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* CHEMIN SCABREUX

 "Le chemin est un peu scabreux

    quoiqu'il paraisse assez beau" 

                                        Voltaire 

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Publié par VERICUETOS

Narrativa inédita de José Oscar Fajardo Sanchez
Fragmento de la novela inédita 
Un enamorado salvaje de José Oscar Fajardo Sanchez

 

"Al día siguiente,  o mejor, ese mismo día,  me había ido a dormir a las cuatro de la madrugada larguitas, Juliana, mi amiga de reciente amistad y bella como una aurora de verano, me llamó cerca de las ocho para que a las nueve estuviera listo con el fin de ir con ella al centro de la ciudad a hacer algunas pequeñas compras y luego a la universidad donde debía de hablar con el director de su carrera no sé de qué cosas de la profesión. Unos días después me di cuenta con desilusión que yo era en realidad un muchacho bastante menguado en el uso del pensamiento lógico cuando no le dije que no en el preciso instante que he debido decirle que no.  “Un hombre enamorado es un enfermo del alma”, decía Stendhal.  Stendhal, por favor. Un hombre que cae sin ninguna racionalidad en el campo gravitacional del amor es un guaricho semibruto al que hay que estudiarle el cerebro y los testículos en un laboratorio científico y voy a demostrarles por qué. Primero porque Juliana era una belleza de mujer con todos los atributos sociales, estéticos y económicos que ya hubiera querido para sí Nefertari, la exótica y suculenta consorte de Ramsés II, otrora emperador de Egipto, y no estando ella en casa, entonces Hashepsut, única faraona de la historia y más bella y más eroticohomicida que Cleopatra.  Segundo, porque yo andaba en una pobreza no espiritual, ni intelectual pero sí económica, tan pauperizada, que donde me hubieran dado la entrada al cielo por cualquier suma irrisoria de dinero hubiera tenido que irme para los profundos infiernos porque no  tenía con qué pagar, y tercero, porque con ese guayabo esquizofrénico estaba seguro que me iba a pasar lo que en efecto me pasó. Y sostengo eso porque el cerebro elabora la idea y a la vez el deseo de hacer el amor y, el pichalógrafo lo realiza. Yo, repito, no debí decirle a Juliana que sí la acompañaba a las vueltas que tenía qué hacer y ahora van a darse cuenta por qué, y van a hallarme la razón que soy un hombre estrecho de cerebro  como aseguré hace unos instantes.  Después de soltar el teléfono pulverizado como la harina de los amasijos de años atrás por la voz de esa mujer que de sólo haberla visto y sin tocarle los pétalos de sus dedos siquiera, logró metérseme en el centro de mi espíritu,  me agaché para acercar una chancleta a mis pies y con el borde de la mesa de noche me di un golpe seco en el ojo derecho. Como un ojo hidráulico se me llenó de agua y me fue suspendida la visión por ese órgano gemelo y me generó una revolcada en la cama del dolor.  Un rato después, con el ojo como el de una cerradura japonesa, la toalla en la mano y en pelota, me dirigí al baño para darme la ducha de la mañana y a tratar con eso de espantar el guayabo cuaternario con tembladera de todo el cuerpo a tal intensidad que mis testículos sonaban, imaginariamente, como badajo de campana al tocarse entre sí al caminar. Puse pasta dental sobre el cepillo de dientes, me agaché en el lavamanos y abrí la llave con el fin de echarme unas manotadas de agua en la cara para iniciar por etapas el sacrificio del baño dado que tenía escalofrío también, y entonces el aire comprimido dentro de la tubería me lanzó un escupitajo de agua y viento con un estruendo pavoroso que yo creí que estaba cayéndose el infierno a pedazos dentro del aguamanil.  Aterrado, del pánico di un salto hacia atrás para defenderme de un alma en pena o de un monstruo interplanetario, sentía yo, pero me enredé en la cortina y el separador de la ducha y la cortina de hule se desprendió con todo y travesaño, un  tubo gigantesco de hierro galvanizado que me cayó en la cabeza en los linderos de la frente y el cuero cabelludo con tal fuerza que estuve un lapso eterno, un eterno pequeñito fuera de mí. Seminoqueado.  Maldita sea mi vida, me dije con rabia de rinoceronte.  Luego al tratar de pararme con todo el esfuerzo di un bote y quedé envuelto en la cortina que se había atascado en una matera del baño con un helecho como una ceiba de grande porque yo del guayabo lo vi así, y se me vino encima con tal fuerza que donde me coja las piernas me las cercena como una cizalla de matadero.  Quedó hecha trizas contra el piso mojado de la bañera. Yo más me aterré y desde luego más me envolví en la cortina de hule hasta que estuve a punto de asfixiarme de no ser que del susto le abrí un hueco con las uñas y por ahí saqué la nariz para respirar.  No obstante tuve que haberme puesto amoratado como un salchichón porque siempre duré bastante sin poder resollar. Casi sin aire y con pocas fuerzas al fin pude deshacerme de la cortina a la que le elaboré como tres troneras en el  desespero, y ya de pie, tal vez del esfuerzo inhumano  que hice durante la batahola con la cortina, me desvanecí y cuesta abajo como dice el tango de Gardel, de  espaldas, no tuve de qué más agarrarme sino de la taza del sanitario, era tan antigua como Bogotá, y me quedé con ella en las manos. La  arranqué como una muela de gigante por la pura base de donde ya los siglos la habían despegado.  De todas maneras me fui hacia atrás y aunque no me pasó nada en absoluto, quedé en el piso acostado de medio lado con la tasa abrazada al igual que una novia en luna de miel. Nadie va a creerme que descargué con esfuerzo la tasa a lado mío,  me senté en el piso todo dolorido y me puse a llorar con tanto sentimiento como cuando María vio que Pilato no se la había rebajado a su hijo Jesús y allá estaba cuan largo y ancho era, apuntillado en una cruz  de madera como está clavado en el lienzo de Dalí. En El Cristo de Port Ligat, exactamente. Siempre lloro de la rabia cada vez  que me ocurren estos desgraciados hechos que con la gloria de dios, si es que existe, no son para mí. Yo no merezco ese trato tan bajo de mi maldito destino. Estos infelices tropezones de ciego cojo me aturden con dolor, me humillan, y sobre todo, me agudizan más  mi maníaco-depresión y mi complejo de inferioridad y el sufrimiento es, aunque la gente no lo ve, candente, aterrador, sojuzgante.  Cuando llegué donde Juliana diez minutos después de la cita pactada, ella ya estaba preocupada porque, no viéndome salir de la casa, creyó que  me había quedado dormido de nuevo, o como era demasiado cumplido, en el peor de los casos que me había ocurrido un accidente grave.

