Aquel 31 será, cuento de Jaime Jurado Alvarán
**Me preguntas por qué me dio por manejar un coche fúnebre. Yo mismo no lo asimilo todavía pero es que no me quedó de otra, viejo Rober. Ya que te interesa, tienes que aguantarte la respuesta, que es más bien larguita. Por suerte, somos tú y yo los únicos clientes en este bar de mala muerte. Bueno, viéndolo bien, es el escenario más apropiado, porque con esta música tan triste, oye, después de “Sangre maleva”, se vienen con “Simón el enterrador”. Y fuera de eso, con semejante piel de cera y orejas puntudas el cantinero parece más muerto que vivo. Pero me estoy desviando, hermano y vuelvo al punto. La cosa es que, ya sabes, me iba bien de taxista y los primeros diez años en ese oficio todo era normal. Claro, no faltaban los episodios que le pasan a cualquier profesional del volante de ese tipo de carros: la pareja que pelea en plena carrera; la chica que se le baja al man que la quiere llevar a un motel; los pasajeros que no dejan de hablar de política y hasta quieren convencerlo a uno de que vote por el candidato de ellos; la veterana que te comenta que está muy sola y que si quieres subir al apartamento a tomar un tintico; el borracho que no quiere pagar la carrera. Ah, faltaba el atraco, y no cualquiera sino uno en el que me metieron amordazado y maniatado en el baúl mientras los malparidos que me levantaron hacían el torcido más tenaz con el carro pues nos perseguían patrullas de policía y todo; al otro día, oí en las noticias que dizque asaltaron un banco y los ladrones se movilizaban en un taxi...hijueputa, quién sabe cuánto coronaron pero me dejaron en un basurero de las afueras y no me tocó ni un peso…Hasta ahí normal, pero yo no sé por qué empezaron a pasarme güevonadas raras, bien raras, los 31 de octubre.
¿Qué cómo así que precisamente los 31 de octubre? Sí, brother, aunque no lo creas, parece una maldición. No sé si es un castigo por mi incredulidad o qué. En todo caso, yo nunca le paré bolas a esa fecha. Tal vez, porque no creo en nada del otro mundo ni cosas de esas y, especialmente, porque cuando joven eso no existía. Es de unos treinta años pa acá que comenzaron con el cuento ese del tal hallowen. Ahí sí que me dio putería, porque fue el comienzo de volver todo gringo y celebrar el día de San Valentín, día de los amigos y cuanta vaina se les ocurre allá. No falta sino que nos metan el tal día de San Guivi, que es el que me cuenta un mexicano que estuvo en los esteits que es cuando no queda un pavo ni pa remedio: acaban con todos. Estamos cerca de eso, porque ya en navidad mucha gente no mata marranito sino que compra unos piscos gringos que no saben a nada pero hacen más cachezuda la fiesta, así sea de estrato uno. Ah sí, otra vez me estoy yendo por las ramas, tranquilo, ya retomo el tema: primero a duras penas me aguantaba que pasara como noche de brujas, pero ponerle un nombre tan raro y poner a los pelaos a disfrazarse y pedir dulces en toda parte, hasta boletiándolo a uno dizque como ogro tacañón y vainas así; no, eso sí no. Todavía paso que los niños se pongan máscaras o que se vistan de animales, porque hasta bonitos se ven los más chiquitos como ratones, conejos, tigres, otorrinos o lo que sea. Pero los grandes como Frankestein, extraterrestres, zombis o cuanta pendejada se les viene a la cabeza. No, los muertos son cosa seria y no como pa volverlos un carnaval.
¡Que otorrino es un doctor! No jodás, yo pensaba que era ese animalito de los ríos de Australia que es mamífero, venenoso y tiene pico de pato. Bueno, gracias por la corrección pero suena como lo mismo. Lo cierto es que de cuatro años para acá, nunca esa fecha fue normal para mí, así como lo oyes. No te durmás, güevón, que ya viene lo bueno.
La primera vez fue cuando transporté a un combo de muchachos vestidos de lo más estrambótico. Al menos eso parecían, porque no les veía las caras, pero, por las voces y la bulla que hacían eran los clásicos jóvenes universitarios. Acepté llevarlos a todos a pesar de que significaba sobrecupo. Eran cinco, pero una que deduje era mujer por la voz, me insistió con una dulzura lo más encarretadora. Y comienzan esos verracos a recochar a uno que iba de payaso y se la montaron que por lo gordo, que tan joven y se la pasaba donde el cardiólogo y tal, y el hombre aguantando las burlas, hasta que yo no sé si fue porque era muy quisquilloso, ya venía mal del corazón, por una sobredosis o qué, porque me di cuenta que estaban muy trabados, el tipo se fue poniendo morado y se le paró el corazón de una: infarto fulminante. Los que se pusieron azules fueron los demás y ahí sí que gritaban y cuando llegamos al hospital el man no era de este mundo. Finalmente, no me importaba mucho porque de algo se tenía que morir pero justo en mi carrito, papá; esa sí es mucha sal la mía y toda la noche en la fiscalía declarando una y otra vez lo mismo y después varios meses en citaciones y audiencias. No, ese primer 31, sí que me lo envuelvan.
