Apentes para la historia del telégrafo en Colombia por un telegrafista
***Los 150 años del telégrafo en Colombia***
El primer mensaje transmitido el 1º de noviembre de 1865 por línea física se lo envió el constructor de las primeras instalaciones, el ingeniero inglés William Lee Stiles, al presidente Manuel Murillo Toro desde la localidad de Cuatro Esquinas (hoy Mosquera, Cundinamarca). Muy pronto, todo el país estaría comunicado mediante el recurso que se vale del alfabeto creado por el estadounidense Samuel Morse: A, punto-raya; B, raya-tres puntos; C, raya-punto-raya-punto…, y así hasta la Z, los números y los signos. El sistema descansa en un manipulador (transmisor) y un sonante (receptor, más tarde audífonos), aparatito metálico que reproduce los golpes que envía el operador transmisor y registra su colega receptor en una máquina de escribir.
De esos primeros tiempos del telégrafo vienen muchas anécdotas. En la etapa de instalación del cableado, la gente no acaba de comprender cómo se podrá ‘decir’ algo sin hablar. A falta de una explicación al alcance de la gente, el asunto puede ser “cosa del diablo”, y entonces no es extraño que aparezca destruida la línea que va de poste a poste hasta llegar a su destino de contacto. En el terreno del cuento, se dice que en una cafetería de pueblo dos telegrafistas se comunican con golpes de cucharitas que marcan puntos y rayas para burlarse del desconocido de la mesa siguiente, ignorando que es el telegrafista inspector que viene a efectuar una visita. ¡Qué chasco! También se habla del telegrama en que se ordena vender unas vacas porque tienen aftosa, mientras en otro alguien dice que es urgente enterrar pronto a papá porque se apicha.
En el telegrama aparece un antecedente del mail o el whasapp de lenguaje recortado, propio de la telemática, como en “abracaribes”, para indicar “abrazos, caricias, besos”, y así pagar una sola palabra y no tres, según la modalidad de tarifa.
Parece que a comienzos de este servicio en Colombia, sólo el hombre se hace telegrafista, posición social que emula en importancia con la del alcalde y el cura. Poco a poco la mujer ingresa, y, en lo que tiene que ver con mi trayectoria personal, a ella está ligado mi aprendizaje del código. Celmira Garavito, que atiende la oficina de Muzú en Bogotá, y Aydé Polanco, operadora de Usaquén, entonces municipio, en mis turnos libres de una labor más modesta me dedican tiempo para que practique, con toda la paciencia del mundo, hasta cuando logro dominar la técnica y ser nombrado operador. Estas dos colegas, que aún viven, son acreedoras a mi gratitud, porque de allí parten no sólo mis sucesivos ascensos sino asimismo la ocasión de hacerme profesional.
Modernización paulatina
Iniciado el siglo XX ya se han desarrollado equipos más ágiles. Aparecen el hugues y el bregué, que no conocí pero de los cuales sé por los más veteranos compañeros, en especial uno a quien aprecié mucho por su señorío, hasta el punto de hacerlo uno de mis padrinos de matrimonio. Es Heliodoro Suárez Orozco, de Sativanorte (Boyacá, 1882-1978), conocido como Peter, desde entonces su marca indeleble, por su parecido físico con el payaso de un circo francés que llega a Bogotá en 1902.
Después se conoce el creed, por su marca inglesa, sistema que pasa de los puntos y rayas a su perforación mediante teclado. Un aparato transmisor envía la señal, que se recibe en tira escrita y engomada para ser pegada sobre papel mediante su deslizamiento previo por un rodillo de madera o metálico, llamado gomero, que gira dentro de un pequeño recipiente con agua. Es el precursor de los teleprínteres, especie de máquinas de escribir eléctricas que funcionan entre puntos fijos y cuyos mensajes cruzados aparecen ya escritos sobre el papel de un rollo recortable. Luego aparecen los télex, integrables en red y conocidos más tarde también en el ámbito empresarial, lo cual les quitaba mercado a los Telégrafos Nacionales, dependientes del Ministerio de Comunicaciones.