 

          ¿A ti fue que te cayó un aerolito en la cabeza? Me dijo tan pronto me vio, pero soltó una carcajada profunda cuando me detalló. Entonces ya tenía el ojo como el de un coreano trasnochado y decorado por los lados con hollín, y la frente como la cabecita de hacha de un pájaro copetón.  Juliana se retorcía de la risa mientras yo me moría de la  rabia y de la desilusión  a la vez porque me parecía inconcebible que la mujer que más amaba en la vida se estuviera descogotando de la risa sólo por verme un hematoma, o dos, y sin preguntarme los causales de estos siquiera por solidaridad. Sin embargo no podía decirle nada porque, repito, ella no sólo no lo sabía, sino que yo creo que ni se  imaginaba que por ella me estaba muriendo de amor como les pasó a Romeo y a Efraín cada uno en sus tragedias clásicas. Yo suponía que eso para Juliana, de llegar a saberlo por alguna circunstancia o por descuido en la comunicación, era como un chorro de babas para apagar un depósito de combustible ardiendo. Como querer uno tomarse el poder del Estado con tres docenas de bobos y una escoba  partida en tres. Créanme que yo me inventaba gracejos contra mí mismo para poder salir del siniestro pero me era imposible conseguirlo. La cosa se agravó hasta el martirio cuando ella me dijo que fuéramos a la avenida a coger un bus ejecutivo o un taxi porque su carro estaba en mantenimiento en los talleres de la casa comercial que lo había importado de Alemania.

 

          Con esa cara de boxeador derrotado, no por otro boxeador sino por un huracán, que a cada paso que daba sentía punzadas de aguja dentro de los hematomas, fuimos en busca del paradero de buses más cercano ubicado al otro lado de la avenida.  Lo que más me sacaba de quicio era que ella me miraba de soslayo y se hacía la idiotica inerte para reírse  a rienda suelta en terreno baldío convencida que yo no me daba cuenta.  Cuando nos subimos al bus ejecutivo, para redondear mi fortuna con el cupo completo de pasajeros, todos volvieron a mirarme como si hubieran visto a San Luis Gonzaga con una escopeta de fisto en la diestra y la puñaleta de Tarzán en la siniestra. Juliana se hizo detrás de mí no  por precaución dada mi infeliz situación física y moral ni para protegerme  en caso de algo, un desmayo por ejemplo, un síncope cardíaco, un paro respiratorio o un aneurisma, sino para poder reírse a sus anchas aunque todavía no me explico cómo no se reventó porque no se le escuchaba nada en absoluto. Ni un resuello. Por eso ella estaba convencida que yo no me daba cuenta. Una niña como de seis años con su morralito de colegiala en su espalda no  me quitaba la vista de encima con tal cara de asombro que no puedo dudar que la muchachita estuviera viendo el moco del elefante Félix o la nariz de Pinocho en mi frente, y hubo un malandro que dijo duro como para que Juliana oyera con toda la claridad: "la próxima vez mejor métale un tiro con un fusil". Todos los que iban sentados por ahí cerca ipsofacto se desrogricolumbitaron de la risa  y a Juliana se le puso la cara como la cara de Rogelio Rojas, roja de la pena pero no paraba de reírse.  Ahí sí le dio rienda suelta a todas sus represiones lúdicas, infantiles, humorísticas y yo creo que hasta sexuales porque en verdad se encontraba en un éxtasis hilarante, obsesivo, incongruente. Cuando nos bajamos en el centro de la ciudad, cerca de la universidad, me vino un pánico bestial, se me pusieron las manos congeladas, las axilas empezaron a sudarme abundantes debido a lo que empezaba a  subírseme por las piernas hacia la verija y quedé atornillado al piso quieto como una mesa de billar. ¿Con esa pinta macabra de payaso descuartizado iba a entrar a la universidad?  Qué horror.

 