La segunda vez fue peor. No me gustaba ya llevar ni recoger gente en hospitales, pero como estaba por los lados del de Kennedy, me paró un señor con la esposa embarazada y con dolores de parto y eso sí, lo que es a los niños, así todavía no hayan nacido, yo sí les corro. De una los subí y los llevé pero cuando apenas los despedí, sin que hubieran cerrado la puerta, se me mete un cucho con una vieja; el hombre cargando un ataudcito blanco; los dos iban como muy tristes. No les alcancé a preguntar nada porque en seguida el de seguridad entró tratando de arrebatarles la cajita y diciendo que no se podían ir sin pagar. No, qué cosa más tremenda; eso fue un forcejeo el macho, la señora se desmayó y el vigilante ese, más grande y acuerpado, le ganó al pobre mancito que estaba flaco y pálido, era como desplazado o algo así, apenas pataliaba y decía que eso no se iba a quedar así, que después de dar el paseo de la muerte ahí casi no lo atienden y no le dejaban siquiera llevarse a su hijo. No sé en qué terminó la vaina, pero me fui con la amargura más grande y preguntándome qué haría esa pareja. ¡La madre!, yo creo que hasta quedaron con ganas de volar el maldito hospital o quién sabe si los mandaron a un siquiátrico o qué. Hasta yo pensé que sería justo meterle TNT a esa sopa de letras de eso que llaman sistema integral de salud, ley 100, EPS, IPS, POS, ARL, Salucoop o no sé qué jodas más. En todo caso, ese segundo hallowen fue como pa volverse loco y lo más jodido es que no cogí ni una carrera más, aunque seguí dando vueltas y gastando gasolina, toda la gente en la calle me parecían fantasmas de verdad, estuvieran disfrazados o no…o tal vez era yo el que los asustaba con mi cara de espanto.
Estás poniendo una cara como de no creer nada pero lo que te cuento es la pura verdad. No invento nada, si tuviera capacidad de inventar estaría de escritor o guionista de televisión como una amiga que hace unos ladrillos que me mostró una vez. Se pasó la vida viendo telenovelas, y ahora cree que le van a publicar la gran historia y manda a Caracol unas cosas ahí que son como una imitación mala de Corín Tellado, que son siempre lo mismo, pero como que le pagan algo por eso y de ese ripio cogen partes y van armando culebrones pa embobar a la gente, más de lo que ya lo está. Ah, sí, otra vez por las ramas, pero a la tercera es la vencida. La siguiente ocasión, otra maldita noche de brujas, yo bastante cabriado, me dije “Hoy sí no me pasa nada, actitud positiva, Jorge Duque Linares, uno es lo que piensa, programación neurolingüística, todo bien, todo bien como el Pibe, baño de yerbas, las leyes espirituales del éxito, el secreto…”, mejor dicho, prevenido mentalmente pa romper esa mala suerte.
Y así fue casi toda la noche, qué taxista tan buena onda, lleve y traiga gente feliz, sonrisas, felicitaciones a los mejores disfraces y cuando ya coronaba la mejor jornada, con buenas lucas en los bolsillos, quise hacer la última carrera, porque era en dirección a mi casa. Por los lados del Salitre, me hicieron señal de pare dos señores muy elegantes, encorbatados y tal, sostenían entre ambos a una muchacha muy bien vestida, ella no hablaba, estaba como dormida y era muy bonita. Aunque mucho más joven, por su pelo negro que contrastaba con la piel muy blanca, la relacioné con Morticia, la de los Monsters, pero al instante yo mismo me censuré y me dije “Uno es lo que piensa, si piensas cosas malas se van a cumplir, pilas, pensamiento positivo”. Le creí a los fulanos que me dijeron que estaba borracha y acepté llevarla a una dirección en Bosa donde debía tocar y preguntar por una persona pariente de la chica. No sospeché nada, porque los vi muy serios y uno de ellos habló por celular diciendo que ya la mandaban, dio el número de la placa y todo; me preguntó cuánto valía la carrera, le dije un precio superior al que era, me pagó el doble y me dijo que, si quedaba faltando plata, al llegar, el pariente que la recibiría reconocería el monto que fuera necesario. ¿Así, quien no? Con eso sí que acababa de cuadrar la noche y, especialmente, acabaría con la racha esa que me afectaba cada año en esa fecha. Eso fue de una que puse rumbo a Bosa, a toda marcha, sin parar en los semáforos porque a esa hora no los respeta nadie y necesitaba era estar en mi casita pa salir al otro día a disfrutar de esos pesos con la familia.
