Cuento : La zanja de Fernando Ainsa
Han llegado hoy las excavadoras a nuestro barrio. Han estacionado sus grandes moles, con sus dentadas palas mecánicas en el centro de la calle principal que divide las dos zonas de este suburbio crecido al azar de la llegada de desahuciados, emigrantes y clase media empobrecida de la ciudad vecina. De acuerdo a los concejales y el alcalde que nos gobierna, deberán abrir en estos días la zanja donde colocarán los colectores del saneamiento que nos prometieron en la última campaña electoral municipal. Los pozos negros de nuestras modestas viviendas quedarán conectados a estas grandes tuberías y respiraremos finalmente el aire puro al que tenemos derecho los habitantes de este arrabal de tierra árida y rala vegetación, polvorientos senderos que se pierden en la lejanía, insuficiente transporte y falta de escuela y panadería.
Las excavadoras llevan ya una semana estacionadas obstaculizando el paso, cuando una mañana aparece la cuadrilla de obreros que trepa a las cabinas y pone en marcha las ruidosas maquinarias. Una tras otra, abren una profunda zanja y amontonan la tierra a sus lados. Trabajan dos días con un empeño digno de mejor causa y se van replegando a medida que la obra avanza en longitud y profundidad: ochocientos metros de longitud y tres de profundidad. Al cuarto día, pesados camiones traen las tuberías que recogerán las aguas servidas y nuestros excrementos; con grúas y plumas los van dejando a lo largo.
“Misión cumplida” —nos dirán los obreros al despedirse, porque en efecto, no los veremos más.
Han pasado varias semanas y el paisaje de nuestro barrio sigue igual, es decir, peor. Ha llovido y hay lodo por todas partes. En lo hondo se han formado charcos y más de un desaprensivo ha arrojado basura. Flotan desperdicios, envases y papeles. Un día aparecen los mosquitos en las aguas putrefactas, algunas cucarachas y un par de ratas pululando: los chicos del vecindario les tiran piedras o tratan de atraparlas con cañas munidas de lazos corredizos.
En los colectores vemos entrar a veces a parejas y no es difícil imaginar que en la oscuridad reinante copulan con alegría. Se rumorea que una joven que intentaba cruzar la zanja por donde se ha puesto una pasarela provisional (un tablón sobre dos piedras), ha sido violada por un grupo de adolescentes que, poco a poco, se ha apoderado del barrio: han pintado grafitis y escrito palabrotas en los tubos, increpan a los transeúntes que se aventuran en la zona, hacen sus necesidades entre los montículos de tierra, orinan mal escudados entre los tubos y trapichean con drogas.
De noche, la oscuridad apenas arañada por la sola hilera incierta de bombillas de la calle en que vivimos, agrava la situación y nadie sale de sus casas. Ha habido —también se rumorea— asaltos y se habla de un vecino que deambula cubierto con un pasamontaña y gana su vida navaja en mano. Sin querer, sentimos que una naciente hostilidad divide a los habitantes de un lado y otro de la zanja, como si no hubiéramos sido hasta hace poco parte del mismo vecindario. La cordialidad otrora reinante parece irse desmoronando como los terraplenes que nos separan, bajo la lluvia pertinaz de este largo invierno.
En estos días han aparecido unas gitanas gordas y poco agraciadas, con numerosas faldas superpuestas y se han sentado al sol en un lado discreto de uno de los grandes tubos. Son las “pajilleras”, conocidas en otras ciudades, que por un par de euros confortan con sus hábiles manos a los jóvenes del barrio y a algunos que creemos son estudiantes de la ciudad, atraídos por la buena nueva. Una cola apenas disimulada se forma y aspiramos el aroma de la marihuana que fuman los más pudientes.
También en estos días han llegado pobres sin domicilio con sus pertenencias y se han instalado a vivir en otro de los tubos. Se dicen con orgullo “okupas” y han puesto pancartas reivindicativas en la boca de los colectores.
Sin embargo, no todo es negativo.
Últimamente hemos visto aparecer los domingos familias con cestas de vituallas que meriendan y hacen picnics entre las tuberías; ver grandes autos estacionar para que señores y señoras bien vestidos bajen y recorran las inmediaciones como si de una atracción turística se tratara. Nos contemplan y nos sacan fotos si nos descuidamos. Las chicas mas desprejuiciadas de nuestro vecindario les ofrecen descubrirse los senos por unos euros y posan exultantes ante sus cámaras y teléfonos móviles.
Han pasado varios meses y las obras no han empezado.
Nos atreveríamos a decir que las hemos olvidado, acostumbrados a vivir entre los escombros y los desperdicios, cuando alguien —no sabríamos dar su nombre, aunque se sospecha que es uno de los “okupa”— nos ha dicho que el señor alcalde ha construido un gran chalé sobre un terreno municipal a la orilla de la carretera más importante de acceso a la ciudad. Luego —otro vecino ha añadido— que la obra la ha pagado con las partidas presupuestales destinadas al saneamiento de nuestro barrio.
Es solo entonces cuando el rumor se generaliza, se expande por todo el vecindario y va cobrando esa fuerza que ha hecho que esta tarde nos fuéramos concentrando todos en silencio al final de la calle levantada. Unos llevan palos, otros sogas anudadas; los más, pancartas con el nombre y la foto boca abajo del alcalde; alguien cree ver una escopeta terciada bajo el brazo del que encabeza la marcha.
Una marcha firme y serena que avanza hacia la ciudad donde concluye ésta historia y empezará otra.
[1] La zanja, pertenece al volumen de relatos DESDE EL OTRO LADO. PROSAS CONCISAS, Editorial Pregunta, Zaragoza, 2014.
Fernando AÍNSA. Escritor y ensayista hispano-uruguayo de origen aragonés. Vice-presidente de la Asociación Aragonesa de Escritores y director de la revista IMÁN. Autor de numerosos ensayos sobre literatura latinoamericana. De su obra de creación destacan las novelas El paraíso de la reina María Julia (1994–2006) y Los que han vuelto (2009) y los relatos Naufragios del mar del Sur (2011). En 2007 publicó su primer libro de poesía, Aprendizajes tardíos (2007), seguido de Bodas de Oro (2011), Poder del buitre sobre sus lentas alas (2012) y Clima húmedo (2012). Es autor de libros de aforismos y textos breves De aquí y de allá (19929, Travesías. Juegos a la distancia (2000), Prosas entreveradas (2009) y Desde el otro lado. Prosas concisas (2014) y figura en varias antologías del microrrelato: Quimera, Universidad de Salamanca, Los cuadernos del vigía, Ediciones Thule, Páginas de Espuma, Universidad de Tucumán, Argentina. Algunos han sido traducidos al francés y al rumano.