           Entonces nos sentamos en una cafetería con Juliana  a ponernos de acuerdo con democracia greco-latina  y respetando el derecho internacional humanitario en toda su extensión, cómo íbamos a hacer o qué estrategia se debía escoger  para poderme acercar hasta el alma mater sin que corriera el riesgo que me volvieran loco con la burla atorrante  de todo el que me viera con esa facha de haberme venido de cabeza desde un avión. Lo de las gafas y la cachucha lo descarté desde un principio en la casa donde vivía porque no quería que algún desconsiderado abusivo con ganas de matarme de rabia me dijera, "¿Oiga capitán, está buscando el transatlántico? Allí vi un raponero con él debajo del brazo", o "Bocagrande queda en Cartagena, aquí en Bogotá queda es El Campín y la Universidad Nacional", u otras cosas por el estilo que pudieran acabar de destrozarme los nervios y todo lo demás que me quedaba sin destrozar. Conclusión: lo mejor era arriesgarme a todo y entrar así con esa cara de sobreviviente del diluvio universal. Al fin y al cabo yo leía mucho a Sartre y me creía un ateo existencialista y un ateo debe ser un superhombre psíquico y nietzcheano, del combo de Federico Nietzche, para poder  serlo; de otro modo lo absorbe la herencia cultural y religiosa con que lo alienaron desde pequeñito. Dimos una vuelta por la facultad, charlamos con el uno y con el otro a lo largo del recorrido y con todos, valor absoluto, con todos porque nadie tuvo el recato de no preguntarme la razón, expuse una teoría severa y concluyente de cómo vino o cuál fue el génesis de los hematomas o de los chichones como dicen las parteras de mi pueblo que sacan las criaturas de pies para que se inicien con pasos concretos sobre la vida.  Nunca supe si los convencí.  Luego fuimos a la biblioteca central donde pedimos prestado el libro "Historia de la estupidez humana", de un ladino francés si no me informaron mal.  Paul Tabori, su autor, es o fue, no sé  si  habrá muerto, un hombre sincero y sin reticencias que dedicó toda su vida a investigar con ciencia y consciencia desde todos los ángulos factibles incluyendo propuestas de pensadores profundos, por qué uno actúa contra las leyes de la lógica casi a cada instante, o dicho de otra forma, por qué es tan absurdo y tan negado en algunas cosas que en la práctica resultan elementales.  Yo quería consultarlo por detrás de las enaguas de Juliana  -lógico porque el machismo me impedía hacerlo de frente- con el objetivo de averiguar cuál era mi situación en particular, que yo la pudiera analizar, y así colegir causas y elegir iniciativas como un intento preliminar en la búsqueda de la felicidad.  En última instancia nos dirigimos a la cafetería a redondear la visita de estudiantes y a elucubrar ideas religiosas y políticas marxistizadas. Eso es lo que hace uno de estudiante universitario, sobre todo en los primeros semestres, acerca de la corrupción del congreso nacional por decir algo, y sobre la situación del país, en términos generales.  Allí cometí uno de los más brutales errores de mi vida en materia de consecución, consumo y retención de alimentos diversos para la manutención viable y asequible de un hombre proletario y además existencialista ateo de la corriente de Sartre.  En medio de semejante guayabo pérfido, denigrante y bestial, tomarme un tinto cargado de café quemado y sin azúcar. Unos diez minutos después de ingerir no el tinto sino la pócima de bruja kurda, empecé a darme cuenta que el mundo no se me estaba quieto, a sentir un frío espantoso en las manos y un sudor pegajoso en todo el cuerpo y sobre todo en la frente y en los testículos. Luego sentí una picada pavorosa en la boca del estómago correspondiente a un cólico miserere según diagnóstico precoz de los médicos diarreólogos incipientes de la facultad de medicina amigos de Juliana que se acercaron por ahí, y quedé torcido como una ce mayúscula sobre los pies. Dos muchachos compañeros de clase de Juliana que estaban a mi lado se dieron cuenta a tiempo, o quizás no tanto a tiempo, que yo le estaba entregando el alma a Lucifer a través de un cólico estomacal, me metieron raudos los hombros por debajo de mis brazos para acarrearme hasta el baño y  fui mi propio testigo ocular que caminaba como un torero afeminado y que los segundos estaban contados para realizar una vergonzosa acción coprológica por medio de un acto demasiado promiscuo y poco decoroso:  cagarme en los pantalones todo un macho santandereano en estado de indefensión. Con habilidad de ladrón callejero como pude me solté de mis redentores y traté de, a la velocidad de la luz, ganar el excusado cuanto antes. Cuando estaba empujando la puertica de material acrílico plegable que me pareció por unos instantes la gran puerta de Kiev, en ese desgraciado instante sentí que el mundo se derretía a mis pies, que olía a lavadero de marranos por todas las latitudes de mi cuerpo de la cintura para abajo y caí completico en un profundo y apestoso coma diarreico. Muchos segundos o siglos después desperté, no recuerdo qué pasó ni qué tiempo transcurrió, ya estaba acostado en mi cama, bañado y cambiado como un bebé de pocos meses de trajín.  Los compañeros de Juliana se portaron como verdaderos amigos y héroes de la segunda guerra mundial a la vez, y me trastearon así más cagado que la sala de juntas de un gallinero venezolano. Además me habían hecho beber un pote de suero oral y unas pastillas de metronidazol para conjurar la arremetida de una amibiasis intestinal que fue la que me envió al muro de las lamentaciones y a la crítica popular. Sentía un alivio tremendo, olía a talcos de niño, eran las dos y veinte  de la tarde según leí en el reloj, razón por la que seguí durmiendo como un infante acabado de nacer en el palacio de un emperador. Tal vez por la debilidad y la vergüenza dormí toda la tarde y pasé derecho sin comer. Al otro día me desperté como si se me hubiera otorgado el premio Nobel de la felicidad, completo, nuevecito, y con los hematomas reducidos casi a cero porque Juliana, durante mi estado de indefensión o sea el tiempo que estuve navegando fuera de combate por toda la galaxia con un ataque de nervios espantoso no tanto por el rebote de amibas o por la ingesta de café rehervido y concentrado, sino por la castigada que me propiné yo mismo a ojos vista de todo el cuerpo estudiantil y docente de tan respetable claustro de ciencia, me aplicó en la frente compresas de hielo a presión hasta que me desapareció los dos himalayas como en un taller de latonería." p.16

 

 

                                                                      *************

 

        " ¿A usted fue que le pasó un transatlántico por encima, hermano? 

 

          No doctor; fue que me distraje cogiendo el cometa Haley de la cola y me vine de cabeza desde la Luna. Ambos nos reímos y él me dijo al tocarme el cuello con el revés de la mano: tiene una fiebre brumosa.

Qué es una fiebre brumosa, le pregunté.

 

           No sé, me contestó de inmediato. Pero es una fiebre brumosa. Parece fiebre aftosa de burro viejo.  Luego continuó el examen y me enrolló la lona del tensiómetro en el brazo. Luego dijo:

De tensión, perfecto.

Reflejos, perfecto.

Corazón y pulmones, perfectos.

Cuánto es cero más cero, preguntó. Cero, le contesté.

Cerebro perfecto, y además genial, uff, Einstein, Max Plank, dijo.

Un ojo amoratado pero visión perfecta en ambos. Perfecto.

Mejor dicho usted tiene todo al pelo hermano; lo que le falta es un vestido de paño, continuó tomándome del pelo. Lo único que haría falta sería tomarle varias radiografías para saber si hay alguna fractura pero como usted dice que no quiere ir al hospital, y como está tan flaco entonces nos tocará tomárselas con una veladora de muerto.

 

          No me haga reír hermano que me duelen las costillas como si Hércules me hubiera dado un tamborazo, le dije también abusando de la confianza que me acababa de dar.