Volviendo al creed, este medio está en mi memoria con ribetes cuasirrománticos, pues fui su operador más joven y lo manejé hasta que problemas de repuestos fueron haciendo obsoleto un sistema que ofrecía gran rapidez. El creed se utiliza por última vez a raíz de la explosión del 7 de agosto de 1956 en Cali, cuando estallan tres camiones del ejército en la capital del Valle, causando miles de muertos. Por entonces, el creed ya sólo funcionaba en Bucaramanga y Cali, conectados independientemente con Bogotá.
Hoy no tengo noticia de la vida de algunos de los pocos operadores que hacían funcionar tales equipos, pero la mayoría ha muerto. Eran ellos Carlos Hinestroza, Roberto Cortés Valbuena, Efraím Velasco, Solón Guerrero, Joaquín Vila y otros pocos, incluido mi primo Jaime Méndez –de quien más adelante hablaré–, quienes me enseñaron su manejo. Tengo la certidumbre de que soy el único sobreviviente, pues ellos eran operadores veteranos. Esto ocurría en la Central de Telégrafos de Bogotá.
La presencia en el Telégrafo y luego en Telecom de Peter, el compañero que me hablaba de los medios utilizados en las primeras décadas del siglo XX, se prolonga más o menos de 1901 a 1972. Con frecuencia, los compañeros me preguntaban cuál era el nombre de Peter, remoquete cariñoso que tomé para bautizarlo como “Petercántropus sativanortensis”, por su longevidad y el nombre de su pueblo. El fósil, como yo lo llamaba, ya era pensionado cuando lo conocí, pero en Telégrafos se admitía que un pensionado siguiera trabajando y devengando mesada y sueldo juntos, renunciando a lo que superara los 500 pesos mensuales, aunque dicho tope se incrementaba con los años.
Después de 70 años frente a un manipulador, un sonante y la máquina de escribir hicieron que Peter fuera incapaz de vivir sin su gran familia de telegrafistas cuando Telecom decidió pensionarlo en forma definitiva. Para Peter esto fue un golpe terrible, pues, ya con 90 años de edad pero lúcido y eficiente como operador, no entendía la vida metido en la casa, y entonces aparecía en la oficina, buscando a su ‘tío’, como me llamaba, mientras yo le decía ‘sobrino’, en el entorno de una amistad que sólo se quebró con su muerte, a los 96 años. ¿Por qué hablo de su salida de Telecom y no de Telégrafos? Porque el gobierno nacional, en 1964, ordenó la fusión de las dos entidades, fortaleciendo a la Empresa Nacional de Telecomunicaciones, sigla de Telecom, que disparó el desarrollo del sector en forma vertiginosa, hasta cuando en 2013, en una decisión muy controvertida, el gobierno de Álvaro Uribe vendió la empresa, entidad insignia del país y emblema de su soberanía, cuya operación económica se puede considerar el mayor atentado contra el patrimonio público de nuestro país.
Aspectos humanos
En este panorama debo hablar de los telegrafistas destacados. Ignoro si en el mundo se conozca un caso igual al del sordo Lemus, operador de Cali que, al perder el oído por razones que no vienen al caso, seguía siendo un gran receptor con sólo mirar los movimientos del sonante, una vibración difícil de interpretar. Por no oír el pito de un vehículo, Lemus murió al cruzar una calle.
Otro compañero que despertaba admiración era Heladio Pinzón, operador de San Andrés, a quien se le transmitían sin interrupción 50 o más mensajes por medio automático y acumulativo, gran avance ante el pionero manipulador y cuya velocidad se podía graduar a gusto: Heladio pedía que le pusieran el transmisor en el punto máximo.
En este mismo sentido de la habilidad auditiva, menciono a mi primo Jaime, con quien nos tratábamos como hermanos y quien me ayudó a ingresar a la Central de Telégrafos de Bogotá en 1953, en una labor de menor importancia que la del operador. Jaime era un excelente transmisor y, al igual que Heladio, tenía un oído asombroso que le permitió enrolarse en Telecom, en mejores condiciones salariales, cuando todavía no se sabía que nos reencontraríamos al unirse Telégrafos y Telecom.