¿Disfrutar? Hum, ¡Perra vida! Ahí fue cuando me llevó el putas. Al arribar a la maldita dirección que me dieron, después de dar vueltas y vueltas porque es de esas zonas donde las calles tienen números que abarcan casi todo el alfabeto 57MSur con 94BisT o una mierda así, era un caño en la oscuridad más hijueputa y en medio de un aguacero de padre y señor mío, fue cuando pensé “no, yo despierto a esta pelada a ver si me aclara esto o me da un número de teléfono pa llamar”. Frené y traté de despertarla y estaba más fría que una nevera, muerta la maldita. No, esa sí es una pava ni la peor. Entré en una mezcla de pánico y risa nerviosa, se me vino a la mente uno de esos refranes bobos que dice la gente en los pueblos “ni porque hubiera matado un cura, pues”. Me fumé como media cajetilla de cigarrillos, dudando si ir a la policía o dejarla botada en el humedal y a la vez mandar al demonio todo, no volver a mi casa, pisarme de la ciudad, irme de ermitaño, largarme pa la Patagonia; cualquier otra vida diferente a la que llevaba. Cuando decidí dejarla tirada pa evitar interrogatorios y porque sabía que no me iban a creer, ¡zuácate!, me cae una patrulla policial, se me hace que advertida por los propios asesinos, porque pa mí que los clientes esos la mataron y, claro, detenido de una. Dos años a la sombra, mijo, los ahorritos y el vehículo se me fueron en abogados; la hembra me dejó, se fue con mi defensor, un tal Jotabé Bernal, quedé solo, pelado y sicosiado, y ahí fue cuando decidí dejar eso de los taxis.
Tranquilo que ya estoy acabando. Te decía que solté la cabrilla y estuve un tiempo sin hacer nada. Tampoco pensaba en el futuro, como vacío, mente en blanco todos los santos días. Volví a vivir donde la cucha, pero me aburrí al tiempo y como tenía que vivir de algo y lo único que sé hacer es manejar carro, por fin decidí volver al volante. Lo extraño es que a pesar de que seguía impresionado por todo lo que me sucedió, le perdí todo miedo a los muertos y me empezó a surgir el deseo de trabajar con ellos. Lo ideal era entonces buscar empleo en una funeraria, ya me sentía el propio para conducir un coche fúnebre. Visité empresas, asistía a velorios y sepelios, me hice amigo de los choferes, leía sobre el tema, aprendí sobre modelos de autos mortuorios y comencé a sentir una gran simpatía por los difuntos y hasta a disfrutar su compañía, si así puede decirse. En fin, para no alargarte mucho el cuento, ni siquiera tuve que buscar el trabajo. En esos sitios pensaban que ya era un veterano del oficio y me engancharon en la firma más reconocida del gremio. Severa limosina la que me dieron. Todo iba sobre ruedas, estaba hecho, porque con mis pasajeros no había ningún problema, no era sino conducir, yo les hablaba y ninguno me contradecía, luego llevarlos a su morada final y listo, no molestan pa nada. Yo hasta los envidiaba, porque sabía que iban muy cómodos en sus cajones y a velocidad de crucero en la nave a mi cargo; me sentía protagonizando uno de esos ridículos comerciales en que decían que ofrecíamos tan buenos servicios que daba gusto morirse. Lo único que afectó mi nueva vida fue, como cosa rara, mi primer hallowen. Por cierto, ese día tenía cierta prevención, pero me convencí de que nada iba a suceder porque solamente atendería un servicio, de día como todo entierro, y la única persona con la que iba no podía morirse, porque ya lo estaba. Pero no, “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”, como dice una canción de salsa. Yo conducía muy tranquilo y quise echarle una mirada a mi silencioso acompañante y cuando le estaba diciendo que fresco, que pronto estaría en su residencia definitiva, abrió la tapa y preguntó con voz pastosa ¿dónde estoy?, ¿qué hago aquí?, ¿quién es usted? En realidad, más que susto tuve sorpresa, porque si no me daban miedo los muertos, no se me hacía raro que uno de ellos no lo fuera y que se tratara de un cataléptico o cosa parecida y me alegré, porque en todo caso es mejor que alguien resucite en un vehículo a que fallezca en él. De todos modos, me enojó que como siempre, fuera en noche de brujas, pero qué le vamos a hacer, parece que nunca voy a tener un último día de octubre normal o más bien, ya sé cómo es para mí este día, que me suceda algo raro, es lo corriente.
A propósito, para evitar nuevas sorpresas, que ya no lo son tanto, es precisamente por eso que hoy pedí permiso y te cité para conversar. Estoy de descanso a ver si me quito de encima ese fucú. Me hice muy extenso y me gustaría escuchar qué opinas sobre mi extraño destino, pero también saber cómo sigues de salud porque entiendo que por estos días te viene fallando la presión, ojo que a eso le dicen el asesino silencioso…
Dime algo… ¿Qué pasa, llave? No dices, nada, estás frío… ¡oh, no! . Robertooooooo…
Niw Ollaj, octubre de 2013.
*Abogado y escritor manizaleño, integrante del Taller de Escritores Gabriel García Márquez de la Universidad Autónoma de Colombia
Jaime Jurado Alvarán
Nació en Manizales en 1956