 

          Tiene varias heridas infectadas más o menos avanzadas y para eso le voy a zampar antibióticos por el trasero con una jeringa de inyectar vacas para que nos rinda mucho más y se aliente más rápido de lo que canta un gallo. Claro que como está tan seco le toca que se coma una media libra de carne antes para que tenga dónde ponerle las inyecciones. Su novia, la enfermera, apenas lo tiraba de la camisa y le decía, ole, no lo trate así, pobrecito, pero también sonreía por debajo de cuerda como para que yo no la viera.  Pues sí; el pingo tomaba del pelo divertido haciendo chistes patéticos con mi pellejo, de muy buen humor entre otras cosas, porque ya se había dado cuenta que mi estado no revestía gravedad alguna y todo lo que tenía que hacer era cuidarme las heridas, todas superficiales, porque aparte de las heridas del alma yo no tenía nada grave por dentro. Reposar tranquilo sin pensar en problemas y comer como una vaca ya que estaba era muriéndome de inanición, y como la pieza la habían convertido en un pequeño hospital dado que ellos habían traído utensilios de primeros auxilios, pues la enfermera ya me había conectado un pote de suero porque, según dijeron, estaba más deshidratado que una varilla de hierro. El dolor ya me lo habían controlado con inyecciones de un analgésico fuerte intravenoso para efectos más veloces y la señora del servicio me había extraído sin agüero como siete mil quinientas ochentaiseis espinas según sus cuentas, y me había empapado de manera virtual y real todo el cuerpo en agua oxigenada que tenían en abundancia en el botiquín casero.

 

           Como dije antes, el médico mandó salir a todos del dormitorio incluida su novia auxiliar y estando los dos solos me dijo que, en lo posible, le contara todo lo ocurrido al pie de la letra porque el cuento del atraco no se lo había comido ni por los dioses del Olimpo. Ni siquiera había probado una migajita desde un principio. De cuándo acá lo atracan, le roban la plata de bolsillo, le roban el carro con carga y todo, un camionado de café de exportación, asesinan al ayudante y a usted no le pegan ni siquiera un miserable tiro. A mí no me crea tan pingo hermanito, que yo también soy de Santander.  Entonces le conté toda la historia del mar muerto que era yo en vida por lo de Juliana y el niño, por el asesinato de los suegros y todo y me habló de una manera tan humana, tan tierna y tan lógica, que más que un médico joven parecía un poeta octogenario leyéndome el doloroso poema de la vida en prosa y yo siempre he estado convencido que la poesía es la más bella expresión del alma y que sirve de ungüento para todos los dolores.

 

          No hay cosa más comprobada que la verdadera sabiduría se le revela a uno en la soledad, me dijo. Sí hermano; yo no soy pontífice pero en la práctica de la vida sí me he dado cuenta que la sabiduría depurada y la que nos sirve a los hombres para cumplir la tarea de los hombres y hacer a un lado la de las bestias, no  surge en la pantalla gigante de un cinematógrafo o en la pequeña de un televisor, ni mucho menos en una cantina ni en una mesa de billar. Los grandes sabios, escritores, científicos, intelectuales, que le han dejado inconmensurable herencia a la humanidad, han pasado por largos períodos de oprobiosa soledad tanto exterior como interior, y por eso, con mucho fundamento se dice que quien es sabio es feliz, conquista el éxito, por lo menos el éxito de conocerse a sí mismo, con todas sus cualidades y todas sus debilidades para llevárselas a la tumba. Eso le sirve a uno para no ser ni mentiroso ni falsario con su propio cuerpo. Por eso tienes que aprovechar al máximo tu soledad porque el muchachito, tu hijo, ya no fue y Juliana ya no volverá jamás aunque llores todos los días de lo que queda de la eternidad.  Piensa con buena lógica y te darás cuenta que el único que no tiene problemas es Dios. Dios que se las sabe todas. Pero esto se cumple hasta el punto donde los seres humanos no podemos racionalizar, porque claro que Dios no tiene problemas mientras no se encuentre con un ateo existencialista o marxista. De tal manera jovencito que la única solución que te queda es reponerte todito tanto física como psicológicamente o morirte de una vez y para siempre, y lo triste de esta solución que yo veo la menos adecuada sobre todo en un hombre tan joven como tú, es que el mismo día de tu velorio, tus mejores amigos y hasta tus hermanos ya están hablando bazofia de ti. Que fue que te robaste una volqueta, que era que le debías o le robaste plata  a la mafia, que fue que te comiste a la moza de un traqueto, que eras informante de bla bla bla, todo mierda, y lo peor de todo tú sin poder defenderte porque a los pobres muertos se les hecha la culpa de todo pero no se les permite hablar, y así qué fundamento tiene morirse uno para que los demás se toteen de la risa y si estabas casado o tenías moza los mismos amigos tuyos le harán el viaje a comérsela el mismo día de tus exequias, o si dejaste plata, la casa, el carro, la finca, y hasta los calzoncillos rotos, tus hijos, los herederos, el novio de tu mujer,  qué sé yo, se asesinarán entre ellos mismos para ver quién se queda con las cuatro llantas y los tres ladrillos, y ten eso bien en cuenta porque tú estabas casado en legalidad con Juliana y la herencia de tu esposa te pertenece a ti sin la más mínima discusión.

 

          Todo está en que te presentes con un abogado ante quienes quedaron sobreviviendo de la familia Krugger y quieran o no, un juzgado te entregará, por ley, la parte que te pertenece que por lo que veo es una cantidad enorme de dinero con lo que quedarás convertido en un hombre inmenso y rico, influyente, y aparte de eso intelectual, uy que envidia, y se te quitará, como en un acto de magia, lo flaco, lo feo y lo idiota y sobre todo lo bruto, y todas las viejas y los amigos que antes te sacaban el tafanario de frente y que no valen una muestra coprológica por lo brutos y por lo hipócritas los verriondos mentirosos, empezarán a tirarte cartas y a verte interesante porque ahí sí todos esos asnos sarnosos se vuelven inteligentes con el olor del dinero y sobre todo que, después de haber sido desechable, te conviertes en el ser imprescindible de tu familia. Esa es la dialéctica de la vida y esa es la dialéctica del dinero. Perdóname mano que me meta en tus vainas y lo que más me disgusta en el ejercicio de mi profesión es cuestionar a la gente, pero, en tan poco tiempo, ya para mí eres una persona especial.  No dejes que nadie te maneje la vida y no le eches la culpa a nadie de tu infortunio porque uno es el capitán del buque de su propia vida. Cree en milagros si se te da la gana y sueña todos los días con los ojos despiertos pero has que eso no sea el fundamento de tu filosofía y piensa siempre, siempre, que las vainas grandiosas no están a la vuelta de la esquina y si no todo el mundo sería banquero, científico, premio Nobel de Literatura o  narcotraficante, porque hasta para ser narcotraficante, hay que tener las pelotas bien puestas en el sitio que les asignó la evolución. Si no pregúnteselo usted mismo. Eso se da por una selección natural con rigor  especializada donde entran los mejores y clasifican los superiores. Ten en cuenta que hay hombres inferiores y superiores y que quién le manda a los imbéciles pertenecer a los inferiores. Para todos los actos de tu vida, así sean los más sencillos, siempre apliques la teoría del cohete que en letra corriente y legible dice así: “ponte un cohete en el culo y le darás la vuelta al universo”. Preocúpate de tu entorno con vehemencia y decisión. Por el resto del universo no te preocupes que eso  es demasiado grande y mejor se lo dejamos a los faraones gringos, a los astronautas multinacionales, o a los habladores de mierda que de esos sí hay hartos en este país.