Mi paso por las Comunicaciones
Los compañeros de la Central de Telégrafos ofrecían una amplia gama de caracteres y de ellos recibí valiosas lecciones del arte de vivir, pues yo tenía apenas 17 años no cumplidos y estaba solo.
Pero mi ingreso al mundo de las Comunicaciones tuvo un acto previo: fui mensajero del correo en Guateque (Boyacá), mi terruño, donde trabajé desde el 1º de abril de 1948 por espacio de año y medio. De allí salí a buscar mundo en varios ‘destinos’, y a ese mundo regresé, como ya he dicho, en agosto de 1953, para ser sucesivamente supernumerario, revisor, telegrafista, operador en la Central de Radio, jefe y visitador nacional, trayecto que culminé hace 40 años al pensionarme y dedicarme a mi profesión. Pero sigo ligado a ese cosmos de excompañeros, como cofundador de dos asociaciones pensionales y miembro de sus juntas directivas, Apetelecom y Upeco, de la cual soy su secretario de Educación, organización gremial que comienza siendo sólo para pensionados de Comunicaciones.
Personajes de punto y raya
Como en toda profesión ‘artesanal’, y como casos especiales, menciono a tres personalidades que ejercieron el oficio de telegrafistas: el erudito colombiano Luis López de Mesa (Don Matías, Antioquia, 1884-1967), ministro de Educación de Alfonso López Pumarejo y de Relaciones Exteriores de Eduardo Santos, quien a los 12 años trabajó en la oficina de San Pedro (Antioquia); el cantante mexicano Juan Arvizu (Querétaro, 1900-1985), conocido como el Tenor de la Voz de Seda” y “La Voz de Seda de América”; y naturalmente Gabriel Eligio García, famoso “telegrafista de Aracataca” y padre de nuestro Nobel de Literatura.
por Mario Méndez
Crónica publicada en El Espectador del domingo 1ro de noviembre 2015, pàáginas 26 y 27
Apuntes biográficos de Mario Méndez
Natural de Guateque, Boyacá (octubre 12 de 1936).
Sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia, 1970.
Asistente a cursos sobre arte, televisión, cine, literatura, periodismo, medicina social, organización social, etcétera.
Coautor de “Historia de Colombia” (Editorial Zamora, 1994); “Diez años del Taller de Escritores Gabriel García Márquez”, de la Universidad Autónoma de Colombia (1990), al que pertenece desde 1989 (diciembre de 2010, Miembro Emérito); y coautor de “Otrapalabra”, del mismo taller (2005); coautor de “Primera maratón literaria La Candelaria (antología)”; editor de numerosos libros, incluso extranjeros.
Corrector de estilo de “Cromos” (1990-1993), “Le Monde Diplomatique” edición Colombia (2001-2012), y de numerosas obras literarias, históricas, económicas y científicas editadas por Difundir Ltda. Asesor editorial revista “Parking Noticias” y del periódico Gobernación Cundinamarca (2013-).
Columnista de “El Espectador” (2014) y otros medios de prensa desde 1963 (“El Colibrí, Chicago, etc.). Jefe de redacción de la revista “La Clave”, Bogotá (1994).
Autor actual de los crucigramas de “Cromos” (desde 1992), “El Espectador” (desde 2009), “El País” de Cali (desde 1992) y otros medios.
Profesor universitario de 1976 a 1987 (sociología general y aplicada, problemática social, teoría de la recreación, etcétera). Gestor cultural.
Conferenciante y profesor en cursillos por más de 40 años en varias partes del país; participante regular en la Semana Cultural de Pelaya (Cesar). Expositor de temas socio-educativos): arte, lenguaje, sociología, pedagogía, problemas de la comunidad, educación para la vida, tiempo libre, relaciones humanas, literatura, orientación profesional para la universidad, educación de pareja, coordinación-ejecución de escuelas de padres, Feria del Libro, Bucaramanga 2013.
Bogotá, noviembre de 2015