoy en día ha comenzado a envejecer. Una generación, por cierto, partida entre quienes sí llegaron al poder solo para impedir cualquier cambio profundo en las estructuras de la sociedad, y quienes voluntariamente se quedaron en los márgenes puesto que aunque creyeron que sí se podía y se debía cambiar esa sociedad oscurantista, injusta y violenta en la que crecieron, no recorrieron los caminos de la violencia.
Esta novela es también una historia de amor en un momento en la que la memoria es cernida por los mejores instrumentos de la literatura. Un bocado para los lectores.