 

Por lo demás, te voy a poner ocho potes de suero para que quedes escupiendo rico;  como estás bastante infectado, unas diez inyecciones -todo depende- de antibióticos de los bravos para que te queden los cachetes del rabo como un cedazo, y como eso te va a quemar glóbulos rojos a lo loco, entonces tienes que ingerir hematopoyéticos, es decir alimentos o sustancias que hacen reproducir esos glóbulos rojos perdidos en el organismo por una hemorragia o por alguna otra razón. Falla del hígado, por decir algo. Para eso tienes que comer hígado de res crudo licuado en jugo de mora para que el color no te estropee el asco, uno o dos vasos al día y desde ya te autorizo para que me eches la madre todas las veces que quieras porque eso debe saber a oreja gocha de perro callejero. De ahora en adelante puedes comerte un cerdo every day para que repongas las fuerzas que perdiste y te salgan nalguitas porque tiene más carne una aguja de crochet.   Ahora, a dormir tranquilo Papillón que aquí nadie te va a matar y mañana por la mañana, antes de irme para el hospital te vuelvo  a visitar. Si algo grave te ocurre de inmediato me haces llamar que Agustín está listo para eso. Luego me apretó la nariz con el índice y el pulgar y me dijo que pasara buena noche. Era una calidad no tanto de médico sino de muchacho. Me hicieron más efecto las palabras que me dijo que los medicamentos que me aplicó. Hacía mucho tiempo yo no pasaba una noche tan tranquila como esa porque desde que me quedé dormido estuve navegando toda la noche sobre una alfombra mágica que fueron los sueños positivos de lo que sería mi vida de ahora en adelante cuando me había salvado de una muerte segura por enésima vez, y esto me hacía recordar a un amigo de mi padre que manejaba una chiva de esas intermunicipales, una camioneta para pasajeros que mercadean por los pueblos de cada provincia o de cada región, y que había tenido por lo menos doscientos cincuenta accidentes mortales, incluidos robos e incendios premeditados, le habían propinado cientos de puñaladas y balazos en zafarranchos que él mismo buscaba sobre todo cuando se encontraba en estado de embriaguez, de los que se había salvado de puro  milagro. Había caído un rayo en el árbol  donde paladeaba la rasca en un paseo a la finca de un amigo suyo y le causó sólo un mísero quemón desde la cabeza donde le chamuscó todo el cabello y las orejas se las tostó dejándoselas como catufos de hilo rojo, hasta las espaldas que le quedaron maceradas como si lo hubieran obligado a descargar un buque a él solo y eso que fue a costilla limpia puesto que ya borracho se había quitado la camisa, y también en este tiro se abstuvo de morir. Su mujer, por vagabundo, en un plato de sopa de cuchuco con espinazo de marrano, para eso le puso el espinazo, le había dado un frasco completo de Exterminio que era un veneno letal para deshacerse de los ratones de la casa y que sólo lo vendían en la droguería veterinaria bajo estricto permiso de la policía local, y ni siquiera eso, aunque estuvo en estado de coma como quince días y el cura de la parroquia le concedió el sagrado derecho a la extremaunción, no había logrado matarlo y era conocido por las muchedumbres con el apodo de Mediavida. Como era chofer de carros por allá en una ciudad del occidente, creo que por lado de Pereira no recuerdo muy bien, en un paso a nivel, podría decirse que  encima de los rieles del ferrocarril se le apagó el motor del camión cuando ya el tren  venía a menos de doscientos metros y el pingo ni siquiera tuvo tiempo de montar en el caballo y por supuesto que lo agarró por todo el centro del tiesto y lo arrastró como cien metros con Mediavida y todo, dicen los que vieron, y al carro lo destrozó toditico pero a Mediavida no le pasó nada en absoluto; ni un rasguño para el testimonio ante su mujer que era la dueña del vehículo y ahora sí lo iba a incinerar en un horno de panadería porque seguro le iba a argumentar que todo se había debido a su consuetudinario estado de embriaguez. Yo no tenía duda que de golpe a mí me fueran a poner el apodo de Mediavida porque nadie iba  a saber por el mero color de los merengues mi “lamentable y triste historia”,  sino que me daba rabia era que, sin que nadie me lo insinuara, yo mismo me sentía peor que la media vida de Mediavida.  Pero fuera como fuera para mí esa noche fue como un reconstituyente divino y amanecí convertido en un superhombre en mi estado físico y psicológico, y aunque muy poco había avanzado, tenía que aceptarlo dado que el tratamiento apenas estaba comenzando.  Mirándolo desde otro lado yo estaba vivo de milagro.  Tenía era que agradecer.  Además también  era muy probable que los hombres de Lucho y aún el mismo Lucho me tuvieran por muerto porque es que de la parte de donde yo me mandé al abismo que es casi terminando la subida por la carretera ya llegando a la cresta del cerro, a esa altura es espantoso y de noche lo es mucho más.  Al otro día antesitos de las siete de la mañana el médico  me estuvo examinando y aunque yo ya lo sabía, él me encontró muy bien." p. 167

 

 

 

 

Fragmento de la novela inédita 
El candidato de los difuntos de José Oscar Fajardo Sanchez

 

"Freud que estaba bien atrás sentado en una piedra prehistórica comiéndose una porción de jabalí que había preparado Woody Allen con la asesoría gastronómica de Idi Amín Dada, desde allá le gritó: blasfemo. Tú eres un carajo blasfemo porque tú no sabes nada de fútbol. Tú estás creyendo que porque hace 52 años estoy muerto entonces es que soy un muerto güevón. El Complejo de Edipo no existe sino en la teoría como existe Remedios la Bella en la imaginación de García Márquez. En cambio sí existe el rey del fútbol que es Lionel Messi. No me venga a decir algo de Pelé o de Maradona porque ellos sólo existen en el inconsciente colectivo y ya son parte de la historia del fútbol y la historia también existe sólo en el inconsciente de la gente. Dejate de avionadas pues Malezza que vos sos una abeja (Freud habló como un traqueto antioqueño para causarle impresión). De aquí en adelante ahora nos toca a los dos mantener un frente de batalla. Malezza que sí existía en realidad porque nunca había muerto y estaba tan vivo como Nabucodonosor y el chueco Mariojosé que eran prácticamente los organizadores  y anfitriones de la fiesta, sintieron cierto grado de pánico porque Freud, así hubiera muerto unas décadas atrás, tenía razón en lo que estaba diciendo y además, para completar, él, Freud, en realidad era el verdadero fundador de la metodología del psicoanálisis. Entonces Malezza les dijo a Nabuco y al Chueco Mariojosé que se pusieran  de acuerdo en que los tres no estaban muertos y que por el contrario, eran víctimas inocentes del ejercicio de la vida. Luego Malezza los convenció que había que mantener buenas relaciones y un diálogo costante y sincero con todos los muertos porque había una cantidad de ellos que aún estando muertos seguían siendo peligrosos para la sana vida de los vivos. Se trataba de los muertos extremistas y de los fundamentalistas. Los paranoicos de las ideologías de un lado y del otro que creen poseer los secretos de la razón de todo lo que existe y sólo conciben como verdadero lo que ellos creen que es lo verdadero, les comentaba Malezza en su discurso. Stalin, Kruschev, Bresnev, Andropov, es un combo al que tenemos que poner a leer a Adan Smith, a aprender qué es la economía de mercados y a interpretar la sagrada biblia. Y a  Roosevelt, Harry Truman, el bombardero atómico, a  Kennider, a Nixon, a Ford, a Carter, al Billioso Clinton y hasta a Barack Obama, toca ponerlos a leer y a estudiar el materialismo dialéctico y todo El Capital, para que aprendan a respetar las ideologías y los derechos de otras naciones con el fin de que no se crean los dueños de la vida de la gente y de sus propiedades materiales.  Se quedó pensando Malezza y luego preguntó, por qué ustedes no me han ofrecido una botella de Tigre que con esa música de Pink Floyd, quién no se mete un bareto. Entonces vino Marylin Monrón con su sonrisa de diosa y le mandó por encima el brazo al profesor Malezza, le ofreció su vaso lleno de Tigre y un chumbimbo de marihuana que el profesor Malezza aceptó sin duda ni resistencia porque había qué mirar, les dijo a los otros, quién se lo estaba ofreciendo. Marylin es tán bella, les hizo el comentario, que se levanta la falda y hace fumar basuco a San Martín de Porres y bailar mapalé a Sor Teresa de Calcuta. Se oyeron ruidosas carcajadas por parte de los existencialistas ateos, e hijueputasos intensos por cuenta de los fieles creyentes cristianos, judíos y musulmanes fundamentalistas. Sobran las explicaciones de rigor y los comentarios al margen. Hitler no dijo nada, ni Himmler, ni Joseph Goebbels, ni Rudolf Hess, no tanto porque no tuvieran o no quisieran decir algo porque algo tenían qué decir, sino porque, sencillamente, o estaban dormidos de la borrachera o porque estaban en el baño vomitando dado que habían bebido demasiado Tigre y habían metido mucho basuco con mejoral y polvo de ladrillo. Entre otras cosas, les dijo Malezza ¿ustedes se pueden imaginar a esos cuatro caballos del apocalipsis, otra vez en el poder? ¿O de ministros efectivos en el gobierno de Nabucodonosor Cristanchi? Que tal Heinrick Himmler director de la policía secreta en la República de Crazy Port. Mierda.

Luego Malezza les dijo: Yo estoy planeando una estrategia óptima para recuperar nuestro candidato y prepararlo física, mental e intelectualmente con el fin de que sea el próximo gobernante de Crazy Port, así se atraviese el dios Júpiter. Ustedes saben que  soy parasicólogo mentalista y que poseo poderes mentales y extrasensoriales que pondré al servicio incondicional de nuestro querido candidato porque él nos llevará…Malezza quedó en silencio. Iba a decir tal vez que a la gloria eterna del señor pero, cayó en la cuenta que el no debía hacerle propaganda a ninguna religión. El que quiera creer que crea en lo que le dé la puta gana, pensó, pero no lo dijo. No obstante Marylin no le bajaba el brazo al profesor Malezza quien ya empezaba a sentir los dardos venenosos del Tigre y del basuco, y comenzaba a oradarle el cerebro la idea de pegarle una acuatizada a Marylin en cuanto ésta le diera chance, antes de que llegara John F porque ese sí estaba, política y militarmente, en capacidad de tirarse el polvo. Entonces dedujo que un poco más de basuco y bastante Tigre ingerido despiadadamente, junto con un par de pepas repotenciadoras sexuales a base de sildenafil que él sabía fabricar perfectamente y que cargaba como chicles en un bolsillo secreto de su pantalón, exactamente en un rincón de la pretina, le darían esa tarde la tarde inolvidable para no olvidarla nunca. (piesa oratoria del profesor Malezza). Pero necesitaba que transcurriera un poco más de tiempo para que las pastillas repotenciadoras sexuales no lo fueran a hacer quedar como a un manco de ambos miembros queriendo ser pianista. Y dado que él sabía que también sufría de una eyaculación precoz que en más de una ocasión lo había postulado como un seminarista  pajuelo, pues con el permiso de Marylin y con el pretexto de orinar, se fue al baño y se rellenó el pajarillo con un gel retardante que también él sabía fabricar. El gel lo elaboraba con vaselina pura como sustancia básica y gotas calculadas de estracto de adormidera y de borrachero según su propia teoría farmacológica. Luego creyó que otro vaso de Tigre y una pepa más de repotenciador sexual, le dejarían el camino expedito al éxito en el concubinato de estricta competencia. Marylin, pensaba Malezza, quedará convencida que poseo la pichirila más fulgurante del sistema solar, y así la tendré en mis manos para siempre si dios y el imperialismo del norte no disponen otra cosa. Definitivamente yo soy un hombre muy inteligente, se decía él mismo en un soliloquio demente y se daba palmaditas en la espalda con el fin de autofelicitarse y ponerse más feliz. Pero tenía que seguir adelante con el entrenamiento de Nabucodonosor para la presidencia de Crazy Port con el fin de descrestar a Marylin a través de su  intelectualidad, por una parte, y por la otra, para que pasara el tiempo y le hicieran efecto las pepas repotenciadoras sexuales calculadas para N polvos y el gel retardante para la eyaculación precoz. Luego se le vino un presentimiento fulminante. ¿Será que el exceso de medicamentos no corta el efecto de estos, como cuando uno bebe demasiado licor que se pasma? Sintió un escalofrío feroz que le recorrió todo su cuerpo. Si quedaba mal en este tiro tenía que castrarse por mera dignidad, pensaba. O pegarse un tiro de medio lado para no matarse definitivamente. La clave estaba en esperar. Marylin otra vez borracha y trabada empezó a acariciarlo como no queriendo la cosa. Malezza empezó a sudar agobiado por la inseguridad sicológica. No obstante para enfriar el ambiente, continuó aparentando distracción con los ojos a medio cerrar y con una sonrisa de idiota. Por tal motivo, les decía, debemos convertir al candidato en un verdadero Nabucodonosor, El Rey, y de eso voy a encargarme yo. El posee un cerebro prodigioso capaz de recibir y elaborar cualquier información por más complicada que sea, aún por encima de la Física pura y de las Matemáticas. Si él quiere, Nabucodonosor llegará, con bastante entrenamiento, a aprender a adivinar el futuro con una ventaja de cien años más allá y con un coeficiente de seguridad de mil millones sobre cien. Marylin Monrón estaba bastante tomada y había consumido más de medio bulto de marihuana extrafina Punto Rojo de la Sierra Nevada de Santa Martha y por lo menos diez kilos de legítimo basuco. Por ello estaba albiriscada sexualmente y en esas condiciones no le fue difícil arrastrar como a un niño pequeño a Malezza hacía el sector de los baños y allí procedió a descuadrilarlo. Lo metió a la brava al baño de las mujeres y luego lo indujo con toda la lascivia del mundo levantándose la falda, a que le metiera la mano dentro de sus pantis y le acariciara el sexo. Seguidamente le hizo pegar un pericaso fantasmal que le destapó los instintos primarios a Malezza quien torció los ojos como un perro envenenado. Acto seguido se arrodilló como si fuera a pedirle que le conmutara su pena de muerte, le bajó el panty a Marylin que de pie ya había abierto las piernas a la espera de un beso erótico, cosa que hizo Malezza sin ninguna norma estética y sin pudor alguno y comenzó a acariciarle lo más íntimo. Marylin se dio a convulsionar como si estuviera muriendo de placer. Segundo tras segundo fue dejando resbalar su espalda sobre la pared estucada del baño y al mismo tiempo a correr hacia atrás a Malezza que no era consciente de nada por su enloquecida lascivia, hasta quedar acostados en las baldosas del piso. Malezza entonces avanzó su cabeza hacia arriba y buscó los senos de Marylin para succionarlos como Rómulo y Remo alimentándose de la loba romana y enseguida se pasó a sus labios y de esa manera susurrante y musical se dio a poseer lentamente a Marylin con su poderoso armatoste de ballena macho hasta que estuvo totalmente dentro de ella y cuando ya estaban para venírseles el mundo encima, le dio un infarto cardíaco por el exceso de repotenciador sexual que había consumido para no quedarle mal a Marylin en la primera face de su película de amor. Se tiró todo porque ipsofacto comenzó a pistonear, las válvulas a cascabelear, por el exhosto a exhostar y por el culo a pear. Marylin quería romperle la cabeza con un ladrillo de construcción enloquecida por el coitus interruptus, pero fue impedida a tiempo por Cristian Barnard y Denton Cooley, los cardiólogos más eminentes de la época, que fueron enviados por el Presidente Kennider con toda la responsabilidad científica de resucitar al paciente. Debían responder por la vida de Malezza puesto que, aún con los cuernos más largos del mundo del  presidente Kennider, al gobierno norteamericano no le convenía la muerte de Malezza a manos de Marylin y sobra explicar las razones. También debían los dos cardiólogos explicar científicamente qué era lo que había ocurrido con la clara intención que no fuera a intervenir el Congreso de la unión que bien podía descalificar al presidente Kennider si se le encontraba alguna responsabilidad y todo el mundo lo iría a saber. Cristian Barnard no hacía mucho había realizado el primer trasplante de corazón a Philip Blaiberg en Ciudad del Cabo y por lo tanto estaba ducho en todos esos asuntos de corazón abierto y por esa misma razón era que lo había enviado Kennider con una orden perentoria a la sazón: ese hombre no se puede morir. O se podía morir pero unos veinte años después para que no fueran a enredar al presidente, sobre todo por culpa de Marylin. Después de que mataron a Kennider por primera vez, se supo abiertamente que Linder Johnson, el vicepresidente de esa época, había estado impidiendo por todos los medios que Barnard y Cooley dieran con el chiste y aliviaran al profesor Malezza. ¿La razón? Elemental mi querido Mariojosé. Pues si el  Congreso tumbaba a Kennider, él sería orondo presidente de los Estados Unidos de América de carambola de tas tas, cagado de la risa sin invertir un miserable dólar. Barnard y Cooley a los diez minutos de estar auscultando al metafísico Malezza, se dieron cuenta y eso los cabrió terriblemente, que el tipo seguía con su armatoste babilónico erecto como la pluma de una grúa y así la tuvo por varias semanas después hasta que un día se le desinfló por su propia voluntad. Ahí se dieron cuenta que el metafísico Malezza, profesor de ciencias ocultas, se había embadurnado el guazaruco con gel retardante en tal cantidad que habría sido la dosis suficiente para sacarle brillo totalmente a la muralla china y a las tres pirámides de Egipto. Y además que había ingerido viagra, como se dice comúnmente en los billares y en las canchas de tejo, en una sobredosis que habría servido para restaurar sexualmente a cien hombres mayores de cien años de edad. Y no un simple repotenciador sino un tetrarepotenciador sexual a base de (viagra al 90%) algas marinas, hierbas naturales erotizantes y ciertas frutas exóticas.

Cooley y Barnard, cagados de la risa le contaron a Kennider, porque tenían qué contarle dado que se trataba de una misión oficial, los orígenes de semejante desparpajo del metafísico Malezza. Kennider por poco contamina el ambiente de la risa. (casi se caga por la presión hilarante). Pero tenemos una duda, le dijeron los médicos a Kennider. ¿Por qué no se murió Malezza? si esa dosis era suficiente para pararle no sólo el pichirilo sino también el corazón y hasta el cuello de la camisa. Entonces Kennider los autorizó para que hicieran una investigación exhaustiva con el fin de ayudarle al enorme remanente de hombres ignorantes. Pero que no dejaran la menor huella, les insistió por celular. De todas maneras los dos científicos decidieron operarlo vía Internet para no correr el riesgo  que se desangrara y así realizar la primera cirugía virtual. Cosa de volverse loco, dijo un bocadillero de Crazy Port cuando se enteró, asustado porque también le metía parejo al viagra que era para él, el mejor invento del mundo. La ciencia quiere desestabilizar a dios y eso es pecado mortal. Pero que invento tan arrecho, dijo para sí el bocadillero. Lo cierto fue que metieron a Malezza de cuerpo entero en un simulador de cirugías que habían confeccionado Cooley y Barnard, muy parecido a un simulador de vuelo, incluso con la misma filosofía, y después de seis horas de análisis profundos llegaron a la conclusión  que había que mandar el corazón del profesor Malezza, de igual manera vía Internet, a una sala de reposo instalada en un hospital cardiovascular de Ciudad del Cabo en Africa del Sur. Efectivamente eso hicieron y quién va a creerlo, siete nanosegundos después el corazón de Malezza reposaba en un laboratorio de cardiocirugía en Ciudad del Cabo totalmente sano y muerto de la risa. Allí fue auscultado mediante unos sistemas numéricos especializados que combinan el sistema binario con el sexagesimal y los números reales con los imaginarios hasta que llegaron a la feliz conclusión que el corazón del Parametafísico Malezza estaba en mejores condiciones que cualquier nave espacial, incluso que funcionaba más bacano que el centro de cómputo del cielo. Durante el proceso fue comparado con el de varios animales terrenales para establecer parangones de comportamiento y funcionalidad y obtuvieron resultados asombrosos. Por decir algo, al hacerse el cuadro equiparativo con el de una ballena Horca, se encontró que perfectamente podía ser presidente de cualquier país, incluidos los más pobres de Africa y aún de los Estados Unidos o Japón, los más ricos, ya que poseía unas agallas superiores en funcionamiento y efectividad, no sólo a esa ballena sino a cualquier ballena del mundo que le pusieran de frente. Finalmente, que estaba por encima de cualquier otro animal que no tuviera corazón, por lo cual sería un excelente mandatario de los países pobres que es donde está la gente más necesitada y de hecho, la que más pide y llora cotidianamente. Pero en el momento de examinarle el cerebro, Barnard y Cooley tuvieron que hacerse a un lado porque ellos sabían mucho del corazón pero del citado órgano pensante, no sabían un carajo. Entonces el Congreso, no norteamericano sino el de Crazy Port, autorizó imperativamente que fuera Rudolf LLinás el científico encargado de realizar la investigación sobre el cerebro de Nabucodonosor. Cuando el neurocientífico LLinás tomó la masa encefálica de Malezza en sus manos, en un abrir y cerrar de ojos sentenció, sin saber quién era Malezza, que se trataba de un Metafísico de Crazy Port, y eso lo dedujo por su peso. Pesaba diez mil gramos pero no era macrocéfalo y por lo tanto no era de un imbécil y su tamaño era normal. Lo que pasaba era que se trataba de un cerebro más denso molecularmente, como los Agujeros Negros de Stephen Hawking, y en efecto tenía pensamientos más densos y por la misma condición, más sensibles y más inteligentes. Era un órgano sobrediseñado, especial para las altas Matemáticas, para la Física pura, para la Filosofía, para la Literatura y todas las Bellas Artes terrenales, para las Bellas Artes esotéricas y del más allá, para toda suerte de adivinaciones y presagios, para concebir todo tipo de trampas veniales y mortales, es decir, para ser un verdadero mandatario de Crazy Port. Lógico que esa condición cerebral le proporcionaba una fluidez verbal que se podía considerar por encima de Hitler o del camarada Vladimir Ilichc Ulianov, Lenin. LLinás estableció que este joven Metafísico tenía un cerebro ilimitado que, entre otras cosas, era una lástima y un desperdicio que lo dedicara a la política, dado que no sólo podía doblar varillas de tungsteno por su fuerza mental con solo acercarlas a su pensamiento, sino que podía doblar un rayo de luz, podía torcer a un Papa, o podía torcer a un mandatario de la República Democrática del Cielo no adicto al dinero, a las drogas o al poder. Mejor dicho que a la larga, Malezza sería muy bueno si seguía siendo bueno, y demasiado malo, malísimo, si se volvía malo. Que había era que encomendarse a dios y vigilarlo de cerca como hicieron con Sadam Hussein o con Gadafi, cosa que les correspondía por sencilla lógica del cielo a los más siniestros mercenarios del mundo.", p;78

Nota biográfica :
 
José Oscar Fajardo Sánchez, nació en Barbosa, provincia de Vélez en el Departamento de Santander. Colombia. Es Comunicador Social-Periodista. Ha trabajado en prensa, radio y televisión, además de profesor universitario. Hoy es columnista del periódico  El frente. Ha ganado tres premios de periodismo en la 
modalidad de columnista. Ganador de un premio nacional de cuento y finalista en tres más. Ha escrito cuatro novelas y un libro de cuentos, todo publicado. El manicomio más grande del munco, novela.. Libro de cuentos : Para ganarse uno conflictos personales... . Las siguientes novelas han sido escritas :   Yo el narcotraficante, El mentiroso más elegante de este país,  El candidato de los difuntos,  El enamorado salvaje.
  
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